¿Ha visto usted un pogromo alguna vez? Sarah Carr sí.
"El Hospital Copto se empleó a fondo para dar camas al flujo súbito de ingresos", escribe Carr, periodista y bloguera afincada en El Cairo, en su crónica de los mortales ataques del domingo 9 de octubre contra los manifestantes cristianos a manos del ejército egipcio. "El suelo estaba pegajoso de sangre y apenas había espacio libre para moverse entre los heridos".
En una estancia del depósito de cadáveres del centro hospitalario, Carr contaba 12 cadáveres de personas asesinadas, algunas cuando los soldados de los blindados cargaron contra la multitud, disparando de forma indiscriminada y aplastando a los manifestantes que se encontraban al paso de los vehículos. Una de las víctimas era "un caballero cuyo rostro estaba retorcido con una expresión imposible. Un sacerdote... me enseñó los restos del cráneo del caballero y trozos de su masa encefálica. También había sido aplastado".
Lo sucedido en Egipto el domingo es una masacre. Las fuerzas del orden atacaron a los cristianos coptos mientras se manifestaban pacíficamente camino de la sede de la cadena pública de televisión. Protestaban contra la reciente quema de la iglesia de San Jorge, un templo copto ubicado en el valle de El-Marinab, en el Alto Egipto. Pero las emisoras leales a la junta militar en el poder exhortaron "a los honorables egipcios" a ayudar al ejército a sofocar las protestas. "Poco después, grupos civiles de jóvenes armados con piedras, palos, espadas y bombas incendiarias empezaron a aparecer por el centro de El Cairo, atacando a los cristianos," informa Associated Press. "Las tropas militares y las fuerzas antidisturbios no intervinieron". Los vídeos gráficos de la violencia inundaban rápidamente la red. También las imágenes aún más gráficas de los manifestantes asesinados.
Allá por los tiempos de las manifestaciones de la Plaza de Tahrir contra el dictador Hosni Mubarak, el ejército egipcio fue elogiado de forma generalizada por no utilizar la fuerza para aplastar las protestas y mantener a Mubarak en el poder. El entonces Secretario de Defensa Robert Gates, por ejemplo, dijo que el ejército egipcio "se ha desenvuelto de una forma ejemplar" y ha realizado "una importante aportación a la evolución de la democracia". También popular fue la noción de que el levantamiento iba a catalizar una nueva era de solidaridad interreligiosa. "Las tensiones religiosas de Egipto han quedado al margen", informaba la BBC el pasado febrero, "mientras los musulmanes y los cristianos del país unen fuerzas en manifestaciones contra el gobierno".
Pero "el espíritu de la Plaza de Tahrir" no ha desatado ni la democracia liberal ni el renacimiento de la tolerancia hacia la antigua pero acosada minoría cristiana de Egipto.
Uno de los principales reformistas liberales del país, Aymán Nour, decía el lunes que con el último baño de sangre, el ejército ha perdido cualquier buena disposición que se granjeara la pasada primavera. Es difícil creer que le vaya a importar al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. En los ocho meses transcurridos desde la caída de Mubarak, el ejército ha juzgado y condenado a unos 12.000 civiles egipcios en tribunales militares, a menudo tras obtener confesiones mediante tortura. Las odiadas leyes de excepción del país, que permiten que el sospechoso sea detenido sin presentar cargos, no sólo siguen en vigor sino que han sido ampliadas para abarcar delitos tan vagos como "difusión de rumores" o "bloquear el tráfico rodado". Y exactamente igual que hacía Mubarak, los Generales insisten en que la represión del gobierno es todo lo que se interpone entre Egipto y el caos social.
En cuanto a los cristianos coptos de Egipto, su tesitura ha ido de mal en peor. El Egipto post-Mubarak ha visto "una proliferación de actos de violencia contra la minoría cristiana copta", informaba ya en mayo el canal internacional de información France24. "La indignación se ha transformado en turbas mortales, y en domicilios, tiendas e iglesias reducidas a cenizas".
Con los fanáticos islamistas cada vez más influyentes, los delitos de odio contra los cristianos no se castigan. Los coptos, que suponen la décima parte de la población de Egipto, están siendo objeto de humillaciones horrorosas. La turba que destruyó la iglesia de San Jorge había exigido primero que el templo fuera privado de sus cruces y de las campanas; después de que los cristianos cedieran a esa exigencia, las autoridades religiosas locales insistieron en que la cúpula del templo fuera demolida también. Durante varias semanas, los cristianos coptos de El-Marinab estuvieron literalmente sitiados, teniendo prohibido abandonar sus hogares o comprar comida a menos que accedieran a mutilar su templo de casi un siglo de antigüedad. El 30 de septiembre, musulmanes fanáticos prendieron fuego al templo y demolieron su cúpula, sus pilares y sus muros de carga. Por si acaso, prendieron fuego también a una tienda propiedad de coptos y a cuatro domicilios.
Muchos cristianos coptos optan por abandonar Egipto en lugar de vivir bajo esta persecución cada vez más intensa. La Unión de Organizaciones Egipcias de Derechos Humanos calcula que hasta el mes pasado más de 90.000 cristianos habrían huido del país desde marzo de 2011. A ese ritmo, calcula el activista de derechos humanos Naguib Gabriel, la tercera parte de la población cristiana copta de Egipto será historia en una década.
O puede que antes –mucho antes a lo mejor– si el pogromo dominical contra los cristianos es un augurio de lo que se avecina.