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Javier Somalo

Sánchez, ETA y Franco

Otegi puede ser perdonado con bien poco pero los fascistas de Vox… es que no se arrepienten nunca pese a que nunca se han declarado franquistas.

Otegi puede ser perdonado con bien poco pero los fascistas de Vox… es que no se arrepienten nunca pese a que nunca se han declarado franquistas.
Arnaldo Otegi, durante su declaración pública del pasado lunes. | EFE

En la SER andaban discutiendo esta semana sobre si son mejores los últimos diez años sin ETA que los diez anteriores con ETA. Y la derivada, como siempre ya observada previamente en El País, era si habrá alguien que considere mejores los últimos cuarenta años que los anteriores. O sea, si los hay que con Franco vivían mejor, como se empeñan en asentar algunos para llenar el vacío de la extinta lucha de clases.

Gran duda, pues, y enorme preocupación entre los sabios de Gran Vía, 32 que con marcado acento catalán piensan en la España que nos conviene a todos aunque los demás no lo sepamos ni lo apreciemos. Ay, el terrorismo y el franquismo… qué bucle tan esotérico y cuánta nómina tertuliana arrastra. Al parecer todos dicen haber estado donde nadie los vio, en la oposición al dictador que murió en la cama y luego enfrentadísimos a la banda terrorista aunque siempre pensaron que había que "dialogar" con ellos porque había un "conflicto" en el edén vasco.

En esos cuarenta últimos años y alguno más de los cuarenta anteriores estaba ETA, desde luego. Con Franco y sin Franco. Y el problema es que mató mucho más en democracia que en dictadura, cómputo que se escapa intencionada y perversamente a los alquimistas del laboratorio de Prisa, subcontrata del PSOE. Pero en todo caso estamos ante un hecho curioso: Otegi puede ser perdonado con bien poco pero los fascistas de Vox… es que no se arrepienten nunca pese a que nunca se han declarado franquistas y pese a que el que lo ha hecho ha terminado fuera del partido.

Cuanto más se acabe ETA, más hay que condenar el franquismo cada día; para el terrorismo nos vale con que Arnaldo Otegi balbucee una tenue, ambigua y hasta contradictoria insinuación que, horas después, completó con el pacto "presupuestos por presos". Ya no hay que coexistir con los terroristas, hay que "convivir" con ellos, dice Delcy Midas Zapatero. Se limpian un poco la sangre restregando apresuradamente las manos por la pernera del pantalón, y a la mesa a comer con la viuda, con el huérfano, con el personaje ese de película que no tiene otra cosa que hacer que mirar la lluvia tras el cristal, apurando luto y nostalgia, como si ya no tuviera ni derecho a una vida nueva, aunque sea distinta y mucho peor que la de los diez años anteriores, cuando aún estaba esa persona irrepetible a su lado. Convivir… con el vivo que la mató. ¡Qué poca vergüenza!

No quedan etarras pero sí muchos torturadores del franquismo, muchísimos… seguro que podemos hacer una lista enorme que todos tenemos en la cabeza. Andan sueltos por la calle asustando a los niños. Pero los etarras ya se han retirado, son como cualquiera de nosotros, respiran, tienen perro y viven lejos, en caseríos cubiertos por la niebla.

Así que acerquemos a los etarras vivos a sus hogares y saquemos a Franco muerto del Valle porque en eso consiste la democracia: en la concordia. En que la izquierda dicta los valores que se deben preservar y los males que hay perseguir o perdonar. En que la izquierda marca por Ley los hitos de la Memoria y cómo se ha de recordar lo remoto y olvidado para olvidar cuanto antes lo inmediato. La derecha sólo está llamada a admitir el esquema, acudir al reclinatorio y suplicar la absolución. Y demasiadas veces, lo hace.

