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Jesús Laínz

David y Greta

Detrás de la virgen Greta y su iglesia no hay más que eslóganes vacíos, pancartas, cánticos, postureo y aspavientos. La discusión está prohibida.

Detrás de la virgen Greta y su iglesia no hay más que eslóganes vacíos, pancartas, cánticos, postureo y aspavientos. La discusión está prohibida.
Greta Thunberg y David Bellamy | Cordon Press

David Bellamy debió de ser un buen tipo. Al menos eso es lo que parecía en la televisión. Y también lo que dicen de él todos los que le conocieron.

Supe de su existencia en 1975, en aquel colegio rodeado de bosques a la orilla del Támesis con el que cuarenta y cinco años después sigo soñando alguna vez. Porque un par de días a la semana la clase de ciencias consistía en sentar a la infantería ante el televisor para que quedara hipnotizada con las historias de robles y castaños, de ranas y mariposas, de zorros y comadrejas que contaba aquel grandullón sonrosado y barbudo como el abuelito de Heidi. Tan grande era su entusiasmo, tan apasionante su explicación, tan contagiosa su alegría, que nos entristecíamos cuando terminaban unos programas que siempre se nos quedaban cortos. Dada mi infantil atracción por todo lo que tuviera que ver con bichos, no fueron pocos los años en los que estuve convencido de que de mayor sería biólogo, como Bellamy. La autora de mis días tenía que venir a expropiar la bombilla de mi mesita de noche para que cerrara los libros sobre insectos, setas y dinosaurios y me durmiese de una vez. La vida era hermosa. Pero con el paso de los años me torcí y acabé dedicándome al mundo de las letras, lo que sólo me ha procurado dolores de cabeza.

Erudito botánico, autor de varias decenas de libros, activo militante conservacionista, fundador y presidente de numerosas entidades dedicadas a la educación medioambiental, a la conservación de la naturaleza, al reciclaje de plásticos y otras actividades por las que recibió reconocimientos y galardones por todo el mundo, Bellamy alcanzó la fama como divulgador científico en varias series de gran éxito en la televisión británica. Un Félix Rodríguez de la Fuente en versión anglosajona.

En los años ochenta declaró que había que frenar el despilfarro energético si la Humanidad quería evitar las graves consecuencias del efecto invernadero. Pero fue convenciéndose paulatinamente de que la aportación humana al calentamiento planetario es insignificante en comparación con los cambios cíclicos, de origen solar, que experimenta continuamente la Tierra desde el origen de los tiempos.

En 1996 se le ocurrió manifestar su oposición a la energía eólica por considerarla ineficaz, momento a partir del cual empezaron a mirarle mal en la BBC. Pero la fecha clave fue 2004, cuando denunció que lo del calentamiento global por causa humana es una majadería, una moda que algunos agitan para conseguir subvenciones multimillonarias; y que entidades tan poderosas como el World Wildlife Found y Greenpeace no valen para casi nada. Aquello acabó con su carrera. "Me expulsaron. No quisieron escuchar otras opiniones", explicaría en años posteriores desde su granja del norte de Inglaterra en la que acaba de fallecer a los ochenta y seis años.

Porque de repente todo el mundo le dio la espalda. La Royal Society of Wildlife Trusts, con la que había trabajado durante más de medio siglo y de la que era el presidente, le expulsó sin ni siquiera decírselo. Se enteró por los periódicos. Rechazado por sus colegas, olvidado por las televisiones, repudiado por las asociaciones que él mismo había fundado, llegó a ser escupido por la calle y a recibir cartas acusándole de pedófilo porque al negar el calentamiento global estaba matando niños.

Hablando de niños, algunos pedofrastas, empezando por sus padres y continuando por las demás personas que se aprovechan de ella, llevan un par de años manipulando a una pobre niña inmadura y con problemas psiquiátricos para conmover a las masas. Así se ahorran argumentar. Porque ¿quién va a ser tan malvado como para llevarle la contraria a una niña angustiada? Y de este modo, aplastando la razón bajo la emoción, difunden por todo el mundo su mensaje neoizquierdista con la excusa de la subida de los termómetros.

A esta niña sin conocimiento la reciben los más altos dignatarios y ponen a su disposición las más prestigiosas tribunas: Al Gore, Barack Obama, Angela Merkel, el Papa, el Parlamento británico, el Congreso estadounidense, el Parlamento europeo, la ONU, la Cumbre Mundial del Clima en la que se ha aparecido como la virgen de Fátima… Y para redondear la histeria, la revista Nature la ha colocado entre las diez personas más importantes en ciencia y Time acaba de nombrarla persona del año, no por casualidad el año en el que ha sido designada candidata a recibir el Premio Nobel de la Paz. ¡Y todavía ha tenido la desfachatez de lamentar que "los políticos intentan silenciarnos de forma desesperada"!

Detrás de la virgen Greta y su iglesia no hay más que eslóganes vacíos, pancartas, cánticos, postureo y aspavientos. La discusión está prohibida. Los disidentes no tienen voz. El caso de David Bellamy lo demuestra, por mucho que Greta declare con trágico ademán que "no quiero que me escuchen a mí, sino a los científicos".

Pues precisamente eso fue Bellamy: un científico. Y no se le escuchó. Tendría más o menos razón, pero para debatir sobre si tenía mucha o poca están, efectivamente, los científicos, no las quinceañeras. Claro que para ello tiene que haber libertad de expresión e igualdad de oportunidades, no censura y linchamiento.

Para Bellamy, y para muchos otros como él, no hay grandes patrocinadores, ni tribunas influyentes, ni campañas millonarias, ni altavoces mundiales, ni escalafones en Nature, ni portadas en Time ni candidaturas al Nobel. Frente a la sonrisa y las razones de Bellamy, la ira y las lágrimas de Greta.

Y Jehová les dará niños por príncipes, y reinará sobre ellos el capricho, y las gentes se revolverán los unos contra los otros, cada uno contra su compañero, y el niño se alzará contra el anciano, y el vil contra el noble (Isaías 3, 4-5).

De ésta acabo tomándome la Biblia en serio.

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