Libertad Digital ha demostrado con un vídeo demoledor —“La profecía totalitaria”— lo que significa la llegada al poder de Pedro Sánchez. En apenas tres minutos, es el propio presidente el que resume a la perfección cómo el insomnio ha cambiado de bando y cómo aquel “escollo” que encarnaba todos los males posibles para España ha conseguido ya, o va camino de hacerlo, buena parte de sus propósitos. Sólo hacía falta que a dos males se uniera otro, una pandemia, para que la situación se convirtiera en insostenible.
Seguramente, la dramática evidencia del vídeo sólo hará mella en los que estamos hartos de los abusos de este Gobierno que, aunque cada vez seamos más, somos los de casi siempre. Pero esa no es razón para dejar de denunciarlo todos los días y por todas las vías posibles. Porque ante esto sólo caben dos salidas: esperar sentado o no. Consumirse en discursos inútiles y acabar cediendo por un miedo disfrazado de gobernabilidad o usar el Parlamento para lo que sirve aunque la aritmética de los votos sea imposible. ¿Acaso fue útil la aritmética contra una dictadura? O sea, que ni no salen las cuentas, ¿sólo cabe aguantarse y esperar a que cada garantía democrática sea derogada por decreto?
Tenemos tres partidos que suman 150 diputados y otros dos que suman 155 y que necesitaron 10 más para ganar por mayoría simple y hacer lo que estamos padeciendo. La investidura de Sánchez e Iglesias se resolvió con 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. Es verdad que de los 165 que votaron en contra son 155 los que podrían llegar a hacer un bloque serio contra el Gobierno, el mismo número de diputados que escribe atrocidades en el BOE.
Y es verdad, como no se cansa de repetir Teodoro García Egea, que la aritmética no da para una moción de derrocamiento. Pero de ahí a que el PP empeore esa maldita aritmética con un voto negativo o una abstención está la diferencia entre la bisoñez del principiante —hoy letal— y la responsabilidad de la oposición ante un momento crucial de nuestra democracia, tan inflamable como pocos, que se resisten a entender por más antecedentes que tenga.
Esto no es cosa de Vox. Si Pablo Casado, por sí mismo o por inducción, digiere la estrategia de Sánchez de que la moción es, en realidad contra el PP, el próximo socio inconsciente de este gobierno será el propio Pablo Casado. El discurso debe coincidir con el voto si uno tiene principios o presume de ellos. De nada servirá el habitual brillo parlamentario de Casado si vota contra lo que dice por una cuestión de utilitaria aritmética o por miedo al partido que propone la moción. Cuando algunos dejen de pensar en cómo decorar La Moncloa si llegaran a subir la escalinata con las llaves de la puerta y empiecen a valorar si de verdad se sienten “servidores públicos” como predican, serán oposición… al Gobierno, no a otro partido de la oposición.
No es tiempo de pensar en si en las próximas elecciones habrá que negociar coaliciones o sumas o quién será el capitán de la Gran Suma o cuántas nóminas pueden quedarse en la gatera en caso de resta. Es tiempo, y muy grave, de pensar en si habrá próximas elecciones. Sé que muchos dirán que esto es una exageración, pero por enésima vez les sugeriré que resuelvan dudas preguntando a un venezolano que un día tuvo una vida normal, incluso próspera, y ahora se esconde detrás un basurero para conseguir dos cosas al tiempo: comer y que no le prendan, que es casi peor que morir. El que diga que esto es mentira es porque lo defiende. De ahí vienen las “tres comidas a día”. El paralelismo con Venezuela no es un capricho oportunista sino la constatación de un hecho probado: Podemos surge como partido, hoy en el Gobierno, después de ser una agencia asesora del chavismo. Nace en un despacho español que considera a Guaidó, a Capriles o a Leopoldo López como delincuentes que merecen cárcel de por vida y que lloran amargamente las muertes de Ernesto Che Guevara, Fidel Castro y Hugo Chávez. Ya no asesoran en Caracas porque gobiernan en Madrid para toda España y, por lo visto, sin discusión. La izquierda, o una parte muy irresponsable de ella y, sobre todo, su prensa, ridiculizan estas afirmaciones porque se han hecho demasiado palpables hasta para los más incrédulos.
