En domingo –víspera de Reyes– se votó la primera vuelta de la investidura y en domingo nos anuncian oficialmente la composición del Gobierno tras el preceptivo despacho con el rey. Hasta ahora ha sido el WOE (Whatsapp Oficial del Estado) el que ha ido goteando los nombres de los ministros colmando la paciencia de cualquiera informador que se precie de realizar bien su trabajo. Por whatsapp… Es lo que hay y no se puede esperar mucho más de este presidente dominical que ya ha demostrado su escaso respeto por la prensa, por los ciudadanos y por las instituciones que le permiten llegar al Poder.
Mentir tampoco es un problema para Pedro Sánchez. Nadie se escandalizará demasiado si hay prebenda a la vista. Por ejemplo, las lágrimas de Pablo Iglesias tras la investidura eran bien lógicas porque su trayectoria es, en cierto modo, similar a la de Sánchez: casi le echan del partido y de pronto se ve en el poder. Iglesias, el cuestionado, es ahora vicepresidente social cuarto sin cartera en 2020 pero con agenda 2030, con un buen sueldo de inicio y otro vitalicio de unos 70 mil anuales esperándole, casi con total seguridad, a la vuelta de la esquina. La finca de Galapagar no corre peligro. Tampoco aquel "proyecto familiar" con su pareja, ahora ministra de Igualdad aunque no sea igual vivir en Vallecas que entre encinas. Cómo no iba a llorar. ¡Orinocos!, como aquellos que derramó cuando murió su comandante.
No nos engañemos, a la mayoría le pasa como a Iglesias o como a Montserrat Bassa (ERC), que les "importa un comino la gobernabilidad de España" mientras ellos estén en el patio del poder, antesala de un prometedor futuro a años luz de cualquier múltiplo de un salario mínimo. Es más, les importa un comino España misma.
Otra cosa es que a Podemos le termine molestando que hayan podido timarles a última hora inventando Ministerios o dividiéndolos hasta el átomo más absurdo: Educación sin Universidades y viceversa, Trabajo sin Seguridad Social o Consumo sin más. Para mitigar el insomnio presidencial y contentar a la tropa, tendremos nada menos que veinte carteras que, junto al seguro despilfarro a base de impuestos, puede hacer que este Gobierno merezca el apodo de "carterista". Si en Podemos hay enfado real lo sabremos cuando hayan terminado de colocar a todos los indignados en secretarías de Estado, direcciones y subdirecciones generales, jefaturas de gabinete, comandancias de prensa o sóviets de imagen. Todo ello con sus correspondientes adjuntos.
La pasarela ministerial que nos terminarán de presentar este fin de semana deslumbrará al que se deje deslumbrar –ya hay medios de comunicación completamente rendidos– pero el paradigma de lo contrario es el ministro Fernando Grande Marlaska –que repite–, cuyo fulgor tardó bien poco en convertirse en una insondable sima.
Aún más abajo estaba Dolores Delgado, que se va sin ser destituida, lo que supone un escándalo mayúsculo después de haber escuchado las grabaciones sobre "informaciones vaginales" con comisarios –uno de ellos, ahora en prisión– y con el inhabilitado juez campeador. Ahí estaba Delgado, cuando todavía era fiscal, hablando del "maricón" Marlaska o de los escarceos sexuales de jueces en Colombia. No sé si la ex ministra deja otro legado que ese pero el caso es que se va por mera sustitución. Sin censura, sin castigo. Y todavía será peor que vuelva al sitio de donde salió.
A la hora de cerrar este artículo aún no se conocía el nombre de su sucesor en la cartera de Justicia pero dudo que me escandalice, sea juez, fiscal o el mismísimo Baltasar. A cualquiera sabrán concederle un reconocido prestigio aunque sea, como tan a menudo, de mala fama. El único consuelo es que mientras haya jueces y fiscales con sentido de la Justicia y ánimo para impartirla o reclamarla no todo estará perdido.
Tiempo habrá de valorar cada cartera y las intenciones o antecedentes de sus dueños, si cotizan aquí o allá, si falsearon su historial académico o si copiaron en un examen. Tampoco habrá que dejar pasar la oportunidad de preguntarse cómo andan de principios algunos socialistas como Margarita Robles que, como Marlaska, revalidan sus carteras.
El caso es que hubo investidura y habrá gobierno pero aquí lo que cuenta sigue siendo el golpe separatista catalán, por aburrido que pueda parecerle a algunos. Son importantes los impuestos, las pensiones, nuestra economía, el igualitarismo que acabará con la igualdad, la imposición ideológica, la perversión de la Historia que ya ha caído en manos de Carmen Calvo con una competencia en "Memoria Democrática", el modelo de consumo cubano, la cuota ministerial de un fontanero del PSC o el hundimiento de industrias a golpe de caprichosas declaraciones. Pero si se da carta de naturaleza a un golpe de Estado, además viviremos en un país sin Ley y, por tanto, vulnerable desde dentro y desde fuera.
Habrá "un Gobierno dentro de otro", como predijo el propio Sánchez cuando no quería a Pablo Iglesias. Pero todavía habrá un tercero, el de la Generalidad, persistiendo en el golpismo y rechazando toda legalidad como ya ha hecho, una vez más, Quim Torra tras las actuaciones en cadena del Tribunal Supremo y de las Juntas Electorales Central y Provincial de Barcelona.
Antes de alarmarnos ante lo que está por llegar deberíamos insistir en el escándalo de sobra conocido del golpe. Si no se destituye al gobierno rebelde de Cataluña y se interviene por completo su autonomía no hay normalidad en España como para fijarse en una pasarela de ministros por extravagantes, ineptos, extraordinarios o dañinos que parezcan.
Del golpe catalán ha nacido el Gobierno de la nación. No veo cosa más grave de la que ocuparse.