Es un tópico discutible el decir que una biografía acerca a un periodo de la historia. Las bien hechas son aquellas que explican una problemática a través de la vida de una persona. El encaje es casi perfecto cuando la preocupación intelectual del historiador le lleva a escoger a un personaje con el que desarrollar esa inquietud. Los historiadores españoles de la década de 1980, y algo menos los de 1990, estuvieron preocupados en dos cuestiones que para ellos eran de actualidad: la democratización y la cuestión social (o "movimiento obrero", como se decía entonces). El paso de la dictadura a la democracia, el comportamiento de la Corona, la Iglesia y el Ejército, la actitud de los españoles y de sus partidos, la querencia popular o el rechazo de las costumbres democráticas, la hora del "gobierno del pueblo" –entendido éste como pueblo trabajador–, entre otras cuestiones, animaron al estudio de las experiencias anteriores, como la Restauración y la Segunda República.
Salvador Forner, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alicante, dio rienda suelta a esa preocupación en su tesis doctoral, presentada en 1980, titulada Industrialización, clase obrera y movimiento obrero en Alicante (1923-1936). Al mismo tema dedicó otros trabajos, resaltando el contraste entre las peticiones de las organizaciones obreras y las soluciones presentadas por el Estado, así como la resistencia del obrerismo a integrarse en el sistema. A esto le siguió el estudio del problema de la España de comienzos del novecientos, como el de casi toda Europa: la adecuación de los regímenes parlamentarios decimonónicos a la política de masas. No se trataba solamente de establecer el sufragio universal y los derechos individuales, sino de que el sistema los interiorizara. Esto suponía que las elecciones fueran verdaderamente libres y competitivas, y que los partidos asumieran la democracia en cuanto a estructura, funcionamiento, comportamiento y discurso. Este asunto marca dos de las tres claves intelectuales presentes en la obra de Forner: la democratización y la cuestión social (la tercera clave es la integración europea, a la que se ha dedicado desde 1998); es decir, la modernización de los Estados al compás de las necesidades de la sociedad desde el siglo XIX.
Forner publicó junto a Mariano García la obra Cuneros y caciques (1990) poniendo de manifiesto justamente los obstáculos para la práctica verdadera del sufragio universal desde su restablecimiento en 1891, y el daño que eso produjo para la fe en el régimen y la integración de los socialistas y republicanos. Finalmente, Forner encontró en José Canalejas (1854-1912) el personaje político adecuado para dar rienda suelta a esa inquietud: ¿cómo llevar a cabo la modernización política y social de un régimen liberal consiguiendo la aceptación de los partidos del sistema y la integración de la oposición política y obrera? El resultado fue Canalejas y el partido liberal democrático (1900-1910), que es la base fundamental de la biografía que sobre dicho político acaba de publicar en la colección Biografías Políticas, editada por FAES, bajo el título de Canalejas. Un liberal reformista.
En esta obra, Salvador Forner divide la vida de Canalejas en tres etapas. La primera sería la de formación y descollamiento, entre 1881 y 1890, que quizá sea la más vulgar, ya que no se diferencia de la tropa liberal o conservadora que se movía por las instituciones de la Restauración. Era un figurón político a la sombra de un gran hombre, Sagasta en este caso, con reminiscencias democráticas de un pasado radical; como muchos otros. La clave para el cambio de Canalejas estuvo en el gobierno largo de Sagasta, entre 1885 y 1890. Por un lado, porque se consolidó su lealtad al régimen de la Constitución de 1876, ya que vio en él el "marco más idóneo –escribe Forner– para la actuación sin restricciones de las distintas fuerzas políticas" (p. 49). Canalejas entendió que en aquella etapa se habían ejecutado las medidas para la modernización política del país, a la que coadyuvaron de forma innegable Emilio Castelar y su posibilismo, restableciéndose el sufragio universal masculino y el derecho de asociación. Quedó pendiente, como señaló el propio Canalejas, la reforma económica y social, que fueron imposibles entre la crisis de su partido y la general del país, provocada por el desastre del 98. A partir de aquí empezó la etapa más interesante de su vida.
