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José García Domínguez

Cachetes a Casado

En este mundo no sólo hay clases, sino que también hay xenófobos respetables y xenófobos de tercera, los únicos abominables.

En este mundo no sólo hay clases, sino que también hay xenófobos respetables y xenófobos de tercera, los únicos abominables.
Pablo Casado en la convención nacional | EFE

En ese desfile de viejas glorias internacionales en que ha devenido la convención del Partido Popular, todas jubiladas y ya desprendiendo un inequívoco olor a naftalina, parece como si se hubieran puesto de acuerdo para propinar un paternal cachete colectivo a su entusiasta anfitrión español, el joven Casado. Así, no hay invitado que se prive de sazonar los elogios rutinarios propios de ese tipo de eventos con la advertencia a su hospedador de que debe abstenerse de todo roce con "fuerzas xenófobas". Siempre sin explicitar que, amén de estar señalando a Abascal, por xenofobia entienden rechazo activo frente a los flujos migratorios extracomunitarios.

Lo cual nos lleva a concluir que en este mundo no sólo hay clases, sino que también hay xenófobos respetables y xenófobos de tercera, los únicos abominables. Sin ir más lejos, en Alemania hay unos xenófobos muy malos, Alternativa por Alemania; unos xenófobos mucho menos malos, el Partido de la Izquierda (Die Linke), que también rechaza en sus programas la libre circulación de inmigrantes por territorio alemán; y unos xenófobos buenos y respetables, ese SPD que acaba de ganar las elecciones a la CDU tras haber criticado y combatido con dureza la decisión de Merkel de abrir las puertas del país a los refugiados sirios que huían de la guerra.

Y si vamos un poco más al norte, solo un poco, también nos toparemos con xenófobos muy buenos y muy homologables, nada que ver con los de aquí. Así, un partido al que ningún abuelo invitado a lo del PP osaría criticar es el de los socialdemócratas de Dinamarca. Su líder, la primera ministra del país, Mette Frederiksen, no tuvo empacho, y hace bien poco, en proclamar:

Cada vez tengo más claro que son las clases bajas las que pagan el precio de la globalización desregulada, de la inmigración masiva y de la libertad de movimientos de los trabajadores.

¿Alguien llama fascista por ello a la señora Frederiksen? No, por supuesto. De ahí que los muy respetables socialdemócratas daneses, al modo de los nazis en su tiempo, incluyan entre las medidas para controlar las migraciones la confiscación por el Estado de las joyas personales y demás objetos de valor que puedan portar los trabajadores extranjeros que se cuelen en Dinamarca. Ah, la hipocresía biempensante.

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