Good morning, Vietnam:
Muy por encima de la crítica al Gobierno deseo que se frene esta endemoniada pandemia. Pero me resulta imposible no politizarla después de ver y escuchar al presidente del Gobierno de España en una comparecencia que ha superado todos los límites de la incompetencia, la estulticia y hasta la crueldad. Por más esfuerzo que he hecho, no puedo renunciar a la crítica. Dejo para el final algunas de las palabras de Pedro Sánchez porque si las reflejo antes corro el riesgo de disuadir de la lectura.
No estábamos preparados para esto porque hemos anulado al individuo. Y con él, a la idea, al impulso decidido, a la genialidad, al esfuerzo en solitario que siempre acaba en beneficio colectivo. Lo que hace el individuo fuera del rebaño, aunque sea para su bien, es considerado sospechoso y más aún desde que campa por el poder ese virus político con formas humanas que es el comunismo. En nuestro caso, Pablo Iglesias, marqués de finca con pingües privilegios sobre su clase obrera, pero también su mutación amorfa –de izquierdas o derechas– que, en Cataluña, aprovecha hasta una tragedia como la que nos ha tocado vivir para culminar su basurienta misión. Todo ese mal nos lo ha traído Pedro Sánchez y, en ocasiones, cunde demasiado el mal ejemplo.
Si ayuda Amancio Ortega, los medios le sacan de inmediato que planifica un ERTE. Ya antes le sacaron las tripas por donar millones de euros para tecnología hospitalaria contra el cáncer. No permiten que el individuo destaque sobre la tribu aunque sea beneficioso porque –piensan– algún motivo oculto tendrá… que aplaque mi envidia. Pues la Historia de la Humanidad está repleta de gestas capitaneadas por individuos. También de desastres. Paradójicamente, sucumbimos a los caudillos y a muchos imbéciles iluminados pero solemos ajusticiar implacablemente a los filántropos.
Deseo por encima de todo que lleguen señales de menos muertes, de avances en la vacuna, de respiro en las heroicas UCI. Pero no puedo evitar la crítica hacia los que no están colaborando o están confundiendo la realidad.
Las radios y televisiones comerciales, las privadas, piden ayudas públicas al Gobierno aunque los hospitales estén sin mascarillas, batas o guantes. Esta casa también necesita ayuda pero se la está pidiendo a los oyentes que libremente la escuchan y leen y que libremente deciden si quieren ayudar –¡gracias!– como lo están haciendo. Lo mismo que nuestros colaboradores, que arriman el hombro al extraordinario trabajo de todos. La crisis económica de 2008 nos arrojó a una realidad distinta en la que hubo que recalcular nuestras posibilidades. La crisis que padecemos hoy, se lo está recordando a los nunca han querido notarlo en sus negocios porque el Estado siempre impedía sus tropiezos. No hay ayuda pública posible si no es para destinarla, en este momento, a detener la muerte y después, a levantar el país. Y nuestro presidente del Gobierno apenas sabe cómo empezar.
Mil batallas en Madrid
Quedan todavía algunos metros de vía para frenar: están en Madrid aunque sea la capital con más tragedias. Hay buenas ideas, decisiones firmes y colaboración entre lo público y lo privado en busca de todo aquello que sea útil. Todo es posible y necesario. IFEMA, el recinto ferial que siempre se asocia a eventos empresariales, exposiciones y ocio es ahora un hospital de campaña por iniciativa de la Comunidad de Madrid con el apoyo del Ejército: 1.396 camas para empezar, pero con la intención clara de llegar a la 3.000 y la posibilidad de alcanzar las 5.000 si la situación lo requiere. Los enfermos con sintomatología más leve podrán ser derivados de inmediato de otros hospitales para aliviar la carga. Pero también se habilitarán muchos puestos de UCI. ¿Les llevaremos al menos mascarillas, guantes y batas o seguiremos dando palos al aire desde un atril tratando de asomar una lágrima que no brota ni por autocompasión? Madrid instó a cerrar las peluquerías y se rectificó. Madrid eliminó el aparcamiento regulado en las cercanías de hospitales. Madrid se sirvió de establecimientos privados para que no se pierdan las becas de comedor de los colegios. Madrid ha montado un hospital de campaña… Se hacen cosas y no se pierde tiempo ni para anunciarlas. Habrá una tragedia pero también hay alguien haciendo algo.
