Este vídeo ha dado la vuelta al mundo a lomos de las redes sociales... Y no versa sobre el ébola.
Se trata de una imagen rutinaria captada por una de las cámaras de la Estación Espacial Internacional, en la que supuestamente se aprecia el paso de un ovni. Les ahorraré tiempo y dinero en gafas: miren en el minuto 1:03 y verán una especie de mancha clara en el centro de la imagen.
Eso es todo. Cuesta verlo tanto como entenderlo.
Pero ahí está y ha avivado de nuevo el moribundo debate sobre la visita de naves alienígenas. Digo "moribundo" porque nunca en su historia la ufología había disfrutado de tan bajos índices de popularidad como ahora.
Igual que la NASA acude a la búsqueda de agua en Marte cuando necesita ganarse algún titular, los ufólogos suelen agarrarse a la fama de los astronautas para tratar de dotar de credibilidad a sus ideas. No es nuevo. Y ha vuelto a pasar.
Ya saben algunos de ustedes que estos temas me apasionan. De hecho me obsesioné por buscar una explicación a estas creencias en algunos de mis libros. ¿Cómo es posible que la sociedad más científcamente avanzada de la historia genere mitos tan obscenamente ridículos?
La respuesta, dicen los antropólogos, está en la misma pregunta. La mitología ovni sería una versión moderna de una de las antiguas ilusiones culturales, como la brujería o los fantasmas. Una persona puede comportarse en sociedad de manera absolutamente normal mientras manifiesta las creencias más irracionales imaginables. ¿La razón? Sus creencias son socialmente aceptadas, no molestan e incluso son apreciadas con interés. Creer en alienígenas, en platillos volantes y en seres de otros planetas no entra en conflicto radical con nuestro modo de ver el mundo en un siglo XXI hipertecnificado, científico y capaz de todo. Sí, el ser humano ha conseguido volar a velocidades superiores a la del sonido, enviar máquinas a los confines del sistema solar, diseñar artefactos que simulan la invisibilidad ante los radares, generar métodos de concepción e hibridación genética a partir de un simple grupo de células, favorecer la regeneración de tejidos e incluso su fabricación en laboratorio. Hemos podido apuntar nuestros más modernos sistemas de observación astronómica hacia las cercanías de estrellas distintas al Sol y observado la presencia de docenas de planetas que orbitan otros astros. Algunos de ellos quizás tengan ciertas propiedades fisicoquímicas similares a las de la Tierra, y su tamaño.
En este entorno cultural, pensar en la posibilidad de que una civilización extraterrestre nos observe, nos vigile, nos visite.... no repugna especialmente al cerebro de nadie medianamente informado como sí lo harían hoy los milagros, los caballeros fantasmagóricos, las visitas de espíritus de ultratumba y otros mitos de épocas lejanas. La ufología es la pseudociencia más tecnológica, más investida de iconografía científica. Es por eso la ilusión que más fácilmente se ha instalado en nuestra cultura cibernética del siglo XXI. Dado que la creencia en los aliens no entra directamente en conflicto con nuestro actual modo de ver el mundo (cultural y científicamente); dado que es altamente probable que existan otros planetas con condiciones apropiadas para albergar vida, siquiera de forma microscópica; dado que nosotros mismos hemos diseñado naves que ya viajan fuera de la frontera del Sistema Solar, los mitos extraterrestres han ganado posiciones a la hora de explicar cualquier fenómeno extraño, cualquier experiencia aparentemente inexplicable: desde una supuesta mancha que acompaña a la ISS hasta las desasosegantes sensaciones que deben de padecer las víctimas de un trastorno del sueño paralizante
No sólo eso, sino que estas creencias son un fantástico espejo de nuestra sociedad: reflejan nuestra pasión recién adquirida por los viajes espaciales, nuestras dudas ante la puerta que hemos abierto a la manipulación genética, nuestros miedos a las nuevas formas de guerra planetaria y total que están al alcance de nuestra mano tras la era nuclear.
A medida que el mundo intelectual ha ido alejándose por insatisfacción de las explicaciones míticas sobre las leyes de la naturaleza y volviendo la mirada con más celo a la ciencia y a la técnica, la creencia en seres de otros mundos visitantes e iluminados ha ido ganando raigambre. Esa válvula de escape a nuestra necesidad de misterio, a nuestra ignorante pequeñez quizás, no necesita sostenerse en la trascendencia y es perfectamente compatible con nuestro mundo tecnificado. Curiosa paradoja: la pasión por la ciencia, la búsqueda positiva de una explicación al mundo que nos rodea, ha provocado, como efecto secundario inevitable, el nacimiento del más sorprendente mito sobrenatural. Verosímil, materialista, científico… pero mito.