No hay nada como denunciar que no hay democracia para quebrantarla. Los escombros del 68, todavía en forma de adoquín, vuelan para defender a un tipo que, como el propio Iglesias confesó, disfruta ante la visión de un policía pateado.
Podemos ya ha creado su particular BLM pero, siguiendo el guion, en todo caso, aquí el pobre Floyd será el policía. Porque a Iglesias y a Echenique les ha venido de perlas la prisión de Pablo Hasél para salir al recreo y demostrar que su única y concienzuda preparación está orientada a la organización de protestas violentas sin salida, fin en sí mismo. En eso nadie puede negarles valía.
Lo cierto es que la democracia no les necesita y por eso no se llevan bien con ella. Conviene insistir en que son ellos los que consiguen que la calidad democrática se hunda para luego protestar por ello y seguir alimentando el círculo, su círculo, símbolo dantesco de su partido. Sin desorden, la gente no vota comunista, lo dijo Iglesias aunque no lo inventara él.
Nadie quiso explicar muchas de las cosas que se escondían detrás de aquel Black Lives Matter, pero en Libertad Digital lo hicimos. Porque lo fácil era partir de una desgracia convertida en violentísima imagen para justificar, legitimar —condenan como racista al que no lo haga—, la oleada de violencia posterior que nada tenía de antirracista. ¿O es que el saqueo de tiendas fue una protesta en defensa de los negros o en memoria de Floyd? ¿O es que el asesinato de negros e hispanos —David Dorn, Chris Beaty, David Underwood, Ochea Brown, José Gutiérrez, Víctor Cazares, Francisco Montiel— que cayeron tiroteados o murieron abrasados, en realidad les protegía?
El movimiento BLM tenía una sólida estructura marxista como muy bien explicó aquí Elena Berberana. Y los demócratas, me refiero más bien a la izquierda americana, alentaron aquella violencia porque no les gustaba su presidente, no por la muerte de George Floyd. Ésta y otras son espirales que giran con enorme facilidad cuando las inician los expertos en agitación. Sólo queda sentarse a esperar que las redes sociales, claramente intervenidas, ordenen a los periódicos qué titular refleja mejor el origen de todo y a las televisiones cuál es el encuadre adecuado, por escorado que resulte. En España tenemos a esos especialistas por todas partes, ahora hasta dentro del Gobierno de Pedro Sánchez. Seguimos pues, con las noches de insomnio que nos ha prestado el presidente con tal de seguir tocando las llaves del Falcon en el interior de su bolsillo.
En España la Policía es asesina hasta que esos que lo dicen, lo escriben o lo cantan la necesitan para proteger sus casas o sus vidas. En España la Guardia Civil es opresora y fascista hasta que tiene que rescatar a unos montañeros que iban a izar una estelada independentista en un pico de Huesca. Al día siguiente, seguros en sus hogares, los maderos vuelven a ser todos unos fascistas uniformados que están deseando sacar la goma a pasear por un módico sueldo.
Hace veinte o veinticinco años Pablo Hasél sería poco más que un mal artista con la mente algo deformada. Quizá también un camorrista de baja estofa, porque suele esconderse que el chaval no sólo rapea, sino que también ha sido detenido, juzgado y condenado por agredir a un periodista y al testigo de un juicio que se le torció. Hoy está en las portadas; hace veinte o veinticinco años iría de calabozo en calabozo hasta perderse en su propia y violenta insignificancia. Hoy es una magnífica herramienta para fabricar una causa falsa que no se vende nada mal en el mercado de la agitación.
Pablo Iglesias e Irene Montero denunciaron este verano ante la Policía lo que consideraron un delito de odio contra sus hijos a través de redes sociales. Hay tuits execrables y mentes enfermas en todas partes, siempre las ha habido, que ahora consiguen llegar a mucha gente. Pero ni Iglesias, ni Montero, ni Echenique consideran un posible delito de odio que el tal Hasél diga cosas como: “Merece que explote el coche de Patxi López”, “Que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono”, “no me da pena tu tiro en la nuca, pepero. Me da pena el que muere en una patera”, “Es un error no escuchar lo que canto, como Terra Lliure dejando vivo a Losantos”…
Tanto delito es lo de Hasél como el aprovechamiento que de él está haciendo Podemos y, sobre todo, Pablo Echenique, el del kétchup. Porque Pablo Iglesias —un “mierda”, según Hasél—prefiere ahora esconder que su relación con el rapero no es precisamente de aprecio. Eso no significa que estén alejados ideológicamente, ni mucho menos. Hoy puede convertirse en poético lo que ayer era un escándalo o simplemente el desmán de un “lumpen, gentuza de clase más baja que la nuestra” que en ese momento entorpecía el proceso de asalto. ¡Menudos son los comunistas y con qué naturalidad han pasado siempre del amor al odio y de la vida a la muerte también entre ellos! En la URSS se sucedían los comisarios, todos comunistas incuestionables, de la forma más espontánea: por detención y fusilamiento, eso sí que eran ceses fulminantes. Y ahí siguen, más de cien años después, en el mundo entero, en España.
Pero nunca hay que olvidar que lo que está sucediendo proviene del Gobierno y que el presidente se llama Pedro Sánchez. Que después de tres días de intolerable terrorismo callejero, Sánchez haya decidido condenarlo es fruto de un cálculo y nada más. De hecho, de momento sólo se ha referido a lo que se ve en las calles sin dedicar una sola palabra a los que lo instigan. Y por si acaso, ha dejado una frase-liana que le permita ir y venir en su relación con los comunistas:
“La democracia española tiene una tarea pendiente de mejorar, que es la libertad de expresión para igualarla a los parámetros de otros países europeos”.
¿Cómo la Holanda de Teo Van Gogh? Porque Ayan Hirsi Ali tuvo que huir a Estados Unidos al negarle nuestra valiente Europa una protección de veras. ¿O como los planes de su vicepresidente para expropiar toda prensa privada? Fue Iglesias el que dijo:
“Lo que ataca a la libertad de expresión es que la mayoría de los medios de comunicación sean privados. Incluso que existan medios de comunicación privados ataca a la libertad de expresión”.
Ahora pide “un control público” de los medios, que es lo mismo pero dicho desde el poder, donde no hace falta hablar tanto. Y además, ¿quién pone en España las querellas por opinar y alberga a los que añoran el crimen?
Una comparecencia de Sánchez nunca aclara ni arregla nada. Pero el ojo que todo lo ve de Iván Redondo quizá haya atisbado ya la posible ecuación y de ahí vengan algunos ensayos de repentino desapego hacia el socio comunista. Con Génova de mudanza, Ciudadanos mirando el cráter y Santiago Leviatán conquistando plazas… podría estar viendo la hora de comprobar si el PSOE es un refugio electoral de la izquierda contra su propio extremismo y contra la amenaza que se inventen al otro lado.
Si está en ello el gabinete del doctor Redondo, la derecha tiene que ponerse a trabajar con mucho sentido común. El PSOE jugará a centrarse y Podemos encontrará otros Lives Matter para decirnos con adoquines y hogueras que aquí no hay democracia o que a ellos no les hace falta. Pero el daño nos lo han hecho entre los dos y eso nunca hay que olvidarlo.