Uno de los ideólogos de Esquerra Republicana, el profesor de Derecho Constitucional Antoni Abat Ninet, ha declarado que lo que el separatismo catalán necesita para que Europa reaccione a su favor es la paralización de la economía y diez muertos. Lástima que Abat no se postule para ser uno de ellos. ¡Con qué facilidad desean los canallas la muerte de los demás para su propio beneficio! Por otro lado, ante la salida de "los del Piolín" del puerto de Barcelona, el aguerrido Abat se pregunta a qué esperan los catalanes para practicar una "desobediencia civil fuerte" y para acompañar en masa el regreso de Puigdemont para evitar su detención.
Ya hace un siglo definió Unamuno nuestros separatismos como una "chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia". Recordemos la interminable tabarra sobre las barras de sangre, los segadors, 1714 y otros episodios históricos manipulados o directamente imaginados. Y cuando nuestros obsesos separatistas se aburren de los mitos propios, se arriman a los foráneos en busca del más apropiado para cada momento. Del mismo modo que sus colegas vascos desearon reproducir en su tierra el enfrentamiento civil irlandés, los catalanistas, menos aficionados a los tiros, se han apuntado algunas veces a Quebec, otras a Kosovo o a Eslovenia, y más recientemente a Escocia. Aunque más que a Escocia quizá habría que decir a Braveheart, pues en nuestros analfabetos tiempos cualquier película de aventuras tendrá siempre más influencia que el conocimiento serio de la historia.
Pero, enmohecido el ejemplo escocés tras el patinazo de Alex Salmond en 2014, el modelo ha vuelto a cambiar. Modelo, una vez más, cinematográfico. En este caso, la película con la que Richard Attenborough consiguió ocho óscars en 1982: Gandhi. Porque no le quepa duda, cinéfilo lector, de que los ingenieros del prucés se han atiborrado de esta película en busca de inspiración para sus movimientos.
La clave de la cuestión reside en que los dirigentes separatistas, intoxicados por sus propias mentiras, han conseguido convencerse de que los catalanes y la España de principios del siglo XXI son equivalentes a los indios y el Imperio Británico de principios del XX. De ahí, por ejemplo, su obsesión por escenificar ante el mundo la pantomima de una supuesta lucha del pacifista pueblo catalán contra la opresora España.
–La función de un resistente civil es provocar una respuesta. Y continuaremos provocando hasta que respondan o cambien la ley. Ellos ya no mandan. Mandamos nosotros. Ésa es la fuerza de la resistencia civil.
Así explicó Gandhi a un periodista extranjero la estrategia basada en la evidencia de que el incumplimiento masivo de leyes, sentencias y multas había acabado provocando que los gobernantes británicos, hartos e impotentes, renunciasen a hacerlas cumplir; e incluso que los jueces, obligados a aplicar leyes que consideraban injustas, proclamasen públicamente que la razón estaba del lado de los delincuentes.
No olvidemos que han sido los gobernantes españoles los que, desde Suárez hasta Rajoy, han puesto en bandeja a los separatistas la ilusión de que podrían seguir incumpliéndolo todo sin que institución española alguna reaccionase jamás. Cuarenta años de vulneración del Estado de Derecho por parte de los gobernantes no pasan en balde.
–Cien mil ingleses no pueden controlar a 350 millones de indios si éstos se niegan a cooperar. Y precisamente eso es lo que pretendemos: no cooperación de modo pacífico y sin violencia hasta que comprendan ustedes la conveniencia de abandonar la India –explicó un envalentonado Gandhi a sus atónitos interlocutores británicos.
Y, efectivamente, dicha no cooperación consistió en huelgas generales para paralizar el país, el llamamiento a los funcionarios indios para que impidiesen el funcionamiento de la administración colonial y el estrangulamiento de la economía absteniéndose de adquirir ropas inglesas y la sal producida por el monopolio estatal.
Exactamente lo mismo han intentado repetidamente los separatistas en Cataluña. Pero no han tenido éxito porque, evidentemente, ni Cataluña es una colonia española, ni todos los catalanes forman un bloque contra España ni la muy acomodada Cataluña del siglo XXI tiene nada que ver con la paupérrima India de hace un siglo.
Recién acabada la Gran Guerra, Londres endureció las medidas contra unos independentistas que pretendían rentabilizar la lucha de miles de soldados indios en las trincheras europeas. Durante una asamblea popular celebrada en Amritsar en abril de 1919, el ejército abrió fuego contra la multitud desarmada. La muerte de cientos de personas marcó un punto sin retorno en el destino de la India británica.
Casi un siglo después, el 1 de octubre de 2017, los separatistas catalanes intentaron conseguir su Amritsar, como se trasluce del lamento de Abat Ninet. La estrategia consistió en vulnerar una vez más la ley con la máxima publicidad internacional posible. Y qué mejor manera que pretendiendo votar contra la "antidemocrática" Constitución española para provocar la violencia policial previa felonía de la policía regional catalana. Filmándolo, todo el planeta lo vería y se tragaría la patraña. Naturalmente, el desalmado plan de los dirigentes separatistas volvió a salir mal porque ni el Estado español de 2017 es el Raj británico de 1919 ni la Policía Nacional y la Guardia Civil son las tropas del general Dyer.
Dado que no se han podido conseguir los disparos de los soldados españoles contra el pueblo catalán, quizá les quede a Abad Ninet y sus camaradas la esperanza de que, al igual que la violencia desatada entre hindúes y musulmanes hizo inevitable la partición de India y Pakistán, la violencia entre civiles españoles y catalanes provocará idéntica partición aquí. Ahí tienen a Roger Torrent, flamante presidente del nuevo parlamento regional catalán, anunciando alegremente que "lloverán hostias". Evidentemente, los separatistas van a continuar con su especialidad, la agitación del odio en todos los ámbitos sociales, pero, aparte de que estamos en otro siglo y otro continente y de que aquí no hay violencia entre dos bandos religiosos, la gran mayoría de los ciudadanos catalanes son inconmensurablemente menos canallas que sus gobernantes, por lo que éstos pueden ir abandonando la esperanza de que estalle una guerra civil.
Finalmente, a Gandhi, en sus marchas de protesta, le escoltaron miles de personas para impedir que fuera detenido por los ingleses. Nuestros separatistas son expertos en organizar a su rebaño en manifestaciones, desfiles de antorchas y cadenitas kilométricas, y ya se ha oído varias veces la propuesta de traer a Puigdemont a España rodeado de una multitud para impedir su detención.
Tomen nota quienes puedan y quieran, empezando por Mariano Rajoy y demás componentes de ese gobierno que se supone que existe en la Moncloa, aunque cada vez hay más españoles que sospechan que se trata tan solo de un holograma: abandonen durante un rato la lectura del Marca y vean la magnífica película de Attenborough. Les será muy útil para comprender lo que ha sucedido en Cataluña y, sobre todo, para prever lo que pueda seguir sucediendo.