La velocidad de vértigo de las encuestas en los Estados Unidos nos permite ver que Mitt Romney ganó el primer debate que ha mantenido con Barack Obama. Romney se empleó a fondo en el papel de aspirante. Se sabía los temas, mostró con precisión y claridad sus ideas, y las expuso con seguridad y cierta gracia. Él, que parece un personaje sacado de un cómic. Obama actuó como un extraterrestre recién plantado en los estudios de la PBS. Estaba aburrido, no quería bajarse del autobús; pensaba que no necesitaba hacerlo para ganar.
El debate, formalmente, era sobre la presidencia de Obama. Es normal. Es él quien se somete al escrutinio de los estadounidenses. Romney es una esperanza. Obama es una realidad. Pero la verdad es exactamente la contraria. Todos sabemos cómo es Obama. Le hemos oído en varios discursos. Le hemos visto poner exactamente la misma sonrisa ante los personajes más dispares. Le hemos visto cantar. Le hemos visto bailar. Quien tenga en su memoria sus obras completas recordará que iban sobre él. No nos hace falta llevar casados dos décadas con él, como Michelle Obama, para conocerlo bien.
No es el caso de Romney. Desde luego, no es el caso en España, porque, quitando el medio de comunicación que usted visita y alguno más, el resto se dedica a desinformar sobre los Estados Unidos, y en particular sobre el partido republicano. Pero es que los propios estadounidenses sólo lo conocían (excepción hecha de los ciudadanos de su estado, Massachusetts) por unos anuncios de su campaña y unas cuantas declaraciones cortadas y enlatadas en los medios de comunicación. En el debate de anoche, y cabe pensar que en los dos siguientes, vieron a Mitt Romney expresar con convicción e incluso con gracia qué es lo que piensa, qué es lo que no piensa y qué idea tiene del futuro de su país.
Romney ganó a los puntos. No hizo un discurso brillante, que despertase desbordantes entusiasmos. Se mostró como es. Con unas cuantas ideas, bien ancladas en los hechos, y una voluntad centrista. Como cuando dijo que buscaría el consenso entre republicanos y demócratas sobre el modelo sanitario, algo que de hecho ya logró en Massachusetts cuando se desempeñó allí como gobernador y que Barack Obama no ha buscado ni, por supuesto, encontrado.
Pero su exposición fue suficiente para dejar claro qué ideas representa, o dice representar, y cuáles encarna el actual presidente. No se engañe el lector. Si, contra pronóstico, Romney llega a la Casa Blanca, mantendrá abierta la espita del gasto público, como lo han hecho los presidentes republicanos antes que él. Pero al menos podremos soñar con que los Estados Unidos seguirán siendo los Estados Unidos.