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José García Domínguez

Ahora no pretenden la independencia

El cacareado propósito de fundar un genuino Estado-nación no deja de representar en la práctica poco más que un espantajo para mantener asustado a Madrid.

El cacareado propósito de fundar un genuino Estado-nación no deja de representar en la práctica poco más que un espantajo para mantener asustado a Madrid.

¿Y ahora qué? Fiel a su tradición histórica, tras el muy ficticio escaparate de la unidad civil en torno al proceso soberanista, el catalanismo político luce hoy tan dividido en dos mitades como hace un siglo, cuando comenzó a hacerse patente el divorcio entre posibilistas y fundamentalistas; colaboracionistas y patriotas, en su particular jerga; apocalípticos e integrados, en la más elegante de Umberto Eco. He ahí las dos almas de ese movimiento secular, expresión política de un complejo magma sociológico, el de las clases medias autóctonas siempre temerosas de su declive demográfico, casi por completo ajeno tanto a la genuina burguesía local como a los obreros fabriles, grupos ambos indiferentes a su causa, cuando no abiertamente hostiles.

El fracaso de Mas y Junqueras el 9-N, definitiva constatación empírica de que a la mayoría de los catalanes le importa un carajo el derecho a decidir, supone la certificación de ese crónico desencuentro estratégico en el seno del catalanismo. Porque tan catalanistas son PSC, Unió o ICV como los convergentes, Esquerra o el de la sandalia. Minoría determinante sin la que nada puede hacerse en Cataluña, el independentismo, sin embargo, se sigue revelando impotente para alcanzar la hegemonía imprescindible a fin de consumar su proyecto de construcción nacional. Por eso el cacareado propósito de fundar un genuino Estado-nación segregado de España no deja de representar en la práctica poco más que un espantajo para mantener asustado a Madrid.

Puertas hacia dentro, el gran temor de Mas no es a que la legendaria torpeza del poder central lo convierta en otro Companys, un nuevo mártir heroico de la pàtria, sino a perder en las urnas un hipotético referéndum legal (como lo hubiera perdido el domingo de no haberse tratado el asunto de una pachanguita intrascendente). Así las cosas, esa impresionante capacidad de movilización, de galvanización emocional, que ha demostrado el independentismo quedará en nada a menos que Mas y Junqueras sean capaces de recomponer la unidad de acción con los posibilistas. Concesión al realismo que pasa por una reforma constitucional pactada con PP y PSOE que contemple dos objetivos irrenunciables. Por un lado, la prohibición efectiva de la lengua castellana en todo el ámbito público del territorio catalán. Por otro, la equiparación de hecho entre el cupo vasco y la financiación de la Generalitat. Al tiempo.    

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