Zapatero se va antes de que lo echen. De que lo echen los barones a gorrazos después de arrastrarles a un previsible desastre electoral en mayo. De que lo echen los votantes en unas elecciones que amenazaban con llevar al PSOE al grupo mixto. Y como no acaba de irse del todo, todavía le pueden echar los socios potenciales a la irrelevancia parlamentaria si dejan su minoría en lo que es. Se va, y no soy el único que cree que lo hace por motivos más personales que políticos.
Nunca fue la persona adecuada para la presidencia del Gobierno. Ha despreciado a media España, y a España entera si ampliamos la mirada a nuestra historia y la realidad y permanencia de la nación. Ha desatendió irresponsablemente la Economía. Ha intentado encajar al país en una horma ideológica desquiciada. Ha dejado al país más dividido y empobrecido, y a su partido ante el que puede ser el peor resultado en unas elecciones regionales y locales y en las nacionales a una presencia digna de Alianza Popular, vista la relación entre el voto y el paro. No le quiere nadie y el hecho de que se quite de en medio lo deja bien claro.
Tampoco le va a servir de mucho. Es cierto que la torpeza de Rajoy le va a otorgar Asturias a un nuevo partido y que los resultados de las elecciones regionales no son nunca unívocos, pero también lo es que no es fácil que los socialistas puedan parar lo que parece que vaya a ser una gran victoria del Partido Popular.
Al despedirse, se colocó en la posición del gran reformador que acepta su papel de tragedia griega, que labra su propia muerte (política) mientras nos salva a los demás de la crisis y a su partido de la impopularidad de las medidas necesarias. Pero no está claro que los potenciales socios le permitan sacar nada adelante. Y, por otro lado, el partido no puede desentenderse de la política del presidente, que es también su secretario general. Si hace una política impopular, el PSOE le seguirá hasta el final.
Y el límpido y pulquérrimo juego democrático entre los candidatos a sucederle acabará con las sutilezas habituales, lanzándose hachazos desde los medios de comunicación que controlan. Un juego de suma negativa, de destrucción mutua, que no van a poder evitar. No, no hay motivo alguno para pensar que la renuncia de Zapatero vaya a ayudar al PSOE.
Rajoy se quedará, probablemente, con la pasiva de este razonamiento: puesto que los otros no tienen nada que hacer, yo tampoco. Es verdad que nada hace y que le va francamente bien. Pero también lo es que, según apuntan los medios, no va a dejar escapar la oportunidad de oro de ir contra la marca PSOE, independientemente de cuál sea el candidato. Claro, que para eso hay que hacer algo, aunque sea mínimo, de crítica ideológica y, en el anverso de la moneda, de definición ideológica, pese a la natural aversión que le tiene Rajoy a las ideas.