Hace algunos años Josep Antoni Durán i Lleida recordó a los españoles que, si hoy disfrutamos de las bondades del Estado de las Autonomías, a los nacionalistas catalanes y vascos se lo tenemos que agradecer. Efectivamente, dicho modelo de Estado fue diseñado en plena resaca antifranquista y bajo el ametrallamiento etarra con el objetivo de integrar a dichos nacionalistas en el proyecto común español. Fallido intento, como es evidente.
Pero aquello no se inventó en 1978, por lo que es de justicia recordar el antecedente que dio nacimiento a la corriente descentralizadora que, a contrapelo del resto de Europa, ha caracterizado la política española desde hace un siglo y que, pasando por la Mancomunidad catalana de 1914 y los estatutos republicanos, ha culminado en el Título VIII y su consecuencia, el actual órdago de CiU. Y en breve, el del PNV.
Porque Sabino Arana percibió clarividentemente la importancia que estaba teniendo el desastre del 98 como causante de un desprestigio de España que podía ser aprovechado con inteligencia. En eso consistió su famosa evolución españolista, que a tantos engañó entonces y sigue engañando hoy. Así se lo explicó a su hermano Luis:
He creído llegado el momento oportuno de simular una retirada en toda regla para engrosar nuestras filas, combatir a mansalva y trabajar secretamente nuestra orientación al Norte. Instantáneamente se me ha presentado esta idea como seguramente salvadora caso de llevarse a la práctica: nuestro triunfo se me ofrece seguro y próximo: la independencia de Euskadi, bajo la protección de Inglaterra, será un hecho en día no lejano (…) Este movimiento parece de defensa: es de ataque. El enemigo no podrá concebirlo, así que el plan comience a realizarse. Quedará engañado. Pocos hombres de Estado podrían comprenderlo, conociendo al Partido Nacionalista. Es fenómeno que no se ha registrado en la historia de los partidos.
En los meses siguientes no volvió a tratar del asunto a causa del agravamiento de su enfermedad, que le provocaría la muerte pocos meses después. Pero uno de sus discípulos predilectos, José Antonio Arriandiaga, tuvo ocasión de hablar con él de ello, lo que explicó a su correligionario Engracio de Aranzadi en una carta fechada una semana después de la muerte del maestro. En ella explicó que entablar una guerra contra España sería suicida por no poder medirse con su tamaño y potencia. Pero ¿cómo resolver esa desproporción? "Dándole un plan político a España que la divida en trozos mil haciéndole perder la cohesión que entre sus regiones existe", decía Arrandiaga en la misiva. Decía más:
Y para ello se vale D. Sabino de un programa titulado, al menos por ahora, vasco-españolista (…) Ese programa tendrá la virtud de disminuir las fuerzas del enemigo y de aumentar las nacionalistas. Y ésa es la evolución al españolismo. ¿Que cómo? Pues deseando que el regionalismo prospere en nuestro País y cunda por España, estableciéndose pleitos y contiendas entre las diversas regiones o aislándose unas de otras de modo tal que no los importe la totalidad de España (…) Propaguemos ahora el regionalismo vasco-españolista para que sea engendrador de diez, veinte o más regionalismos españoles (…) Empecemos nosotros a ser regionalistas, y al ver nuestro hermoso programa ha de cundir, también entre ellos, el mismo espíritu, y de ese modo ha de conseguirse la debilitación del conjunto hispano y se nos ofrecerán coyunturas para ir intensificando más y más nuestro regionalismo hasta llegar a renegar de toda unión con las demás (no se ría Vd.) regiones españolas: y el poder que hoy se nos opone y que hace imposible nuestra independencia, se vendría por los suelos (…) No son los españoles capaces de concebir un plan como lo será el vasco-españolista; demostrémosles, pues, y, además, incitémosles a que lo pongan en práctica: es decir; hagámonos españolistas para poder dejar de serlo algún día (…) Extendida por el País Vasco la doctrina regionalista, bien presto habrían de ser comprendidas las ventajas que le proporcionaría el aislamiento, dentro de la unidad española, de las demás regiones, y, aunque no más que por egoísmo, habría de despertar, si no en todos en la mayoría de los vascos, el sentimiento de independencia (…) Consideremos a nuestro país como porción de un todo llamado España y demos a ese todo un plan político que sea provechoso a nuestro Nacionalismo.
No se puede negar que sus sucesores han desarrollado su plan con enorme eficacia. Desde entonces los regionalismos se han multiplicado, la cohesión entre los españoles prácticamente ha desaparecido y el Estado de las Autonomías, mediante el adoctrinamiento escolar y mediático –además del acallamiento durante décadas de los adversarios del separatismo mediante un millar de asesinatos–, ha posibilitado la intensificación paulatina de los proyectos separatistas, tanto el vasco como el catalán.
La importancia histórica de Sabino Arana como padre del Estado de las Autonomías no ha sido suficientemente reconocida. Esperemos que algún día se repare esta injusticia.
Jesús Laínz, autor de España contra Cataluña. Historia de un fraude, que acaba de publicar la editorial Encuentro.