
Casi nadie se fija en él. Por diminuto. No atrae la atención de los focos, por común. Anda ahí formando parte de la materia, de toda la materia del universo, de manera silente y anodina. Ahora, ha pedido a gritos sus cinco minutos de fama. Es el protón.
Una de las partículas más vulgares del cosmos ha dejado ahora perplejos a los científicos. La razón: lo miren como lo miren, ahora parece más pequeño de lo que solía ser.
La revista Science ha publicado recientemente el divertido y sorprendente trabajo del físico del Instituto Max Planck de Óptica Cuántica Aldo Antognini según el cual el protón es 0,00000000000003 milímetros más pequeño de lo que se pensaba. En concreto, su radio está entre 0,87 y 0,88 femtómetros. A ver si nos entendemos: coja usted un metro, divídalo (si puede) en mil billones de partes. Una de esas partes es un femtómetro. Y el protón, ahora disminuido, mide el 80 por 100 de ese pedacito.
Seguro que, excepción hecha de nuestros lectores físicos (que los hay, y muy buenos), usted se está preguntando ahora cómo demonios se mide un protón. No es fácil. En realidad se hace mirando a otros vecinos cercanos: los muones o los electrones. Desde pequeños nos cuentan que en el átomo, los protones y los neutrones forman el núcleo, al que pintamos como una bolita estable, y los electrones orbitan como locos a su alrededor. Aunque el modelo en realidad es algo más complejo, esa imagen ha valido para ejemplificar la estructura de la materia de manera compresible para cualquier mortal. Hoy sabemos que los electrones no giran según su libre albedrío. Su camino viene marcado por órbitas con diferentes niveles de energía. Una disciplina llamada electrodinámica cuántica permite calcular, entre otras cosas, hasta dónde debe llegar la influencia de un protón en un núcleo atómico para mantener a un electrón o un muón en una determinada órbita y no en otra.
Pero a tamaños tan reducidos la precisión de la medición es tan exigente que parece cosa de ciencia ficción. Tengamos en cuenta que para un protón desplazarse un milímetro sería el equivalente a que usted y yo nos desplazásemos desde la Tierra al Sol. Así las cosas, conseguir corregir la medida de un protón equivale a decirle a usted que en lugar de 1,75 metros mide 1,74 después de haber calculado lo que tarda en desplazarse andando entre Madrid y Cuenca y compararlo con lo que tarda en hacer el recorrido entre Madrid y Albacete.
Parece cosa de locos. Pero tiene su miga. Porque la medición de las partículas elementales está en la base del modelo físico cuántico del que depende nuestro conocimiento de la materia. Si demostramos que algo no es como creíamos sólo pueden existir dos explicaciones: que la medición contiene errores o que la medición es correcta. En el primer caso, la ciencia estaría obligada a revisar algunas de sus herramientas de cálculo. En el segundo se habrá evidenciado que no conocemos el interior secreto de la materia tanto como creíamos y estaremos obligados a afinar los modelos; quién sabe si quizás a buscar nuevas partículas que expliquen las interacciones entre muones y protones, por ejemplo.
Ahora que parecía que, tras atrapar a la escurridiza partícula de Dios (el bosón de Higgs), los físicos iban a poder disfrutar de un periodo más o menos largo de tranquilidad, es posible que les haya salido trabajo extra por donde menos se lo esperaban: por el dichoso protoncito.