Pongamos, sí, eso es, pongamos que se llamaba Marga, que estudiaba Arquitectura en la Politécnica y que le apasionaba lo esotérico, la astrología, el tarot. Pese a mi falta de fe en este tipo de cosas, una vez –el sábado de la semana pasada, por concretar–, bien fuera por curiosidad, bien por ese último chupito dulce, ardiente y asesino, le pedí una demostración de su poder, que me hiciera multimillonario con un par de velas blancas, o que interpretara el futuro del Real Madrid en esta edición de la Champions basándose en el graznido de las urracas.
Fuimos a su casa, sacó una olla exprés y, en ella, introdujo un coletero morado, el pétalo negro de una rosa marchita, la pata reseca de una gaviota, un décimo de lotería y una papeleta electoral. Añadió agua, aceite y vinagre, removió el mejunje, lo probé, y…
El reloj marca las 6:45 de la mañana; el calendario, viernes, 18 de diciembre de 2015. Se estrena Star Wars: Episodio VII, El despertar de la Fuerza. Faltan dos días para las elecciones generales. Nunca unos comicios de este tipo fueron convocados tan próximos a la Navidad. El único precedente: las legislativas que se celebraron el 19 de diciembre de 1920, ganadas por Eduardo Dato, del Partido Conservador (224), y seguido por Manuel García Prieto, del Partido Liberal (119 escaños).
18 de diciembre de 2015, decía. España está –aún más– efervescente. El ecosistema callejero del centro de Madrid combina luces de Navidad, pósters de La Guerra de las Galaxias y carteles electorales. Los rostros de Mariano Rajoy, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Pedro Sánchez adornan las farolas –no así el de Alberto Garzón, cabeza de la lista de Podemos por Málaga– y los escaparates de las tiendas.
Los informativos invitan al optimismo temporal, y cuentan que ha crecido la venta de Lotería –en las colas de Doña Manolita, dos militantes de UPyD reparten folletos con la cara de Andrés Herzog–, que este año habrá "más ciudadanos tocados por la suerte", que se nota que estamos saliendo de la crisis, que se servirán más langostinos. El redactor jefe de Libre Mercado, Manuel Llamas, se muestra más desconfiado: el paro aumentó ligeramente en noviembre, España se halla en plena desaceleración y, en un par de días, se celebrarán las elecciones más decisivas de la historia de nuestra democracia.
Durante la tarde del viernes, todos los líderes de los grandes partidos políticos celebran el mitin final, se bañan con sus masas: el PP, en el Palacio de los Deportes; el PSOE, en Vistalegre; Podemos, en Madrid Río, al aire libre y gélido, con la militancia gastando gorros, bufandas y plumas; Ciudadanos, en el Hotel Ritz, y UPyD, en el 100 Montaditos de la calle Fuencarral. Ninguno llena. Rajoy habla de garantizar la recuperación; Sánchez, de una transición sosegadita, en plan Flanders progre; Iglesias, de lo de siempre; Rivera, de centralidad, y Herzog, de su regreso a la abogacía. Cataluña blabla, populismos blabla, Toro de la Vega blabla, suprimir el IVA cultural blabla. Las Nuevas Generaciones presentan una versión navideña del himno del PP; Podemos y el PSOE pasan de hacer guiños religiosos y compiten por ver quién es más laico, con porras incluidas: desde un punto de vista extraoficial, ganan los primeros, pero los segundos dicen que las "candidaturas de unidad popular", per se, son independientes, y por eso se cuelgan la medalla.
Más homogéneo es el discurso de las bases: que si comparto un décimo de Lotería con mi cuñado; que si este año viene a pasar la Nochebuena con nosotros mi suegra; que si le he comprado a mi Manolo un reloj precioso; que si mi niña ha vuelto a catear en Matemáticas, pero bueno, ya le había prometido el iPhone 6.7.Gamma; que si me voy antes, que tengo entradas para Star Wars a las diez.
Arranca la operación salida. Miles de ciudadanos se van de vacaciones o regresan a sus lugares de origen. No pocos se quedarán sin depositar su papeleta en la urna. Algunos culpan a Rajoy, a quien acusan de buscar la desmovilización; otros se resignan, porque a ver, yo ya le había dicho a mi madre que pasaríamos la semana entera en Villanueva de Alcardete, y, bah, si total, qué vale un voto, pero un disgusto a una madre, no te digo ná y te lo digo tó. Además, algunos solicitaron el voto por correo, hubo problemas con los envíos, y los más cercanos a Podemos lo denunciaron en Twitter.
Llego a casa de noche, tras una tertulia sobre las elecciones del domingo con unos amigos, noto un sabor amargo en la boca...
Entonces, desperté atolondrado, sobre un sofá que olía a pies y a café. Marga se acercó, me preguntó si estaba bien, qué tal el viaje. Maldita, le respondí, no me vuelvas a envenenar. Le conté lo que vi, ella se interesó, me preguntó quién ganaba las elecciones. La jornada de reflexión no iba incluida en mi visión; tampoco el domingo electoral. Le sugerí que hablara con Arriola.