Canalejas no fue de los que traicionaron la libertad tras el 98, sino que pretendió la modernización del país para asegurar las conquistas liberales, avanzar en la democracia y resolver la cuestión social a través del intervencionismo estatal. Accedió a la presidencia del Gobierno en 1909 mediante una crisis provocada por el Rey y contraria a la lógica parlamentaria. El propósito era salvar la Monarquía aplicando un programa de reformas democráticas y sociales que desarmaran el movimiento republicano y revolucionario. Alfonso XIII le nombró saltándose la jefatura del Partido Liberal. Los herederos de Sagasta vivieron un momento de zozobra que llevó a Montero Ríos a decir: "No es el rey el que nombra los jefes de los partidos". Muchos liberales y republicanos vieron en la elección de Canalejas una maniobra de Alfonso XIII para no dar el poder al Bloque de Izquierdas, liderado por Moret, protagonista del "Maura, no".
Forner afirma que el programa reformista de Canalejas fue la última oportunidad de la Monarquía para sobrevivir en el régimen constitucional; luego vendría la Dictadura, claro. Canalejas abordó la modernización acomodando la religión a la nueva sociedad española: libertad de cultos, limitación de establecimiento de nuevas órdenes religiosas sin autorización gubernamental (la Ley Candado), el matrimonio civil y la limitación de la presencia del catolicismo en la educación pública. Para los anticlericales republicanos fue poco, y para los clericales algo menos que el apocalipsis. Luego emprendió una reforma fiscal. Por fin acabó con el impuesto de consumos, en junio de 1911, que recaía en los productos de primera necesidad, por lo que era, según palabras de Canalejas, "levísimo para el rico, ruinoso y aniquilador para el proletario". El reformismo fiscal no acabó ahí, sino que introdujo otras medidas para ampliar la recaudación directa sobre la riqueza y aliviar a los sectores más humildes.
La cuestión obrera la quiso resolver a través del intervencionismo estatal, parte de la nueva cara del liberalismo de comienzos del XX. Y lo hizo a golpe de legislación: la jornada laboral máxima de nueve horas en las minas y mejora de las condiciones de trabajo de los mineros (1910), el contrato de aprendizaje (1911), la prohibición del trabajo industrial nocturno de mujeres, con un descanso mínimo de 11 horas entre jornadas (1912), y el papel arbitral del Estado en los conflictos laborales a través de los Tribunales Industriales (1912). Esto no supuso que bajara la conflictividad revolucionaria, lo que motivó la acción expeditiva de Canalejas, al que Pablo Iglesias llamó "gobernante abominable". A esto le siguió la modernización y democratización del Ejército a través del servicio militar obligatorio (1911 y 1912). El conjunto, dice Forner, dejó a Canalejas solo; una soledad que únicamente rompió el catalanismo político, satisfecho por su receptividad hacia la creación de la Mancomunidad.
Su asesinato, el 12 de noviembre de 1912, dejó muchas cosas pendientes. Entre ellas, una democratización del régimen que, quizá, hubiera salvado al Rey de deslizarse por la tortuosa vía de la Dictadura. No obstante, como apunta Forner, las dificultades para el éxito de la política integradora de Canalejas no vinieron solamente de los instalados en el régimen, también de los que estaban fuera: republicanos y socialistas. Estos aspiraban a un nuevo "¡Abajo lo existente!", aquel grito de 1868 que derribó a los Borbones por primera vez. Canalejas fue, en consecuencia, un "marginal" de la política, dice Forner; su soledad en la tarea de aglutinar una mayoría en torno a un proyecto de renovación "produce perplejidad" (p. 179). La imposibilidad de modernizar la sociedad y la política a través del Estado señaló la crisis definitiva de la Restauración.
Canalejas, tal y como cuenta Forner, simboliza la renovación liberal y el reformismo democrático para salvar un régimen, pero también su inutilidad cuando la oposición antisistema vive para la revolución y los partidos institucionales y la Corona no actúan legal ni patrióticamente.
Salvador Forner, Canalejas. Un liberal reformista, Gota a Gota, Madrid, 2014, 196 páginas.