Hace unas semanas escribí acerca de la captura de uno de los líderes de los Hermanos Musulmanes por el Gobierno militar egipcio, y señalé que el baño de sangre y la revolución popular que muchos observadores esperaban tras el golpe del pasado verano no se habían llegado a materializar. Hoy llegan noticias que parecen dejar claro lo que en octubre no era sino una suposición fundada: los Hermanos saben que están vencidos. Como informa Haaretz:
Una coalición de organizaciones egipcias, encabezada por los Hermanos Musulmanes, anunció el sábado que desea entablar un diálogo con el Gobierno provisional para poner fin al actual atolladero político.
El llamamiento de la Alianza Nacional en Defensa de la Legitimidad es la primera propuesta formal por parte de los partidarios de Morsi, que, desde que éste fuera expulsado en un golpe militar con apoyo popular el 3 de julio, han organizado manifestaciones casi a diario en las que exigían que aquél volviera a ocupar el cargo. También supone la primera vez que el grupo no exige la vuelta al poder de Morsi.
En otras palabras, la organización admite que el derrocado líder de la Hermandad, Mohamed Morsi, no volverá nunca a ser presidente de Egipto, y que si quieren tener algún poder de decisión respecto al futuro del país tendrá que ser en los términos que establezcan los militares. Esto es una gran noticia para los egipcios, pues indica que se descarta una posible repetición de la sangrienta guerra civil argelina, de una década de duración, que comenzó después de que el Ejército derrocara a un Gobierno islamista. Eso da por zanjado el argumento, muy escuchado en Estados Unidos, según el cual se pedía una enérgica respuesta estadounidense al golpe, pues en determinados círculos se pensaba que éste no sólo garantizaba una larga guerra terrorista, sino que suponía la supresión de un legítimo punto de vista que podía contar con el apoyo de una masa crítica de egipcios. Pero si los Hermanos están ondeando la bandera blanca y pidiendo tolerancia, cuando no la paz, no podemos tener una señal más clara de que el grupo sabe que está derrotado.
Hay que dejar claro que el procedimiento con el que el Ejército ha reprimido a los Hermanos Musulmanes ha estado basado en la represión, no en el debate. Los militares han matado a manifestantes de la Hermandad y han hecho todo lo posible para obstaculizar su capacidad de organizar una oposición a su gobierno. Pero su victoria ha sido posible gracias a algo que muchos críticos al golpe no comprendieron o trataron de negar: el derrocamiento de Morsi fue una expresión de la voluntad del pueblo egipcio tanto como el movimiento que condujo a la caída del régimen de Hosni Mubarak.
Decenas de millones de egipcios tomaron las calles en los últimos días del Gobierno de Morsi instando a que abandonara su búsqueda del poder absoluto y permitiera que la gente votara si debía seguir en el poder. Pero si los militares no hubieran intervenido, hay pocas dudas de que Morsi no sólo seguiría en el cargo, sino que habría proseguido con sus intentos de asegurarse de que jamás sería derrotado, por las buenas o por las malas. Aunque había sido capaz de concitar el apoyo de muchos egipcios tras el derrocamiento de Mubarak y ganó unas elecciones, el año de gobierno de los Hermanos Musulmanes que vino a continuación convenció a muchos de los que habían votado por él de que habían cometido un error. Pese a que algunos periodistas occidentales se dejaron engañar al creer que la Hermandad no tenía intención de transformar Egipto en un Estado islamista, el pueblo no lo hizo.
Por eso, cuando algunos dirigentes de los Hermanos Musulmanes juraron venganza tras el golpe y trataron de organizar un levantamiento, pocos apoyaron tal acción. Los islamistas no sólo se vieron intimidados por el despliegue de fuerza por parte de los militares; los rechazó la gente entre la que habían pensado ocultarse a plena luz del día, como ocurre en las guerras de guerrillas que salen bien. Los egipcios comprendieron -al contrario que algunos norteamericanos- que la democracia no era una opción, y que si tenían que elegir entre los militares y los Hermanos Musulmanes no había duda de cuál era la opción preferible.
Es en este contexto en el que se deben considerar los recortes de ayuda a Egipto por parte de la Administración Obama. Si bien es adecuado que Estados Unidos anime a que se produzca un giro hacia la democracia, debe hacerse de forma que se imposibilite que un movimiento totalitario como el de los Hermanos Musulmanes vuelva al poder.
La Administración Obama, de forma insensata, ha rebajado las relaciones con Egipto, incluso ha actuado como si quisiera que volviera el Gobierno de Morsi, al que apoyó durante un tiempo. Esta política corta de miras ha abierto un hueco para que Rusia trate de resucitar la alianza con El Cairo que cortó Anuar el Sadat. Pero la moraleja de esta historia sigue estando clara: si bien hay quienes, en Occidente, parecen aceptar la pretensión de los Hermanos Musulmanes de que el islamismo era la tendencia del futuro en Oriente Medio, y de que no podían ser vencidos, las Fuerzas Armadas y el pueblo de Egipto han demostrado lo contrario: los islamistas pueden ser derrotados. Es algo que Estados Unidos debería estar celebrando, no condenando.