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Javier Somalo

Sánchez, el pequeño Nicolás

Es rotundamente ilegítimo que un presidente en activo aproveche su posición para promocionar un libro que lleva su firma, y está por ver, o será imposible saber, lo que hace con los ingresos por ventas

Es rotundamente ilegítimo que un presidente en activo aproveche su posición para promocionar un libro que lleva su firma, y está por ver, o será imposible saber, lo que hace con los ingresos por ventas
El libro de Pedro Sánchez | Ediciones Península

El libro de Pedro Sánchez podía haber tenido muchos títulos: "Vida de Narciso", "Yo, Pedro", "Espejo, espejito"… Pero siendo cosa o encargo de Sánchez tenía que ser un manual, que esa debe ser su literatura de cabecera en caso de que la tenga. No es que los manuales sean un género menor, de hecho los hay bien recomendables como ese Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano de Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, de muy recomendable lectura mientras Maduro mata en las fronteras del infierno venezolano para que no llegue la ayuda humanitaria. Bien mirado, no creo que los autores de esta obra colectiva hubieran puesto pegas a un plagio de su título suprimiendo el origen geográfico.

El caso es que un presidente llegado al poder con menos votos que Kenia en Eurovisión y apoyado por los peores enemigos de la democracia ha publicado un libro en su octavo mes de mandato como arranque de su campaña electoral. Manual de Resistencia se titula el bodrio propagandístico. En la portada nos recibe un enorme rostro, mezcla del Capitán América y Roberto Alcázar –el de Pedrín– con media sonrisa forzada. Es él: Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, sin diferencia alguna del muñeco que le hagan –para poder quitarlo cuanto antes– en el Museo de Cera. Sí, es el presidente, nunca lo repetirá bastante, acude a citas importantes, le hacen fotos, tiene escolta y coche blindado y usa mucho, pero mucho mucho, nuestro helicóptero y nuestro Falcon. Incluso confiesa los problemas derivados de ser tan guapo. ¡Cómo demonios puede ser que Malú se haya fijado en Albert Rivera! Ay, el espejito, siempre traicionero. Es el Pequeño Pedro, el niño presidente que juega como Nicolás a coleccionar selfies –a Pedro le hacen otros hasta los selfies– en aviones, palcos y palacios. Igual de travieso que el niño espía pero mucho más peligroso.

En Libertad Digital hay antología suficiente como para evitarse leer el mostrenco editorial y hacerse una idea de lo que supone. El libro está plagado de mentiras absurdas como la del cambio de colchón de Rajoy, primera decisión que dice que tomó como presidente… Que la realidad no te estropee un buen párrafo. Pero hasta esa estupidez es importante porque todo en Sánchez es mentira salvo lo que es verdad: que es un peligro público, material inflamable al pie de una rugiente chimenea.

En el libro también se alude explícitamente a conversaciones con el rey Felipe VI que todavía son vigentes según los tiempos de la Política, los del decoro y los del sentido común. ¡Pero es que estuvo con el rey de tú a tú! Por eso los Sánchez-Gómez se colocaron como iguales con los reyes en el besamanos del Día de la Hispanidad hasta que les conminaron a dejar de hacer el paleto.

Ya habíamos comprobado en el otro libro, el de la tesis, que el pequeño Pedro ni siquiera sabía encargar cómo se citan otras obras aunque sea tarea sencilla: basta con haber leído la obra de referencia y consignar bien los datos bibliográficos según el formato que marque la editorial o siguiendo determinados cánones académicos. Pero lo fundamental es que si se cita algo es porque se ha leído. Pelillos a la mar. El Manual de Resistencia no requiere tanto academicismo o notas a pie de página. Por eso confunde a San Juan de la Cruz con Fray Luis de León, a Albert Einstein con Ernest Hemingway… y a Pedro Sánchez con el presidente del Gobierno de un país civilizado. Para Sánchez, la Estatua de la Libertad está en la Plaza Roja de Moscú pero esto no es descuido o error de bulto.

