El ministro Castells, de Podemos y de Universidades, va a introducir el muy norteamericano principio de la discriminación positiva en los procesos de selección para acceder a las plazas funcionariales vinculadas a la docencia universitaria. A partir de bien pronto, pues, lo prioritario a fin de cubrir los empleos de profesor en nuestro sistema de instrucción superior dejará de estar relacionado con lo que los candidatos alberguen en la cabeza para priorizar los órganos biológicos que porten a la altura de la entrepierna. Así, una mujer estúpida, y solo por el hecho mismo de haber nacido fémina y lerda, gozará de prioridad absoluta sobre cualquier varón inteligente y sabio a la hora de hacerse con una plaza vitalicia como docente en el templo teórico del saber. La gracia y la desgracia de la Universidad, ambas a la vez, procede de que representa acaso la última institución medieval que resta en pie en Occidente.
Y digo Occidente, no España, porque sus muy ancestrales vicios endogámicos, clientelares y nepotistas, cuando no abiertamente mafiosos, todos tan típicos de nuestras universidades patrias, se dan en casi todas partes, tal vez con la excepción de unos poquísimos centros, los contados que integran la élite mundial. La única diferencia es que en una universidad francesa, británica o alemana, pongamos por caso, el candidato apadrinado de los mandarines que controlan el cotarro, y por una cuestión de simple prestigio corporativo, tiene que cumplir siempre unos mínimos. Existe discriminación (negativa) y favoritismo descarado, cierto, pero no se enchufa nunca a un burro explícito y manifiesto, algo, el premiar con cátedras a verdaderos asnos, que en España está hoy a la orden el día. De hecho, el propio Castells encarna la prueba de ese escándalo discriminatorio aquí institucionalizado. Porque se puede considerar que la sociología es una disciplina ful, pero, y por ful que sea la sociología, no semeja de recibo que alguien que ha impartido docencia de esa disciplina en las principales universidades del mundo, el ministro por más señas, no haya podido acceder a una cátedra de la materia en una universidad pública española. Aunque ahora se le abrirá una última oportunidad. Anímese, ministro, y cambie de sexo.