La peor crisis sanitaria en España en las últimas décadas, el primer caso de infección de ébola contraída fuera de África, se ha saldado con un perro muerto. El único ser humano contagiado por el mal en territorio europeo, la auxiliar de enfermería española, se ha curado. Ha recibido el tratamiento adecuado, ha sido cuidada por profesionales perfectamente preparados para la tarea y estamos a pocos días de saber si, además, se ha aislado su caso con las máximas medidas de protección para que no haya más episodios derivados de su desgracia.
En este escenario, el marido de la mujer ya recuperada ha teledeclarado (en un vídeo con más carga viral de la que ya por fortuna corre por las células de Teresa): "Me dejaré la última gota de sangre para demostrar la chapuza que ha sufrido mi mujer".
No, amigo, no... La última gota de sangre ha estado a punto de perderla Teresa, quien, siguiendo los dictados de su corazón y su profesionalidad, decidió presentarse voluntaria para cuidar al doctor misionero enfermo. Quizás porque confiaba en su buen hacer y en el sistema sanitario que la amparaba... ¡quién sabe! Pero está claro que desoyó las oportunistas y agoreras voces de quienes clamaban por la quiebra de la Sanidad española y advirtieron de que nuestro país era una suerte de Tercer Mundo sanitario donde todo mal es posible.
La gran chapuza de nuestras autoridades sanitarias ha arrojado como balance el sacrificio de Excalibur, la sanación de una mujer y la contención del virus (hasta el día de hoy). Eso y la ristra de apropiaciones indebidas del caso que vamos a empezar a padecer a partir de ahora. Para empezar, unas buenas dosis de judicialización. Veremos en los tribunales reclamaciones sin cuento para que alguien pague por los "fallos del protocolo". Incluso se ha llegado a plantear una acción judicial por la muerte del perro, entendido como bien privado del que se ha hecho un uso ilícito por parte de la Administración.
Por supuesto quienes no pagarán serán los que acusaron al Gobierno de planear un exterminio encubierto, juguetearon irresponsablemente con la imagen internacional de nuestros médicos y miembros del personal sanitario, se burlaron del arrojo de nuestros militares cuando acudieron al foco de la epidemia a repatriar a dos de los nuestros, rozaron la agresión personal para defender a un cánido, repartieron la noche del jueves crítico un infecto SMS con el texto "Si se muere Teresa, todos a Génova"...
El desfile ha comenzado. Abre la pasarela Máximo González Jurado, presidente del Consejo General de Enfermería. Sostiene entre sus manos una revista con fotografías del virus ébola como si quisiera recordarnos que el mal aún anda suelto. Y dice al mismo tiempo una cosa y la contraria: que "nunca se va a poder saber la causa del contagio de Romero" pero “que hubo importantes deficiencias en los protocolos”. Pide dimisiones. Otra vez el ruido que nos despista del hecho real.
Porque la auténtica chapuza no la han cometido Ana Mato, Javier Rodríguez ni Teresa Romero. La chapuza la lleva cometiendo Occidente en pleno desde 1976, fecha en la que se detectó el primer brote de ébola de la historia. La enfermedad no ha sido considerada ni una amenaza ni un problema de salud pública hasta que los primeros ciudadanos blancos han empezado a morir en territorios occidentales.
Ahora estamos condenados a lidiar con el retraso de décadas en la lucha contra el mal.
Es la primera vez en 40 años que el ébola ha dejado de ser considerada una enfermedad africana. Cuatro décadas en las que un cúmulo de circunstancias ayudó a cuajar la idea en la comunidad científica de que el mal podría permanecer lejos del mundo rico para siempre. Hoy empezamos a darnos cuenta de cuán equivocada era esa premisa.
En el año 2013 la investigación farmacéutica movió cerca de 200.000 millones de dólares. De todos ellos sólo unos 3.000 fueron destinados a enfermedades emergentes como el ébola. La industria privada aportó solo 600 de esos 3.000. Hoy se invierte decenas de veces más en investigar la calvicie o la impotencia que en detener las fiebres hemorrágicas. Como resultado, se obtiene un escenario investigador en el que los principales avances científicos no redundan en beneficio de los más pobres. Entre 2000 y 2011 se aprobaron cerca de 900 nuevos medicamentos en Europa y Estados Unidos. Sólo 37 curaban enfermedades emergentes. Ninguno, aún, puede con el ébola.
Mientras se mantenga esta estructura será difícil que contemos con herramientas de acción rápida ante enfermedades como ésta, que, para colmo, tampoco son las que más preocupación generan incluso en África. Hasta ahora, el ébola ha estado a la cola de las enfermedades que más daño causan en el continente, muy por debajo del sida, las infecciones respiratorias, la diarrea o la malaria. Hasta ahora... Solo un cambio de escenario radical puede ayudar a acelerar los tiempos de creación de una vacuna. Y quizás ese cambio ya se haya producido. Nunca antes tanta gente había muerto por culpa de un ebolavirus y, lo que es más importante, nunca antes la enfermedad había atacado en el bastión amurallado de un país rico.
Pero eso, por supuesto, ya no importa. De alguna manera habrá que mantener caliente la polémica de Teresa antes de que (ojalá sea pronto) podamos verla pasear por la calle de la mano de su marido como ejemplo vivo de lo mal que se hicieron las cosas.