Marta Rovira, la aristócrata golpista de pucheros falsos, se ha esfumado. Deja una carta. Dice, llorando lágrimas brut, que no podía seguir viviendo "dentro de una prisión interior". Pues sospecho que sí podía, y de maravilla. Pero este viernes le llegó el aroma del trullo, el de la prisión verdadera, no de la Colina de las Musas sino de Estremera.
"Seguiremos hasta el final", decía hace meses esforzándose en quebrar su voz como si el nudito amarillo le apretara la garganta. Pero William Wallace resultó ser Luis Roldán, vio la reja cerca y salió por piernas. Marta Rovira de Villadiego explica en su misiva que la huida es "la única forma de alzarme contra el gobierno del PP". Pues no estaba tan mal la otra, Marta, la de dar un golpe de Estado en toda regla. ¿Desde cuando huir es un alzamiento? Ya ni eso les queda. La cobardía de los golpistas de moqueta añade ignominia a este episodio innecesario de la Historia de España porque, como suele suceder, no tenían media torta.
El problema de fondo no ha cambiado. El artículo 155, medida excepcional, se aplicó bajo una pretendida situación de normalidad que incluso permitió celebrar unas elecciones en la guarida del lobo. Un espejismo. La excepcionalidad, por definición, no puede adoptarse a medias. No es compatible el ingreso en prisión de golpistas con un proceso electoral sin mediar un plazo de tiempo suficiente como para que la Ley volviera allí donde se orilló. Hoy, el reloj en marcha para la formación de un gobierno en Cataluña se ha convertido en el recordatorio del fracaso, del bloqueo: el golpe sigue dañando al Estado que cree sofocarlo. Ante cualquier atisbo de duda basta leer el auto del juez Llarena, relato escrito del golpe que todo el mundo conocía. Sin embargo, el portavoz del Gobierno, IMDV, considera que el camino hacia la nada que se abrió en el Pleno del Parlamento catalán tras la investidura fallida –empieza a ser producto español con denominación de origen– es "normalidad institucional" tras meses de "inacción". Normalidad. Increíble.
Es cierto que la huida de la falsa llorona es el paradigma de la traición pero resulta insultante que al Gobierno le preocupe si Marta Houdini ha hecho "un flaco favor" a los que comparecen ante el juez, que ya parecen los buenos de la película. Hasta en eso se ve cómo algunos miembros del Gobierno no están actuando contra el golpe.
El caso es que la conspiración de los cobardes está durando demasiado y cuanto más ridícula resulte su imagen, peor parada saldrá la de España. Que busquen a Rovira y la detengan. Es una golpista y saben dónde está. A ver si luego se alza contra no sé qué.