El panorama no era el idóneo para el secretario de Estado, John Kerry. El día después de su visita a Egipto para intentar mejorar las relaciones con el Gobierno militar del país se inició en El Cairo el juicio contra el depuesto presidente Mohamed Morsi. Durante la sesión, éste rebatió la legitimidad del régimen y cuestionó el derecho del tribunal a juzgarlo. Esta coincidencia de acontecimientos bastó para que Kerry se ganara un azote retórico de la página editorial del New York Times, que le regañó por dar marcha atrás en los esfuerzos de la Administración por distanciarse de los militares después de que depusieran a Morsi y a sus Hermanos Musulmanes en julio. La intervención de Kerry fue torpe y tardía, sobre todo al producirse sólo una semana después de que Susan Rice, asesora de Seguridad Nacional, dijera al Times que Egipto no era una prioridad para Washington, tras su decisión de interrumpir la ayuda militar a El Cairo. Pero, por muy inepta que haya sido la política egipcia de esta Administración, no debería haber dudas respecto a algo: nadie debería tragarse a Morsi haciéndose el mártir.
Hay pocas dudas de que, como indica el Times, los generales son unos hipócritas al juzgar a Morsi por incitar a la matanza de manifestantes, cuando ellos han sido culpables de tratar a los Hermanos Musulmanes del mismo modo. El Ejército está decidido a acabar con los Hermanos, y Morsi no tiene la menor oportunidad de ser absuelto de los cargos. Pero incluso quienes son como el Times y los miembros de la Administración que estuvieron encantados de abrazar a la Hermandad durante el año que estuvo en el poder deben admitir que el depuesto líder es, casi con certeza, culpable. Además, pese a que su caída fue consecuencia de un golpe, el desafío de Morsi al tribunal nos dice todo lo que tenemos que saber respecto a por qué los militares decidieron actuar después de que decenas de millones de egipcios tomaran las calles exigiendo su derrocamiento.
Mientras denunciaba a sus captores, Morsi declaró que, aun en la sala del tribunal, era el presidente de Egipto. Pese a que su pretensión de ejercer un mandato democrático se vio menoscabada por su conducta claramente antidemocrática, probablemente puede sostener, hasta cierto punto, que aún ocupa el cargo, hasta que se elija un sucesor. Pero lo que resulta más arrogante en su postura no es tanto que el golpe estuviera mal como que nadie tenga derecho a juzgarlo: ni el tribunal, ni los militares ni los millones de manifestantes que buscaron su destitución.
Pese a que los Hermanos Musulmanes llegaron al poder a través de unas elecciones, su expulsión no debe ser considerada, en modo alguno, un golpe a la democracia. El líder islamista parece estar siguiendo el argumento de que se encuentra por encima de la ley. Los islamistas siempre se han negado a jugar conforme a las reglas, así que, si bien es cierto que el trato que recibe Morsi puede parecer duro, va en consonancia con los métodos que trató de emplear en contra de sus rivales. Es, simplemente, un tirano que fracasó en su intento de imponer un sistema totalitario en Egipto, no un mártir.
Ésta es la cuestión central que hay tras el debate sobre si se debe castigar a los militares por sus intentos de aplastar a los Hermanos Musulmanes. Una vez estuvieron en el poder, Morsi y su partido tuvieron un objetivo: la imposición de las creencias islamistas a todo el país, y asegurarse de que nunca oposición alguna pudiera exigirles responsabilidades o expulsarlos del poder. Si el Ejército ha sido capaz, en los cuatro meses transcurridos desde el golpe, de decapitar al antaño popular partido islamista y asegurarse de que no sea capaz de organizar una seria amenaza terrorista contra el nuevo Gobierno es porque muchos egipcios que apoyaron a los Hermanos como única alternativa a la dictadura de Mubarak ahora ven que el remedio era peor que la enfermedad.
El conflicto egipcio es un juego de suma cero en el que las únicas opciones disponibles para Occidente son los Hermanos y los militares. Por eso Kerry hace bien en dar marcha atrás en las insensatas decisiones sobre Egipto adoptadas por el presidente. Como Eric Trager escribe en The Atlantic, los Hermanos Musulmanes están lejos de estar muertos, y hará falta vigilarlos para asegurarse de que no vuelvan a convertirse en una seria amenaza para Egipto o para la región. No deben ganar tirón o conquistar las simpatías de los occidentales, conmovidos por los alegatos y lágrimas de cocodrilo de Morsi por el proceso democrático.
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Jonathan S. Tobin, editor jefe online de la revista Commentary.