En lo que llevamos de no-campaña electoral hemos visto a los políticos hacer casi de todo. Vicepresidentas del Gobierno que ora bailan, ora se juegan la crisma a bordo de un globo aerostático. Líderes emergentes arriesgándose a revolver en su tumba a Javier Krahe. Debates precocinados al calor del amor en un bar. Candidatos autonómicos poseídos por el espíritu de Freddie Mercury... Sabemos a qué huelen nuestros políticos, qué tipo de música arriman en sus virtuales listas de Spotify, si prefieren a Messi o a Ronaldo, cómo sedujeron a sus parejas, en qué sucursal de Carrefour se compran las camisas blancas, cómo lucen al viento sus melenas, a partir de cuánto dinero consideran a una persona rica y qué van a hacer o no hacer para evitar que España se descomponga. Podría decirse que a estas alturas ya les han preguntado de todo y que sus próximas comparecencias, de aquí a las elecciones, no van a ser otra cosa que un día de la marmota en bucle, una y otra vez.
Pero hay algo de lo que debo confesar mi ignorancia supina. No tengo ni la menor idea de qué opinan de ciencia. No les he oído una palabra en prime time sobre el asunto, a no ser que consideremos que el rajoyano "una taza es una taza y un vaso es un vaso" fuera realmente un alegato a favor del objetivismo cuántico. Sí, algunos han apelado al consabido langue de bois del "vamos a apoyar la ciencia", "aumentaremos la inversión", "creemos en el I+D+i"... sobre todo cuando estaban delante de científicos. Así cualquiera.
Pero, de verdad... ¿Cree el señor Rivera que hay que levantar el veto a los alimentos modificados genéticamente? ¿Cuál será la postura de Pedro Sánchez ante la clonación de carne para el consumo humano? ¿Le repugna a Mariano Rajoy que se utilicen embriones humanos en los laboratorios? ¿Cuánto tiempo va a invertir Pablo Iglesias en lograr que España sea sede de la mayor instalación de telescopios del mundo?....
Estarán ustedes pensando que estos son asuntos menores, cavilaciones de friki que no tiene con qué entretenerse una vez ha visto ya completa la última temporada de The Big Bang Theory. Y quizá tengan razón. O quizá no. Quizá no sea exagerado augurar que algunos de los mayores retos a los que se va a enfrentar Europa en el futuro cercano vendrán de la mano de la ciencia. Sí, es cierto: hay que agendar el separatismo periférico, la crisis económica, la catástrofe educativa y la amenaza yihadista, pero no conviene olvidar algunos tsunamis que ya empiezan a latir en el horizonte y ante los que otros países han empezado a construir balsas salvavidas.
Nos guste o no, tras la patochada de la OMS con la carne roja se avizora una nueva revolución alimentaria en ciernes. La UE ya ha empezado a preguntarse cómo legislaremos sobre la avalancha de nuevos alimentos que vendrán (tengan por seguro que vendrán) a ocupar el espacio de la carne en retirada: insectos, algas, proteínas artificiales. Es el momento de tomar posiciones en el tren de la próxima revolución científica: la de la nueva alimentación. Tres cuartos de lo mismo ocurre con el imparable avance de la nanotecnología, terreno aún incógnito carente de legislaciones claras y en el que se abonarán por igual grandes oportunidades de desarrollo y algunas amenazas para la salud y el medio ambiente. Son solo dos ejemplos de realidades emergentes en las que en principio España podría partir en igualdad de condiciones que el resto de los competidores. En cuestión de años (más que de lustros) habrá que resolver el problema de la automoción libre de emisiones, la generalización de la medicina genética, la convivencia con tipos de robots cada vez más inteligentes, la explotación del Ártico, el avance de la ciberdelincuencia, la gestión de la cuarta edad (los cada vez más abundantes ciudadanos con más de 100 años), la contaminación química, la basura espacial... Asuntos capitales ante los que más nos vale que al futuro ejecutivo no le pille bailando la conga en El Hormiguero.
Las decisiones sobre ciencia tienen un impacto directo en los destinos de las naciones. Cuando George Bush anduvo temeroso de manifestar su posición ante la manipulación de embriones, China, Corea y Japón empezaron a liderar el sector de la biología molecular humana. La decisión de Obama apostando por el fracking ha sido suficiente para redibujar el mapa de la dependencia mundial del petróleo árabe.
La legislatura que ahora acaba, ahogada en el aluvión de la crisis económica e institucional, apenas ha tenido tiempo para dedicarle una sutiles carantoñas a la estrategia científica. Viendo el interés de los candidatos en la materia, mucho me temo que las venideras no serán muy diferentes. Pero, al menos, tendremos la obligación de insistir: señores candidatos, muéstrennos de vez en cuando, aunque sea un ratito entre gracieta y gracieta, entre baile y canción, algo de su ciencia.