Siguen avanzando inexorablemente las primarias estadounidenses y cada vez quedan menos oportunidades para las sorpresas. Tras las últimas y abultadas victorias de Hillary y Trump en Connecticut, Delaware, Maryland, Pennsylvania y Rhode Island, en el bando demócrata ya está casi todo el pescado vendido y Clinton conseguirá la nominación presidencial que anhela desde hace lustros.
En el bando republicano las cosas están más entretenidas. Se esperaba que Trump consiguiera casi todos los delegados en juego y así lo hizo. La sorpresa estriba en otro dato: el margen de su victoria, con porcentajes sensiblemente superiores a los ya altos previstos. La campaña del Never Trump no parece que esté dando muy buenos resultados. Quizás es porque la gente se apunta al ganador, al frontrunner, haciendo gala de ese instinto gregario que tan a menudo sale a la superficie, o quizás es que muchos de los republicanos anti-Trump se sienten incómodos teniendo que apoyar a Cruz, una elección que les viene impuesta por la realidad pero que no les hace especial gracia. Desde luego, el famoso establishment del Partido Republicano, esos tipos que no vieron venir a Trump y reaccionaron cuando probablemente fuera demasiado tarde, no son precisamente unos entusiastas de Ted Cruz. Como muestra baste un botón: John Boehner, el antiguo líder republicano en el Congreso y presidente de la Cámara hasta el pasado mes de octubre, cuando fue reemplazado por Paul Ryan, fue interrogado la semana pasada, durante una visita a Stanford, sobre su opinión acerca de Ted Cruz: tras poner cara de disgusto, Boehner soltó: "Lucifer en carne y hueso", provocando las risotadas de los asistentes, para luego completar su peculiar retrato afirmando: "Tengo amigos demócratas y republicanos. Me llevo bien con casi todo el mundo, pero nunca había trabajado con un hijo de puta más miserable en toda mi vida" ("I have never worked with a more miserable son of a bitch in my life"). No está mal para ser de tu mismo partido.
Otros señalan, ante quienes se extrañan de que tanta gente vote Trump a pesar de que en todas las encuestas que plantean un enfrentamiento directo con Hillary le dan como perdedor (con una ventaja consistente para Hillary de en torno al 8%), que sus votantes no están tan interesados en ganar como en darse el gustazo de hacer rabiar a quienes están convencidos de que les han traicionado. En estas condiciones, los argumentos racionales habituales son de poco efecto y ese casi 40% de quienes votan en las primarias republicanas en el que se ha instalado Donald Trump parece bastante sólido.
Ted Cruz, en un intento de cambiar su suerte, ha anunciado por su parte que su vicepresidente sería Carly Fiorina. No obstante, y a pesar de sus esfuerzos para cambiar el rumbo reciente de las primarias, las encuestas para esta semana en Indiana no le dan buenas perspectivas, lo que le dejaría en la obligación de ganar allí donde se espera su triunfo (Nebraska, Montana, Dakota del Sur y probablemente Washington) a la espera de una victoria en California el 7 de junio. En esta labor, no precisamente fácil, Fiorina puede tener su rol para atraer más voto femenino, al tiempo que rentabiliza su popularidad entre los republicanos californianos (en las primarias republicanas de California sólo participan republicanos registrados como tales). De los 172 delegados en juego allí, sólo 13 se asignan al ganador en el estado; los 159 restantes van a los ganadores de cada uno de los 53 distritos californianos según el criterio de que el que gana se lo lleva todo, lo que permite, al menos en teoría, una victoria aplastante en delegados incluso en el caso de una victoria por los pelos en votos. Los californianos, a quienes no se les hace habitualmente mucho caso, pues a estas alturas casi todo suele estar decidido, están disfrutando de lo lindo con la importancia que sus delegados han adquirido este año.
En cualquier caso, y dando por sentado que Trump no va a alcanzar los 1.237 delegados necesarios para asegurarse la nominación (algo que matemáticamente aún podría conseguir), no es lo mismo quedarse a un centenar o más o no llegar a la cifra mágica por unos pocos delegados. De hecho, la campaña de Trump está insistiendo en que no sería "democrático" negarle la nominación al candidato con más delegados… además de que conseguir captar a un puñado de delegados tránsfugas que se pasen a las filas del multimillonario no parece una posibilidad remota (algo que, en muchos de los casos, aunque no sea nada común, está permitido). Independientemente de la previsible derrota ante Hillary del futuro candidato republicano, estamos asistiendo en directo a la mutación de lo que ha sido el Partido Republicano de las últimas décadas: la coalición conservadora que llevó a Reagan a la presidencia está siendo sustituida por una plataforma nacionalista y populista con más puntos en común con los partidos emergentes en el centro de Europa que con el conservadurismo clásico anglosajón.