Agosto es siempre un mes tan difícil para hacer periódicos que ni siquiera con el auxilio inesperado de los talibanes podemos los que nos dedicamos a esto dejar de recurrir otro año más a un clásico estival de último recurso, uno que nunca falla, nuestro Georgie Dann de la opinión política veraniega. Estoy hablando naturalmente, supongo que el lector avisado lo habrá adivinado, del alcalde-mesías de Marinaleda, Gordillo, peculiar híbrido entre un play boy rural, siempre con su inseparable foulard a la última moda palestina, y un ex joven guardia rojo, igual de iluminado que cuando mozo si bien algo achacoso y por la mudanza de la edad cansado. Gordillo, que yo creo que ya ha batido con creces el récord que tenía Franco Bahamonde en la liga de los cargos públicos con vocación vitalicia, esta vez nos ha vuelto a resolver el folio con lo de anatemizar el muy alienante anhelo pequeñoburgués, tan del gusto siempre de los revisionistas socialdemócratas, a unas vacaciones pagadas, osadía que por lo visto trató de llevar a la práctica una compañera-curranta del Ayuntamiento.
Yo no sé si el regidor Gordillo ha decidido implantar en su término municipal la célebre doctrina que estableció Pablo de Tarso en la Segunda Carta a los Tesalonicenses o si, por el contrario, lo de poner de patitas en la calle a la compañera Conchi remite a una legitimación teórica que apela al no menos célebre ensayo de Lenin que lleva por título El Estado y la revolución. En cualquier caso, ni Pablo ni Vladimir dijeron nada de quitarle las vacaciones con su paguita doble y todo al personal. El Nuevo Testamento sentencia, es cierto, que el que no trabaje no coma. Y la Constitución de la Unión Soviética venía a establecer lo mismo, si bien redactado de modo algo más rimbombante. "El trabajo en la URSS es un deber y una cuestión de honor para cada ciudadano apto, de conformidad con el principio: ‘El que no trabaja, no come’", decía en aquel papel. Nadie se extrañe, pues, de que en la Unión Soviética no comiera decentemente nadie. Pero eso de que no te puedas hacer ni una quincena en Marina d’Or yo creo, compañeros, que es pasarse.