Los modelos matemáticos –en ningún caso son previsiones– que se usan para crear escenarios de posible colapso en hospitales sitúan el pico de la epidemia más allá de mediado el mes de abril. Esos modelos, útiles para adelantarse a los acontecimientos, no tienen en cuenta variables humanas de comportamiento ni golpes decididos encima de la mesa como el que ha dado Madrid. El confinamiento y la higiene concienzuda son una barrera contra el virus, nuestra mejor muralla defensiva para proteger a los que saben cómo acabar con él en primera línea. Pedro Sánchez no esté entre ellos y no me alegra.
Necesitamos a las personas en sus puestos y en todos los frentes. Desde casa, siempre, todo aquel que pueda; fuera de ella, los justos y necesarios y siempre bien protegidos para sí y para los demás. La prioridad son los hospitales.
Hoy, más que nunca, estamos viendo lo necesarios que somos todos, cada individuo, cada idea, cada decisión. Y lo urgente que es que al frente del Estado haya un líder de verdad, capaz de dar salida al ingenio, a la heroicidad, a la generosidad. Uno que, al menos, sea puntual en sus comparecencias y tenga algo que anunciar.
La comparecencia de la vergüenza
Como siempre, llegó tarde sobre el anuncio aunque no tuviera nada que decir. Quizá esa tardanza sea necesaria para filtrar las preguntas de la prensa y lanzar sólo las que no molestan demasiado y sean acordes al vacío presidencial. No hubo respuestas y faltaron preguntas: ¿Se prorrogará el confinamiento al que estamos todos dispuestos?, ¿se va a ampliar algún hospital?, ¿qué hay de los test, de los equipos necesarios para el personal sanitario?, ¿hay prevista alguna medida especial sobre movilidad en Madrid? ¡Qué, cómo, cuándo, dónde! Nada.
"Hay que conseguir tiempo, ganar tiempo", dijo varias veces el presidente que siempre llega tarde a todo. "Somos el tiempo que respiramos", acertó a leer, como hacía Zapatero cuando parecía poseído. No encuentro palabras para describir la enorme frustración que me produjo escuchar a un presidente que no hizo un solo anuncio, que nos metió más miedo en el cuerpo del que necesitamos y que llegó a presumir de su gestión intentando sin éxito que le temblara la barbilla.
Sánchez dice haber aprendido cosas como que el gasto en Defensa "no es un gasto superfluo", quizá porque le están sacando muchas castañas del fuego con la profesionalidad de siempre. Pero no nos engañemos, ni eso ha aprendido. Un militar jamás demostraría la debilidad de un presidente que, dirigiéndose a la nación, se limita a pedir "que nos preparemos psicológicamente y emocionalmente" porque "lo peor está por llegar". Si se refiere a él, lo estamos. Porque hay que estar muy preparado para escuchar a un presidente decir que hará "todo lo que haga falta, cuando haga falta y donde haga falta" sin saber qué, cuándo, dónde y cómo. Tuvo hasta la desfachatez de apuntarse como propio el hospital de campaña de IFEMA.
Al no poder ofrecer un solo anuncio, Sánchez leyó datos –con un grado de detalle que provocaba arcadas– sobre "entretenimiento" y consumo de ancho de banda en internet. Según parece, somos líderes en eso y significa que la gente está en casa. Si lo somos, tampoco es gracias a él. Hasta nos dijo que "hay menos delitos". Le faltó añadir que la gente ya no abuchea a los árbitros en los estadios.
Mi paciencia se agotó cuando aludió a la "indisciplina" de los que "rompen con las normas de confinamiento o fabrican bulos o acaparan bienes y productos frenéticamente". Lo dice Sánchez, el presidente que esconde su cuarentena y se ve obligado a consentir la violación también a su vicepresidente por el mismo motivo. El que animó a ir a una manifestación sabiendo que el virus ya estaba aquí. Lo dice un señor que vive en el Palacio de la Moncloa y no hace cola en el supermercado con una mascarilla vieja de bricolaje o unos guantes de gasolinera, para volver con la compra a un piso de 60 metros con dos o tres hijos, sin perro y con el paro –y el virus– saludándole cada mañana.
Antes de que las náuseas me impidieran tomar más notas acerté a escuchar otra frase: "Cuando todo pase, que pasará, y volvamos la vista atrás sabremos si fuimos generosos y valientes".
Yo ya sé quién no lo fue, no tendré que mirar atrás.
Son casi las diez y media de la noche del sábado 21 de marzo. Fin de la vergonzosa comparecencia.
Good night, Vietnam.