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Jesús Laínz

La mentira, esencia del totalitarismo separatista

Vergonzoso récord, el de España: albergar en su seno los últimos totalitarismos europeos.

Vergonzoso récord, el de España: albergar en su seno los últimos totalitarismos europeos.
Independentistas pidiendo la libertad de los presos golpistas | EFE

En esta columna hemos hablado muchas veces del totalitarismo separatista, esa última versión de la aberración política cuyas plasmaciones clásicas tuvieron lugar en la Europa del siglo XX, desde 1917 hasta el desplome de la URSS. Aunque a muchos les parecerá duro de digerir, el hecho de que aquellos modelos totalitarios desaparecieran hace décadas no impide que nuevas mutaciones sigan activas en nuestros días.

Ése es el caso de nuestros separatismos, sobre todo el vasco y el catalán aunque no debamos olvidar sus imitadores gallegos. Vergonzoso récord, el de España: albergar en su seno los últimos totalitarismos europeos. Porque el control totalitario de sus respectivas poblaciones se manifiesta en el adoctrinamiento escolar, el ahogamiento lingüístico, el control gubernativo de los medios de comunicación, la utilización de las fuerzas del orden como instrumentos partidistas, la perpetua agitación y movilización de las masas y la complicidad gustosa de éstas en la represión y acoso a los disidentes.

El hecho de que se vote cada cuatro años no elimina el carácter totalitario de los gobiernos de algunas regiones españolas, anomalía que, comprensiblemente, resulta muy difícil de explicar más allá de nuestras fronteras. De ahí la inmensa responsabilidad de nuestros inútiles gobernantes del PP y el PSOE, que durante cuarenta años han permitido una anomalía que tan gravemente lastra la imagen exterior de España. Porque los extranjeros son incapaces de comprender que pueda haber gobernantes regionales que hayan implantado durante cuatro décadas una tiranía en sus respectivas comunidades autónomas. Y por eso tienden a creerse la falsaria versión separatista de España tiranizando a vascos y catalanes. No se les puede reprochar: es mucho más fácil que un francés, un belga o un alemán se crea esto último por la sencilla razón de que no serían capaces de concebir que regiones de sus países estuvieran sometidas a regímenes totalitarios ante la pasividad de sus gobiernos nacionales. Pasividad que, como ha denunciado con cuarenta años de retraso el dirigente del PP catalán García Albiol, ha conducido a que "desde el punto de vista institucional, cultural, social y mediático, España en Cataluña no existe".

Condición esencial de todo totalitarismo es la construcción de un mundo ficticio para así manejar las mentes de unos gobernados crecientemente dispuestos a creerse ese mundo ficticio. Por eso la palabra clave para comprender cualquier totalitarismo es "mentira".

Los catalanes y los vascos están sumergidos en la mentira desde que nacen. En primer lugar, porque sus propios padres son los encargados de transmitir, en muchos casos de buena fe, las mentiras heredadas. En segundo, porque, desde parvulitos, los profesores separatistas, esta vez de mala fe, en vez formarles los adoctrinan. Y, a continuación, porque la sociedad entera está hasta tal punto impregnada de mentiras que no hay más remedio que oírlas, verlas y respirarlas inadvertidamente cada día. Rodeadas de un océano de unanimidad, las masas acentúan su impermeabilidad a la duda y su incapacidad de pensar.

La mentira es una elaboración intelectual, a veces incluso laboriosamente construida, pero como tiene que llegar hasta el último ciudadano, está predigerida y esloganizada para que su transmisión sea universalmente eficaz. No hay que demostrar; sólo hay que repetir. Las masas se creen cualquier cosa con tal de que se la repitan suficiente número de veces.

Y, lo más importante: los creadores de las mentiras nacionalistas saben muy bien que no hay que dirigirlas al intelecto, sino a las pasiones. Una vez inoculadas las mentiras básicas que crean el estado de ánimo adecuado, lo esencial es no dirigirse a la cabeza, sino al corazón. Porque el componente principal del nacionalismo, de todos los nacionalismos, especialmente de los asociados a regímenes totalitarios, no tiene nada que ver con conocimiento y doctrina, sino con sentimiento. Por eso es accesible a todo el mundo y muy difícil de extirpar una vez adoptado. Generalmente, sólo mediante un choque violento con la realidad.

Ésta es la gran ventaja de los falsarios totalitarios: les basta un eslogan breve y contundente, aunque sea un completo disparate, para convencer a millones de personas. Por ejemplo, unas recientes declaraciones del exlehendakari Ibarretxe, resucitado de entre los muertos para declarar que mientras que hace dos mil años los vascos y los catalanes ya existían, España no. Monumental disparate, tan monumental que no merece la pena perder el tiempo desmontándolo. El doble objetivo del disparate, tan halagador para sus fieles, consiste en dotar de especial pedigrí a unos vascos y catalanes al parecer admirables por encontrarse más próximos que otros a papá orangután; y de paso despreciar a una España advenediza que no pasaría de reciente imposición artificial.

Otro ejemplo: "España nos roba". Nadie puede negar su éxito. Millones de catalanes lo creen con absoluta buena fe. Y la gran desventaja del bando contrario es que necesitará mucho tiempo, mucha energía, muchas páginas, muchas palabras, para desvelar la mentira.

Por no hablar de los famosos "presos políticos", esos políticos que han sido procesados por atentar contra artículos del Código Penal, no por sus opiniones, luego no son presos políticos. Pero a millones de personas les sobran los razonamientos: sus pastores les han dicho que son presos políticos y con eso basta para que todos se lo crean con unanimidad ovina y salgan a la calle a berrear, destrozar y quemar.

Pero, paradójicamente, esa gran ventaja de los falsarios totalitarios es a la vez su talón de Aquiles, pues si en algún momento se consiguiese hacer ver a un número suficiente de personas que sus amados líderes les han engañado, que les han tomado el pelo, que esos sentimientos tan intensos les han sido inoculados mediante mentiras escandalosas, la reacción será avasalladora. Lamentablemente, para eso haría falta una acción por parte de los tres poderes del Estado que hoy por hoy sigue siendo muy improbable, como ha vuelto a demostrar la bochornosa sentencia de un Tribunal Supremo genuflexo ante el gobierno de turno. Gobierno que, a su vez, está genuflexo ante los golpistas separatistas.

Con tanta genuflexión da vergüenza ser español.

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