El otro día, durante un debate en Brooklyn entre Bernie Sanders y Hillary Clinton, quedó de manifiesto la división interna en el Partido Demócrata. Puesto que sus posiciones críticas son bien conocidas, era de esperar el ataque a pleno pulmón de Sanders contra el primer ministro Netanyahu, y que volviera a la carga con la calumnia de que las acciones de las Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza para acabar con el lanzamiento de misiles y con los túneles del terror de los terroristas de Hamás fueron "desproporcionadas", por no mencionar las declaraciones en las que culpaba de la continuación del conflicto a Israel en vez de, como señaló Clinton, directamente a los palestinos, como corresponde. Pero su empeño en insistir de tal manera en su ofensiva contra la comunidad proisraelí sólo unos días antes de las primarias de Nueva York dejó patente que cree que la base progresista de su partido –y una ruidosa minoría de judíos izquierdistas– coincide con él. El problema de su postura –la de muchos en su partido, así como en la Administración Obama– es que no difiere tanto de las opiniones de Clinton como de la realidad en Oriente Medio, como ejemplifica una serie de sucesos recientes, incluido el atentado contra un autobús en Jerusalén.
La postura de Sanders tal vez no le haga ganar tantos votos como cree, ya que incluso los votantes judíos más izquierdistas de Nueva York se sienten incómodos con esa predisposición a asumir el embuste de la desproporción, por mucho que tampoco les guste Netanyahu. Pero fue muy aplaudido por veteranos antiisraelíes como el analista del New York Times Roger Cohen (que a veces ha hecho doblete como apologista de Irán) y el lobby izquierdista J Street. Aunque a veces ha proclamado que su objetivo es sustituir a Aipac como voz de la comunidad proisraelí, J Street cuenta con sólo una parte del apoyo y la influencia de ese grupo mayoritario; sin embargo, recibe el respaldo de la Administración, que ha enviado al vicepresidente Biden y al secretario de Estado Kerry a un acto celebrado por el grupo como muestra de su voluntad de alentar a los judíos críticos con Netanyahu.
Aunque los argumentos a favor de la postura de Sanders son débiles, el atentado en Jerusalén y el descubrimiento de un nuevo túnel terrorista volvían a recordar lo alejados de la realidad que están el senador de Vermont, la Administración y sus entusiasmados sectores izquierdistas.
El atentado, en el que resultaron heridas 21 personas, supuso una escalada en el conflicto justo cuando muchos en Israel pensaban que el descenso en el número de ataques significaba que la intifada de los cuchillos parecía estaba tocando a su fin. El atentado fue saludado por Hamás, que habló de una represalia adecuada a la supuesta "profanación" de las mezquitas en el Monte del Templo de Jerusalén, una mentira repetida sistemáticamente por la Autoridad Palestina, que ha aplaudido y alentado los ataques terroristas durante los últimos meses. Aunque no se puede saber si ha sido un incidente aislado o el comienzo de una nueva ofensiva terrorista que recupere las tácticas más sanguinarias utilizadas durante la Segunda Intifada, que acabaron con miles de vidas en la pasada década, es sin duda un acontecimiento perturbador.
El atentado se produjo también el mismo día en que las Fuerzas de Defensa de Israel anunciaron el descubrimiento de un túnel que se extendía desde Gaza hasta Israel por primera vez desde la guerra de 2014, que alimentó las críticas de Sanders contra el Estado judío. Si bien es de sobra conocido que Hamás está destinando todos los recursos que controla a intentar reconstruir la infraestructura del terror destruida por los ataques supuestamente desproporcionados de Israel, incluyendo la construcción de más túneles, es la primera vez que se descubre una de estas nuevas estructuras. El hallazgo también demostró el alcance de la amenaza. El túnel se había construido a 30 metros de profundidad con hormigón armado (introducido legalmente en Gaza para reconstruir las viviendas destruidas en la última guerra) y cableado eléctrico. Con un Irán recién enriquecido (como resultado del pacto nuclear de la Administración Obama con Teherán) que sigue financiando a Hamás, no será el último descubrimiento de este tipo. Que Hamás y Hezbolá se han rearmado con más misiles que apuntan hacia Israel es otra señal delincremento de la amenaza.
La cuestión de fondo es que el empleo de la violencia contra Israel no lo están provocando los israelíes que construyen unas pocas casas más en los barrios judíos de Jerusalén con décadas de antigüedad, o en los asentamientos que incluso la Administración Obama reconoce que corresponderían a Israel en caso de que se alcanzara alguna vez un acuerdo de paz. No hay "nuevos asentamientos" en la Margen Occidental que imposibiliten la paz, como dicen J Street y otros.
Es al contrario, aunque Sanders diga que el conflicto prosigue porque Israel niega la "dignidad" a los palestinos. La realidad sigue siendo que incluso los llamados "moderados" que lideran la Autoridad Palestina se oponen tan obstinadamente a las negociaciones de paz como los radicales de Hamás y la Yihad Islámica. Todos ellos, incluido el líder de la AP, Mahmud Abás, siguen negándose a reconocer la legitimidad de un Estado judío, al margen de dónde se establezcan sus fronteras. Esto quedó demostrado por el rechazo de la AP a las ofertas de paz de Israel, que le habrían garantizado un Estado en casi toda la Margen Occidental, Gaza y una parte de Jerusalén.
La desconexión aquí no es tanto entre Netanyahu y Obama, Sanders y J Street como entre estos miembros del Partido Demócrata y la realidad de la política palestina. Lo que falta en las acusaciones de los críticos de Israel contra Netanyahu es algún reconocimiento de que son los palestinos los que se niegan a alcanzar la paz. Además, siguen ignorando que la AP y Hamás incitan al odio contra los judíos e Israel, arraigado en su tradicional antisemitismo, en lugar de querer mejorar las ya generosas ofertas que ha hecho el Estado judío por la paz. La intifada de los cuchillos ha demostrado que el pueblo palestino no sólo sigue considerando inaceptable la soberanía judía sobre cualquier parte del país, sino que los sangrientos ataques contra ciudadanos judíos –en los asentamientos, en Jerusalén o en Tel Aviv– son encomiables.
En lugar de fomentar la paz, posturas como las de Sanders y los países que él dice suscriben sus calumnias sobre la guerra de Gaza están dando a los palestinos la impresión de que deberíanredoblar sus esfuerzos terroristas en lugar de construir la paz.
Por poco realistas que puedan ser las ideas económicas de Sanders, sus opiniones sobre Oriente Medio, aplaudidas por la izquierda, que le considera un novedoso disidente del apoyo bipartidista a Israel en EEUU, se basan en fantasías aún mayores. Sería útil para la causa de la paz que la derrota segura de Sanders en la carrera demócrata se interpretara como una señal del rechazo de su partido a su intención de alargar aún más la distancia entre Washington y Jerusalén de lo que lo ha hecho Obama desde que llegó a la presidencia. Ahora bien, nadie niega que las inclinaciones izquierdistas del partido indican que el apoyo a Israel ya no es una cuestión consensual entre los demócratas. Eso es algo que debería preocupar no sólo a los amigos de Israel, sino a cualquiera con esperanzas de que los palestinos desistan algún día de su fútil oposición a la existencia de un Estado judío