Ya dijo el profesor Tierno, quien pasó por eminencia sobre todo después de su muerte a pesar de que sus sentencias, en latín o en vernáculo, eran muchas veces propias de un Pero Grullo con cataratas, aquello de "las promesas electorales están para no ser cumplidas". Eso sería en la vieja y noble política, donde te podías fiar de que los aspirantes al Gobierno no iban a responder en ningún caso de sus ilusionantes decálogos. La civilizada cosa pública donde florecían los que cambiaban de chaqueta, los que cambiaban de Régimen, los que cambiaban de principios y los que cambiaban de Pío Cabanillas, o de Fernández Ordóñez. Pero en estos tiempos oscuros de desprestigio de la casta política ya no podemos estar ni mucho menos seguros de que los políticos no hagan lo que dicen. Cualquiera se fía. Por ejemplo, Rubalcaba con esa su propalada receta para salir de la crisis consistente en pagarle más a los funcionarios. Ojalá las promesas electorales estuviesen para no ser cumplidas, como en la época en que aún había algún interés político por el bien de la ciudadanía y el futuro de España.
Siempre me ha parecido absolutamente desoladora esa inquietante tendencia del Partido Socialista Obrero Español a cumplir después de las elecciones, si es que triunfan, todas sus promesas que tengan que ver con la Alta Traición, la disolución social (llamada "ampliación de derechos de las minorías") o el minucioso saqueo de la caja pública. Incluso, y es lo más fascinante, cuando ya no queda caja pública porque se la han pulido. Es una fidelidad a la palabra dada que me aturde, me encocora y me trajina, que diría el humorista Pepe da Rosa. De ese tipo de compromisos con sus electores, los socialistas no se olvidan de ninguno. Lo maligno del último Rubalcaba no está en que asegure estos días que, de gobernar él, subirá las pensiones y el sueldo de los funcionarios. Lo verdaderamente inconcebible es que encima en su fuero interno pretenda hacerlo, sin nada de aquel candoroso cinismo de Tierno. ¿Dónde están los cínicos, cuando se los necesita?
No puede preocupar a nadie ya que Rubalcaba diga trolas –la suya es una suerte de sinceridad al revés: la verdad será todo aquello que no dice, o que desmiente–, me preocupa que, abandonados por el exvelocista los últimos escrúpulos, si es que cabe en cabeza humana que aún lo acompañara alguno, llegue ahora a su máximo nivel de perfidia y corrupción moral anunciando a los funcionarios lo que sería muy capaz de perpetrar en cuanto llegara al poder. Lo de menos es ese acceso de modestia que le afectó a continuación, reconociendo que la subida generalizada de nóminas no podría ser muy rumbosa dados los tiempos: seguramente estaría mintiendo otra vez, puesto que este tipo, si ha sido capaz de quebrar las vigas maestras del Estado con tal de salvar el "proceso" con los terroristas, no tendría mayor inconveniente en poner a los auxiliares administrativos sueldo de subsecretarios de Estado.
Y el contribuyente alemán que venga detrás, que arree.