Jaime Mayor Oreja presumía de que su llegada al Ministerio del Interior supuso el fin de los sobres de color sepia, complementos al sueldo por determinadas o indeterminadas labores que servían tanto al bien como al mal pero siempre sin justificación ni rastro. Sin embargo, aquella limpieza de costumbres no lo fue de los acostumbrados por lo que, lógicamente, las lealtades –siempre frágiles– no podrían mantenerse como antaño. Con sobrecogedores sin sobre, el PP estrenó el poder en 1996 en minoría y luego en 2000 con mayoría absoluta pisando el mismo sótano que el PSOE en sus 13 años de gobierno pero sin tener la llave. Por peliculero que parezca, una nueva cúpula policial no supone el cambio de una estructura. Determinadas inercias no son competencia de Secretarios de Estado, Directores Generales o Comisarios sino de mandos intermedios e incluso civiles de confianza o artesanos de la información reservada que, lógicamente, ni tienen despacho ni chófer ni dirección conocida y que, como aquel, son capaces de pagar su propia esquela en un periódico y después tomarse unas cañas.
El PP abrió la cerradura de La Moncloa y mandó al arcón de los recuerdos todo expediente que pusiera en duda los años de gobierno de Felipe González. Pasó página, y entiéndase la expresión como ocultación u abandono que permite siempre repetir el hecho ocultado. Sólo nos quedó aquella foto del expresidente declarando ante el Tribunal Supremo cuando no había móviles con cámara. Pero los pinchazos, las cámaras minúsculas, los micrófonos ocultos, los "motorolas", las escuchas "aleatorias" y sus consiguientes desechos de tienta eran, más que una costumbre, una simple rutina para unos y un eterno chantaje para otros.
Muchos años después, la llamada trama de los teléfonos zombis –como llevar un locuaz espía pequeñito en el bolsillo– que afectó al ministro del Interior saliente Jorge Fernández Díaz parecía extraída de un guion de la saga Bourne aunque era lo de siempre con más satélites y bites de por medio. La Guerra Fría nos trajo todo tipo de imperceptibles ingenios para invadir la vida privada de cualquier ciudadano, la vida de los otros, antaño sólo al alcance de la Stasi y que, desde entonces, dejó de ser un secreto para quien se lo propusiera. Tanto es así que cuando a Rajoy –que también fue titular de Interior– le preguntaron por las grabaciones a su ministro pocos días antes de unas elecciones dijo que era "lo de costumbre".
Tampoco es parte de un guion cinematográfico el elenco de comisarios que merodean por empresas inmobiliarias, de seguridad privada, gestorías, hoteles, bufetes legales, con domicilios internacionales o en importantes consejos de administración. Su presencia en tanta esfera sirve muchas veces de tapadera consentida para realizar su labor… y de pago por cumplirla. El problema llega cuando, terminada la misión, la cloaca deja de ser un medio para convertirse en un fin. Y lo inocente era pensar que los que se espiaban pertenecían a gobiernos distintos, a países distintos o a bloques distintos cuando el objetivo es, simplemente, el enemigo. Se tiende a pensar que las historias de espías son mentira. Esa ha sido siempre su mejor coartada.
Juan Ignacio Zoido llega a la cartera más sensible de todo gobierno. Todas las demás pueden ser más o menos importantes según la situación de un país; Interior lo es siempre, con crisis o bonanza, con empleo o paro, con ETA o diciendo que ya no existe. Siempre es delicado y sólo puede serlo aun más. Sin dudar de su valía para el cargo, la llegada de el ex alcalde de Sevilla ha sido propiciada por María Dolores de Cospedal, secretaria general del partido y ahora ministra de Defensa, amén de enemiga íntima y declarada –Pablo Montesinos insiste en sus crónicas en que esto tampoco es adorno periodístico ni guión cinematográfico– de la todopoderosa Soraya Sáenz de Santamaría. No cabe duda de que esa tutela puede ser buena para el ministro, su escudo dentro y fuera del Gobierno aunque, de momento, parezca servir sólo a la exhibición de fuerzas de Cospedal. ¿Entra Zoido en la jaula de los leones sin saber, por ejemplo, quién grabó y por orden de quién a su antecesor en el cargo? Por ahí empezará su carrera en solitario y la posibilidad de un éxito sin precedentes.
De momento, los llamados "entornos" marcaron sus territorios antes incluso de tomar posesión y ya se afanan en medirlos y vigilar las lindes. Policía, Guardia Civil, Fuerzas Armadas y sus respectivos servicios de información interior y exterior quedan en el lado de Cospedal; el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y sus lógicas conexiones con la Policía, Guardia Civil y Fuerzas Armadas, en el de Soraya. La vicepresidenta también se reserva en exclusiva la relación con los sublevados de Cataluña. Poco equilibrio se atisba por mucho que digan que esa ha sido la intención de Mariano Rajoy. Quizá por ello Cospedal ha dejado claro que perdurará como secretaria general de un partido acostumbrado al fuego amigo de las filtraciones policiales y judiciales con su correspondiente eco mediático. Tan corta es la vigilancia que Soraya Sáenz de Santamaría prefirió asistir al estreno de Cospedal en Defensa que al de su sucesor en la portavocía, Íñigo Méndez de Vigo.
No olvidemos, por mucho alborozo que provoque la insólita llegada de un gobierno a España, que este gabinete es el más minoritario de nuestra democracia y que tendrá que negociarlo casi todo con Ciudadanos, PSOE y el que se tercie. Todo, menos la intensidad del fuego amigo que ya amenaza con ser más cruel que el de la coral aunque desvencijada oposición.
Cuando el saliente Jorge Fernández Díaz dejó hablar a Juan Ignacio Zoido –hizo lo posible y hasta el ridículo por restarle protagonismo en el traspaso de carteras– el nuevo titular de Interior dijo estar decidido a dejarse "la piel por España". Ojalá tengan suerte todos los ministros que, como Zoido, alberguen buenas y seguramente sinceras intenciones. Ojalá recuerden también que las de Jaime Mayor Oreja, intachable en sus principios pero incansable en sus errores, no bastaron.