¿Qué le pasa al partido del "tic-tac"? ¿A aquél que mirando a la cara del político decía: "Tenéis miedo"? ¿A ese que le bastaba con decir “casta” para englobar a populares y socialistas? ¿Al mismo que anunciaba una nueva era en la que “el pueblo” se iba a empoderar? ¿Ese partido, digo, que se atribuía la voz de la ciudadanía frente a los partidos tradicionales, el PP y el PSOE? ¿Por qué ahora Iñigo Errejón, antiguo azote de la casta, se ofrece a los socialistas –oh, esa castuza– para formar un Gobierno de coalición tras las elecciones generales? La respuesta es sencilla: Podemos ha fracasado.
Podemos ya no es esa fuerza con un líder mesiánico al frente, aquel tipo con telegenia que ficharon los troskos de Izquierda Anticapitalista para encabezar un proyecto de una nueva izquierda, "la verdadera". Y es que Iglesias es más contestado dentro de su partido que fuera, está acorralado por unos líderes locales que le acusan de traicionar los principios fundacionales y la democracia asamblearia que insufló vida a Podemos. Es más, su cariz de líder mediático le está costando caro, porque la exposición excesiva, con la sobreactuación propia del populista, le ha convertido en un miembro más de la clase política, con su sueldazo, sus prebendas y sus manías. Ha dejado de ser "uno más" del pueblo para abanderar la "nueva casta" e incluso aparecer en las páginas del corazón.
El fracaso de las primarias, en las que Iglesias y Errejón establecieron un sistema para imponer una lista y tener así un grupo parlamentario obediente –no lleno de Teresas Rodríguez o Echeniques–, resquebrajó la fragilidad de un partido-movimiento hecho a golpe de ira y venganza. El disgusto ha llegado, y con él las críticas a los métodos, a los jefes y a las estrategias, que ha terminado con la división interna y el nacimiento de Ahora en Común y de otros grupos menores.
Es más, el populismo socialista, copiado de la experiencia chavista y de los libros de Ernesto Laclau y la Escuela neomarxista de Essex, que les llevó a vender una demagogia basada en la crítica fácil, con un programa tan amplio como vago, está agotado. ¿Quién se acuerda del plan económico que elaboró para ellos Vicenç Navarro y Juan Manuel Torres? Nadie. Pero sí está presente en el electorado el respaldo de Pablo Iglesias a Tsipras, "nuestros hermanos griegos", y aquel grito de "Siryza, Podemos… ¡Venceremos!". Pues han perdido, y ya va el tercer rescate con un populismo heleno dividido y un Tsipras dimitido. Esa imagen ha quedado en la retina del votante español.
Pero ahí no acaba la cosa. Arrinconaron a Juan Carlos Monedero con la excusa de una financiación dudosa, para convertir a Podemos en lo que no era: un partido transversal, no de izquierdas radical, como quería el exasesor de Chávez. Porque Errejón sabe que las elecciones se ganan en el centro, no cuando el electorado sitúa a la formación más a la izquierda aún que IU. Monedero hubiera sabido encauzar esas primarias quebradizas, sostener al líder mesiánico en sus horas bajas y mantener la unidad de un partido-movimiento repleto de cabezas de ratón y poco león.
El viaje de Errejón al centro de la política comenzó con aquellas extrañas afirmaciones: "Nosotros somos socialdemócratas, como los nórdicos", al tiempo que se entrevistaban casi a escondidas con Zapatero y José Bono, que querían ver en aquellos chicos complutenses a los jóvenes del 68 que les hubiera gustado ser. Sí, esa entrevista que tanto enfadó entonces a Pedro Sánchez, quien ahora ve en los podemitas su única tabla de salvación en un PSOE en el que una parte importante, los susanistas, o los de Carmona y Gómez, desean tanto su fracaso como los populares.
Pero Podemos sigue atribuyéndose la "voz de la ciudadanía", el "núcleo irradiador" de los "sectores aliados laterales", a pesar de que las encuestas tan solo les dan entre el 15 y el 18% de intención de voto, muy lejos del 28% del que se ufanaban a finales de 2014. Porque la caída en picado de Podemos, en la que ha influido mucho también su desfile estrambótico de concejales –con tuits y perfiles que abochornarían a cualquiera–, es digna de estudio.
¿Y qué decir de su proyecto territorial, fundado en el reconocimiento del derecho de autodeterminación y al tiempo su rechazo? Porque Iglesias asegura: "No quiero que Cataluña se vaya, pero la casta les ha insultado". Y mientras en Barcelona unían por arriba a despecho de las bases para hacer una lista única, la monja Forcades les ha abandonado por "poco democráticos", y surge la división.
Por eso, ahora, con el agua al cuello, jugándose la vida política, el oxígeno electoral dentro de su formación, Errejón susurra que estaría dispuesto a pactar con el PSOE de Pedro Sánchez si apuesta por el cambio. ¿Qué cambio? ¿A lo griego o a lo nórdico? ¿De izquierdas o transversal? ¿Español o de taifas? ¿Frentepopulista o de consenso? Nadie lo sabe, ni siquiera él. Mientras, Sánchez se hace el nórdico y coquetea con el griego. Es cosa de hombres socialistas.