Mariano Rajoy aún tiene esperanzas de salir el domingo por la mañana a votar y encontrar que las calles de España están milagrosamente aún puestas porque alguien no se las ha llevado esa noche. Rajoy, con la mejor de sus muecas con lejano recuerdo de sonrisa, ha intentado calmar a los mercados diciéndole a Europa lo del chiste ruso, en previsión de su triunfo en las urnas: "nos encontrábamos al borde del precipicio, pero ahora, gracias al nuevo Gobierno, daremos un gran paso adelante". La situación es desesperada, pero no grave.
La situación de España es tan insostenible económicamente que puede que eso sea precisamente lo que la mantenga en pie, aunque políticamente no se ha sostenido en ningún momento. Si todo lo que nos ocurriese fuese menos grave ya estaríamos listos de papeles. No habría dinero para nuestro rescate, por tanto las autoridades europeas no contemplan, menos mal, que se produzca la quiebra. Esto debe de ser "el poder del pensamiento negativo": si no te puedes permitir que algo se produzca, desea con fuerza que desaparezca. Y esto lo creen las mejores cabezas de la Unión Europea. Ya se ve que estamos en buenas manos. Dicen que los aviones se mantienen suspendidos en el aire gracias al miedo de los pasajeros, y aquí estamos colgados de una apariencia aún solvente por el mero pavor colectivo de que no sea así. O sea, que si a pesar de todo quebramos, la Unión Europea dirá lo de la famosa carta de los Hermanos Marx: "la miraremos pero no la leeremos, o quizás la leeremos, pero no la escucharemos". Quebraremos, pero, tranquilos, no lo contaremos.
Si el todavía presidente Zapatero llega a tardar un poco más en poner la fecha de las elecciones, no es que pasáramos el punto de no retorno en la "prima de riesgo", sino que llegaríamos al día siguiente del propio Juicio Final, cuando ya hubiesen cerrado por fin de temporada hasta las puertas del Infierno. Vamos a llegar, por fortuna, justo a tiempo, pero aún no se sabe de qué. A lo mejor, de no tener ya por qué ir a trabajar la semana que entra, porque nos enteremos que ya no existimos desde la anterior. A Rajoy tampoco le van a gustar los lunes. Y todavía debemos agradecer que la agonía de España sólo haya durado siete años y medio. De haberse agotado la legislatura normalmente, los políticos en lugar de mítines tendrían que andar repartiendo sacas de víveres. En la reciente, y muy potable, película Margin Call sobre el inicio de la crisis económica en el corazón del capitalismo neoyorkino, el personaje del tiburón financiero interpretado antológicamente por Jeremy Irons –de forma involuntaria para los propósitos progres del argumento, el más atractivo del film– dice sobre la orgía de dinero barato y las subprime: "A mí me pagan por una sola razón: por saber dónde va a sonar la música, ahora y dentro de un año. Ahora la música ha parado. Ya no oigo nada de nada". ¿Alguien escucha algún sonido ahora mismo en España? Yo, sin embargo, sí: ese agradable repiquetear de las piedras del fondo marino que se escuchó en las playas del sureste asiático, al retirarse completamente el océano previamente al advenimiento del Tsunami.
El PP tal vez tenga que celebrar el presumible resultado de estas elecciones dibujando con los dedos, no el signo de la victoria, sino el de la extremaunción. El domingo por la noche, tras el confetti, puede que nos tengamos que poner en la solapa aquel elegante lema con el que un escritor decadentista francés firmaba siempre sus cartas: "demasiado tarde". Todo lo mejor llega en la vida, pero siempre demasiado tarde. Esperemos que la hora de resultar extemporáneos lleve algo de retraso.