Que Rajoy le dijera a Zapatero "haz lo que tengas que hacer y me vas contando" es poco sorprendente porque al popular, hacer, lo que es hacer, nunca le ha llamado mucho la atención. Pero que media España saliera a la calle a protestar contra la rendición ante ETA y que en esas multitudinarias concentraciones estuviera el propio Rajoy sujetando una pancarta es otra vergüenza más de las muchas que jalonan la ignominia contra las víctimas y contra todos los españoles.

Es hora de acordarse de aquel 10 de enero de 2012, cuando se produjo una reunión que nada tenía que ver con cuestiones protocolarias del cambio de gobierno: se vieron en secreto y durante varias horas —un encuentro "largo, cordial, muy profundo, muy serio y muy institucional"— el presidente del Gobierno saliente, José Luis Rodríguez Zapatero y el ya ministro del Interior del gabinete Rajoy, Jorge Fernández Díaz. Será que Zapatero le tenía que resumir al nuevo ministro todo lo que hizo con ETA a sabiendas de Rajoy para mantener las promesas. Estando en el poder o fuera de él, es el PSOE el que siempre marca la agenda.

Diez años nos marcan ahora oficialmente de lo que llaman el "fin de ETA". Y hoy discutir la legitimidad de la II República cuando decidió que sería un régimen propio diseñado sólo para el Frente Popular te puede acarrear un disgusto al amparo de la Ley de Memoria Democrática. Pero gritar "Gora ETA" y montar homenajes públicos a los que mataron a un millar de personas es, como mucho, de un gusto discutible.

Si la derecha dice "ETA", la izquierda gobernante responde "Franco". Y montan eventos para preguntar a los chavales si se acuerdan de Miguel Ángel Blanco sabiendo que les suena más Carrero. Y dicen que en las escuelas se va a hablar del terrorismo pero quizá Otegi llegue a ministro.

Si ya no matan, valen las ideas

Jon Viar no interesa. Es hijo de un etarra arrepentido hace muchos años. Lamenta que se condene sólo el fin de las capuchas y los tiros, pero que el ideal identitario, supremacista, racista y criminal quede intacto. "Creo que no sólo hay que condenar los crímenes, sino también aquello por lo que mataron, que era un delirio de pureza, identitario, un delirio racista de gente que cree que tiene derecho a decidir si levanta una frontera étnica". Y se queja Viar de que "en lugar de hablar de las víctimas, de los resistentes y de muchas personas que también estuvieron en los movimientos cívicos y que denunciaron esta situación, estemos hablando permanentemente de lo que dice Arnaldo Otegi".

Muy cierto: aquí lo que importa es convertir a Otegi en un personaje clave del pretendido fin de ETA, como mandaba Zapatero. Y en eso está la mayor parte de la prensa —no toda, pero casi— que monta tertulias en torno a las palabras de un etarra que nunca ha sido más que eso.

El resumen más sencillo, y probablemente el más cercano a la realidad, es que el presidente del Gobierno necesita el apoyo de un tipo que estuvo en la cárcel por ser un terrorista. Nadie puede decir que eso no es cierto. Y cuando los de Prisa o cualquier otra fábrica de amables infundios se dedican a celebrar el décimo aniversario blanqueando a terroristas, llega el terrorista de referencia y hace lo de siempre: poner un precio. Presos a la calle, independencia de las naciones todas, de los Països Catalans a Euskal Herria pasando por la Galiza Ceive, y que todo sea porque aquí murió gente y porque, en cualquier momento, podría repetirse. El que tuvo la pistola en la mano sabe que es así como se le recuerda.

Los tertulianos de nómina monclovita seguirán promulgando que los últimos diez años han sido mejores que los diez anteriores porque ya no hay ETA ni cosa que se le parezca. Pero nos advertirán del enorme riesgo que supone la cercanía del franquismo, según parece eterno e irreductible.

Por más que lo intente Prisa, no consigo ver qué pinta en esto Franco… salvo que consista en disuadirnos de una sencilla conclusión: Otegi es ETA, el Gobierno necesita a Otegi, Sánchez necesita a ETA. Y esta vez no parece haber insomnio.

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