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Jesús Laínz

¿Vencerá la mentira en España?

No hay ninguna razón humana o divina que obligue a que la verdad triunfe sobre la mentira, ni la justicia sobre la injusticia.

No hay ninguna razón humana o divina que obligue a que la verdad triunfe sobre la mentira, ni la justicia sobre la injusticia.
Madrid celebra la proclamación de la II República | Archivo

Hace ya treinta años que, en su galardonado El conocimiento inútil, Jean-François Revel subrayara: "La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira". Aunque probablemente pudiera discutirse sobre si quizá hubiera que situar en primer lugar la estupidez, potencia del alma tan devastadora como minusvalorada, no cabe duda de que la mentira ocupa un lugar preferente en todas las actividades humanas, muy especialmente en la política.

Mentira fue la Donación de Constantino, lo que no impidió que desplegara sus enormes efectos jurídicos y políticos durante muchos siglos. Mentira fue que los magiares descendieran de los hunos de Atila, pero se trató de un mito de gran influencia en la creación romántica de la conciencia nacional húngara. Mentira son las invenciones, exageraciones y bobadas sobre los Reyes Católicos, la Inquisición, Felipe II, la conquista de América y otros episodios con las que se ha elaborado durante siglos la pueril fábula que tan gravemente sigue lastrando la imagen de España tanto en el extranjero como entre los propios españoles. Mentira fueron las armas de destrucción masiva con las que se justificó la guerra que acabó con el régimen de Sadam Husein. Mentira fue que los españoles tuvieran algo que ver con la explosión del Maine, pero ahí quedaron para siempre sus consecuencias: la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, con todos sus graves efectos políticos que España sigue sufriendo un siglo después, sobre todo el despegue de los separatismos vasco y catalán, insaciables sanguijuelas que sangran la vitalidad de España desde entonces.

Y de nada sirve que las mentiras acaben desenmascarándose, pues el río no regresa a su fuente y los hechos nacidos de aquéllas quedan tan inamovibles como si fueran hijos de la verdad y la justicia. Esto demuestra, por un lado, que los argumentos falsos se pueden desarrollar y enlazar unos con otros tan fácilmente como los verdaderos, y, por otro, que no hay ninguna razón humana o divina que obligue a que la verdad triunfe sobre la mentira, ni la justicia sobre la injusticia. La historia de la Humanidad rebosa de ejemplos. Que cada uno elija los que prefiera.

La España de nuestros días se caracteriza por tres mentiras que amenazan seriamente su estabilidad actual y su existencia futura. La primera es la que santifica el régimen nacido en 1931 y, por lo tanto, demoniza el nacido en 1939. Esta mentira está compuesta a su vez por varias mentiras conectadas entre sí. La primera es la que enuncia que la Segunda República fue un régimen democrático, como suele decirse, homologable con las demás democracias de su tiempo. La segunda, que las izquierdas salvaguardaron la legalidad republicana frente a los ataques de las derechas, ocultando de este modo que la mayor vulneración de dicha legalidad republicana fue la sangrienta revolución desatada por el PSOE en 1934, chispa que encendería todo lo que vendría después. La tercera, que el Frente Popular ganó las elecciones de febrero de 1936 y que, por consiguiente, estaba legitimado para gobernar España, ocultando las masivas irregularidades, infracciones, pucherazos y demás delitos, muchos de ellos a punta de pistola, que posibilitaron a los partidos izquierdistas presentar como victoria electoral suya la que había sido una clara victoria de las derechas. La cuarta, el olvido sistemático de los innumerables abusos, desmanes, delitos y crímenes que convirtieron la España de 1936 en un caos prerrevolucionario que acabó desembocando en enfrentamiento bélico por mera defensa propia. Y la quinta y más importante, la aspiración a fijar por ley no sólo una versión histórica delirantemente maniquea, también la legitimidad de aquel Gobierno frentepopulista y de los partidos que se proclaman sus sucesores; y, por consiguiente, la ilegitimidad de todo lo que los mismos izquierdistas declaren que deriva del régimen del 18 de Julio, incluidos los partidos derechistas fundados ochenta años después y, por supuesto, la actual Constitución y el actual régimen monárquico parlamentario.

La segunda mentira consiste en un delirio bastante más antiguo, que arrancó hace medio milenio con la consideración de los vascongados como los descendientes de Túbal y de los fueros como su constitución originaria nacida en aquellos brumosos tiempos bíblicos. Ese disparate mítico sentó las bases lejanas de las que arrancaría el nacionalismo vasco, la alucinación de las fuerzas de ocupación que sirvió de justificación para crear ETA y la especialidad jurídica cuya última consecuencia es el cuponazo, esa vergonzosa reliquia de siglos pasados gracias a la que los vascos nadan en billetes a costa de los impuestos de los demás españoles y encima se quejan.

Y la tercera, evidentemente, consiste en la similar historia de buenos y malos, de invasiones y conquistas, de naciones enfrentadas, que ha convencido a millones de catalanes de estar viviendo hoy su 1808 contra los invasores de la patria. Échese un vistazo a las mentiras más recientes. Por ejemplo, las de hace un año: derechos de autodeterminación, declaraciones de independencia, reconocimientos internacionales, empresas que no se fugarían, economía que no se resentiría, horribles cargas policiales contra pacíficos votantes, miles de heridos, ancianos apaleados, huesos rotos, tetas manoseadas, exiliados, presos políticos… mentiras inconcebiles si no se hubiera preparado previamente el terreno mediante la catarata de mentiras vertidas en radio, televisión, prensa y aulas por el régimen totalitario instaurado por el Molt Deshonorable Pujol y desarrollado por sus discípulos de CiU, ERC y PSC ante las bobaliconas miradas de todos los presidentes del gobierno desde el duque de sí mismo hasta hoy.

La cosa está muy clara. Si España, empezando por sus inútiles gobernantes e instituciones y continuando por su mayoritariamente indolente pueblo, demuestra tener energía y pone manos a la obra para evidenciar con contundencia todo este enorme aparato de mentiras, sobrevivirá como nación. Si no lo hace, no tardará en naufragar.

Es cuestión de tiempo. Y nos va quedando poco, pues las nuevas generaciones, gracias a nuestros inútiles gobernantes e instituciones, están saturadas de los venenos guerracivilista y separatista.

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