Hillary Clinton, micrófono en mano, se dirige al público asestando un nuevo golpe al candidato Trump: "Me alegro de que nadie del temperamento de Donald Trump esté a cargo de la ley en nuestro país". Acto seguido, Trump le revuelve el revés con una de esas respuestas que marcan un debate, y la historia electoral de aquel país: "Porque estarías en la cárcel".
Era el segundo debate entre los dos contendientes. Donald Trump acababa de anunciar que cuando se convierta en presidente de los Estados Unidos pedirá al fiscal general que abra una causa contra Hillary Clinton por su retahíla de corrupciones y escándalos. Clinton es la candidata a la presidencia más corrupta de la historia de los Estados Unidos. Ni la factoría de presidentes de Ohio albergó un espécimen que confundiera tanto los medios públicos con los fines privados.
Esa confusión tiene como ejemplo más claro el uso de e-mails privados para asuntos de Estado. Hay casos jocosos, como el alquiler que hacían los Clinton de la habitación de Lincoln en la Casa Blanca. Recaudaron 5,4 millones de dólares, que destinaron a la campaña de reelección de Bill. Y otros menos graciosos, como dejar que la delegación americana en Bengasi pereciera en un ataque de Al Qaeda para poder negar en ese momento que se trataba, precisamente, de Al Qaeda.
Trump, en el movimiento más audaz y arriesgado del debate, situó a Hillary Clinton ante los espectadores como lo que debería ser: objeto del interés del sistema judicial de los Estados Unidos. Hillary tiene más méritos para estar en el banquillo que en la Casa Blanca, y esa es una de las grandes bazas de Trump para convertirse en presidente: mostrar que su rival es aún peor. Pero también corre riesgos. Se le puede acusar de ser una persona vengativa y de hacer un uso partidista de las instituciones, como si fuese un miembro más de los Clinton.
Por lo que se refiere al resto del debate, Donald Trump aguantó bastante bien lo que fácilmente podría haber sido una nueva derrota ante Hillary. Los dos se desvincularon del desastre de Obamacare, aunque Clinton no tiene aquí ninguna credibilidad. Trump podría haber distinguido entre los ciudadanos musulmanes pacíficos y los que no lo son, pero se aferra a su visión simplista de la vida, que tantos votos le está dando. Y en el capítulo fiscal él, que ha sido acusado por el New York Times de dejar de pagar impuestos durante años, tiene más credibilidad que Hillary, lo cual es chocante. Trump no ha perdido este debate, lo cual equivale a decir que lo ha ganado. Otra cosa es lo que se refleje en las encuestas.
Desde el anterior debate, las preferencias recogidas por los demóscopos se han volcado apreciablemente del lado de Clinton. Pero eso no es lo peor de lo que le ha ocurrido a Trump en estos días. Alguien ha querido hundir su carrera filtrando una grabación en la que hace comentarios muy vulgares sobre las mujeres. Por un lado, no sé de nadie que esperase de él unas palabras delicadas y respetuosas. Pero, por otro, alguna gota tenía que colmar el vaso en su partido, y puede haber sido esta. John McCain, Rob Portman, Kelly Ayotte o Joe Heck ya le han dado la espalda, y otros lo harán en breve. El Comité Nacional Republicano no sabe si seguir dándole su apoyo o retirárselo definitivamente. Sería la puntilla de una de las campañas más improbables de las últimas décadas.