Un presupuesto paralelo para la campaña electoral

La penúltima desfachatez a la que asistimos con el libro de campaña es que el presidente tiene previsto donar los ingresos por ventas a "a los que desgraciadamente están olvidados, a las personas sin hogar". ¿Olvidados por quién? Ahora resulta que los presidentes de Gobierno arreglan los asuntos donando ingresos, como si el mal de "los olvidados" fuera irremediablemente culpa de otro. Porque Sánchez, como Zapatero, sigue en la oposición cuando está en el gobierno, técnica muy depurada que permite encabezar y rentabilizar manifestaciones y quejas contra ellos mismos.

Es rotundamente ilegítimo que un presidente en activo aproveche su posición para promocionar un libro que lleva su firma, y está por ver, o será imposible saber, lo que hace con los ingresos por ventas, con los adelantos y con las propinas del gigante editorial –Planeta– que sella su volumen y domina el panorama audiovisual español. Seguramente la Ley Electoral General no contemple con agrado el presupuesto de campaña paralelo que supone el dichoso libro. Pero, ¿qué son las leyes ante la ambición del Pequeño Pedro?

Y si el librito es aterrador, peor fue su presentación oficial, verdadero arranque de la campaña presidencial que parecía preparada hace meses. A falta de Felipe González y Alfonso Guerra como maestros de ceremonia y con Pepu Hernández haciendo campo atrás, se encargaron de la faena Jesús Calleja y Mercedes Milá, próximos ministros de Sánchez como se desencadene la tragedia. Faltó el experimento de la absorción en palangana de Don Camilo pero no tardaremos en ver una entrevista de Trancas y Barrancas –lo harían mejor, desde luego– al candidato que ahora, ya con libro, sí se somete al voto popular. Todo parece estar a la altura de las circunstancias. Sólo Mercedes Milá podía mezclar a "la Malú y el Rivera" con el libro de Sánchez en una presentación que ofreció en directo el canal 24 Horas de TVE como primer gran espacio gratuito pero patrocinado por Planeta y por todos los contribuyentes. Sencillamente, un escándalo.

Manual de campaña: Franco y las derechas, con Podemos de tangana

Está claro que la campaña de las elecciones más importantes e imprevisibles que hayamos visto en muchos años va a ser muy distinta a lo que nos tenían acostumbrados: llega el show, y parece que también el business. Todo pasa por el Valle de los Caídos y por la esperanza de que VOX salga bien parado en las encuestas. Viene el lobo, más fiero que nunca, y Podemos está desaparecido. Los "obreros" arrinconan en los barrios a Errejón, a punto de llegar a las manos y huelga imaginar la escena si se cruzan con la parejita de las verdes praderas. La Izquierda Unida de la DDR o la Stasi con Thermomix se plantea seriamente si unidos pueden o pierden… ¿Veremos a Sánchez con capa o antifaz resuelto a salvarnos de las hordas de Atila?

Es la intención. Este mismo viernes, en la rueda de molino posterior al Consejo de ministros, pudimos escuchar una pregunta pactada y formulada por una periodista mexicana. Por lo visto existe una "honda preocupación" en México ante el auge de VOX. En el país americano donde caen asesinadas unas 95 personas al día ven con recelo, según la ignota periodista que apareció por La Moncloa, la llegada de Santiago Abascal a la política, casi tanto como la de Guaidó a Venezuela. El caso es que Isabel Celaá tenía bien preparada la respuesta sobre la anormalidad –trifálica, supongo– de las derechas en España. Dejó igualmente claro que si la Iglesia pone trabas al desalojo de la momia del Valle, indudablemente sufrirá "un grave daño reputacional" y constató que, para crear el ambiente idóneo, el Gobierno ha retirado la subvención anual a la basílica "por razones obvias" y porque quizá no se justificaban los fines.

Esta es la campaña que nos espera del presidente. Surgida del capricho y basada en un libro que se vende a la salida de los mítines o como se quieran llamar ahora. Una campaña con escenas inventadas, con Mercedes Milá de animadora y buscando a Franco desesperadamente. Si no fuera porque el pequeño Nicolás también se presenta a las elecciones para representar a los millennials, diríase que nos hemos vuelto locos.

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