Si el PP quisiera mandar señales a Europa, en la que tantísimo confían pese a la poca ayuda real que nos presta cuando hace falta y si acaso fuera cierto que llegan nuestras señales a Europa, que es como investigar si hay vida extraterrestre, la de una moción de 155 diputados contra un gobierno de otros 155 diputados apoyado por los que quemarían La Zarzuela, La Moncloa, el Supremo, el Constitucional, Estrasburgo, Bruselas y Luxemburgo, no sería poca señal. Si al final resulta que hay neblinas orgánicas en Venus por qué no intentar que Europa conciba que hay comunismo en España. ¿Creen en Europa? Pues que la impliquen, que ya es hora, porque el riesgo lo será para todos.
Yo no voy a interpretar la moción de censura como un debate electoral. No voy a plantear mi futuro voto, si nos dejan votar, en función de ese día. No me importa eso. ¿Por qué se suele escuchar que la moción beneficia a Vox? ¿Quizá porque es necesaria y es Vox el partido que la ha planteado? Si fuera una estupidez sin razón, castigaría a su autor. Pero, ¿beneficiaría la moción a España, y no al PP, si la planteara el PP? Ahora es cuando sale el argumento de que Vox lo hace porque no tiene nada que perder. ¿Y por qué? ¿Acaso Abascal quiere tirar por la borda un patrimonio de urna de 52 diputados conseguido en tan pocos años de historia? Se simpatice o no con el programa de Vox, ¿hay dudas sobre la legitimidad de sus votos? ¿Han violado la Constitución en algún momento como sí han hecho repetidamente Bildu o ERC a los que no se puede discutir su legitimidad sin pasar por un banquillo?
Yo no soy socialista y jamás pondré en duda el voto socialista si nos queda algo de democracia, aunque sea de saldo. El problema es que ignoramos nuestra propia Historia, convenientemente asesorados por los planes de estudio de cualquier partido que llegue al Gobierno. Y al ignorarla se nos pasa por alto que mientras la derecha se mide y se teme a sí misma, hay una izquierda —no toda todavía— que hace y, sobre todo, deshace a su antojo cuando añade el ingrediente comunista. Desde el 31 hasta el siglo XXI.
Si la moción no estuviera justificada vería bien que Casado la diluyera en ácido y condenara el oportunismo de Vox. Pero no es el caso. Y si hubiera alguna mente en Génova 13 menos preocupada por eclipsar a la que ve como competencia interna y más centrada en conocer a la izquierda, trabajaría por hacer suya la moción de censura —que es la única forma legal de reprobar a un presidente— aunque la arriesgada idea de imposible aritmética sea del díscolo Abascal.
Ya nos ha avisado el filósofo Salvador, y esta vez no será por los belenes de Colau o las cabalgatas de Manuela, de que “las navidades no serán normales”. Una frase estupenda en boca de un gobierno lo más parecido al del Frente Popular. Y esa falta de normalidad que quieren convertir en habitual es la palanca de todo régimen autoritario, el punto muerto que sirve para elegir, sin consultar, cualquier rumbo. Vamos, que el rey ya puede ir escribiendo su discurso de Nochebuena anormal y colgarlo en una cuenta prestada de Twitter por si lo censuran o deciden que es una tradición extemporánea sin cabida en esta nuestra nueva democracia popular.
Termino, descreído, con una sugerencia a Vox, al PP y quizá a Ciudadanos si tuviera a bien bajarse del tejado: no se equivoquen de adversario, ni un minuto. Ellos no lo harán.
Por lo tanto, y porque contra el comunismo todo afán es poco: sí a la moción de censura. Indiscutiblemente.