¿Querían pruebas sobre el Russiagate? Pues aquí las tienen… y el culpable no es Trump.
El ritmo es trepidante. Muerte de Ginsburg. Nominación de Barrett. Polémica sobre los impuestos de Trump. Ingreso en el hospital por covid-19. Alta hospitalaria y regreso triunfal a la Casa Blanca. Y ahora, en palabras del propio Donald Trump, la “desclasificación de todos y cada uno de los documentos relativos al mayor CRIMEN político de la historia americana, el fraude sobre Rusia. Dicho de otra manera, de los emails de Hillary Clinton”. Desde luego no hay tiempo para aburrirse en esta recta final de campaña presidencial estadounidense.
¿Recuerdan las denuncias de colusión con Rusia que esgrimieron los demócratas para intentar deslegitimar la presidencia de Trump? Sí, las que acapararon portadas y noticias en prime time, las que iban a hacer caer al malvado arribista sin escrúpulos que habría vendido el país a Putin y los suyos.
El pasado martes, el Director de Inteligencia Nacional de los Estados Unidos, John Ratcliffe, desclasificó documentos que sustentan el papel clave de Hillary Clinton en el montaje de ese fraude. De hecho, la antigua secretaria de Estado y candidata demócrata a la presidencia, Hillary Clinton, habría montado el fraude del Russiagate para desviar la atención del escándalo de sus emails (el uso de su email privado para la comunicación y almacenamiento de documentos clasificados). Hillary fue descargada de toda responsabilidad el 5 de julio de 2016 por el entonces director del FBI, James Comey, entre acusaciones de parcialidad, pero el caso siguió coleando durante toda la campaña.
Pocos días después se filtraba el Informe Steele, que exponía que Trump estaba implicado en "una desarrollada cooperación y conspiración" con "los líderes rusos". Parte de esta conspiración consistiría en que "el régimen ruso ha estado detrás de la reciente filtración de mensajes inadecuados enviados desde el Comité Nacional Demócrata a WikiLeaks." Esta "operación", sostenía Steele, "tenía el pleno conocimiento y apoyo de Trump y de los miembros de alto rango de su equipo de campaña". En contrapartida, Trump se habría supuestamente comprometido a aceptar de facto la intervención rusa en Ucrania y a debilitar el compromiso de los Estados Unidos con la OTAN.
Lo que ahora revelan los documentos desclasificados por Ratcliffe, más de 1.000 páginas, es que toda la historia de la conspiración de Trump y Rusia fue un montaje organizado por Hillary Clinton para protegerse y desprestigiar a su rival en la carrera presidencial. Pero aún hay más: los documentos desclasificados dejan en una posición complicada al antiguo director de la CIA, John Brennan, pues sugieren que la CIA nunca pidió una investigación al FBI sobre Hillary sino que, por el contrario, se volcó en una investigación sobre Trump basada en acusaciones infundadas. Aún peor: Brennan habría informado al entonces presidente y compañero de partido de Hillary Clinton, Barack Obama, de toda la maniobra, como lo confirman las notas manuscritas del propio Brennan que ahora salen a la luz pública. Una muestra de que eso de usar con fines partidistas los organismos del Estado no es solo una peligrosa querencia de Pedro Sánchez, sino que ha sido una práctica extendida también durante la Administración Obama.
El asunto es de calado porque quienes podrían regresar a puestos de poder son aquellos que urdieron esta trama. Sin ir más lejos, y según el periodista de RealClearInvestigations, Paul Sperry, el asesor de política exterior de Hillary Clinton que fue el cerebro de la operación de intoxicación contra Trump en 2016 es ahora uno de los pesos pesados en el equipo de campaña de Biden. Por no hablar del pequeño detalle de que, cuando todo esto ocurrió, Joe Biden era vicepresidente, esto es, era el número 2 de una administración que usó los resortes del gobierno, en concreto sus agencias de investigación e inteligencia, para atacar la candidatura de Trump y apoyar a la candidata demócrata.
En síntesis: una candidata a la presidencia de los Estados Unidos montando una conspiración falsa para hundir a su rival en las elecciones, con la colaboración de la CIA y la aprobación del propio presidente de los Estados Unidos. Todo un guion para un thriller político aspirante al Óscar o, como mínimo, para una serie en Netflix publicitada a todo trapo. Y mientras tanto, para abrir boca, titulares en todas las portadas de los grandes medios de comunicación. Lo lógico teniendo en cuenta los protagonistas y la gravedad y alcance del fraude. Y sin embargo…
Busquen en nuestra prensa, busquen. No encontrarán nada en portada… ¡ni siquiera en una oscura esquina de la más recóndita página interior! Vayan a la prensa estadounidense y, bueno, aquí sí, alguna que otra mención, alejada del foco principal, y a otra cosa. Y ahora imaginen que el complot fuera al revés, que se desclasificaran documentos que prueban que un candidato republicano maniobró junto a la CIA y al presidente, para lanzar acusaciones falsas contra el candidato demócrata a la presidencia. Imaginen las portadas, los especiales informativos, los tertulianos desatados… ¡Si casi veo las manifas ante la embajada norteamericana exigiendo que se haga justicia y se salve la democracia de los ataques de la derecha!
Hace tiempo que lo sabemos y no hace más que confirmarse. Nunca es el qué, siempre es el quién.