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Javier Somalo

Haz que pase de largo

El peor parado es el PP, y creo que sucede así por las siglas, tan maltrechas por culpa de Rajoy que no han tenido tiempo de ser las de Casado.

Eran las elecciones más reñidas e importantes de nuestra democracia. Absolutamente todo era distinto. Acudíamos a votar nueve meses después de una moción de censura ganada, con el apoyo de los peores enemigos de España, por un político que poco antes estaba fuera de su partido. Eran las elecciones de la quiebra del bipartidismo, con cinco formaciones que podrían ganar o perder cualquier apuesta y con un nacionalismo crecido como nunca antes. Eran, de hecho, las elecciones que se celebraban mientras se juzga un golpe de Estado perpetrado por el Gobierno de una comunidad autónoma, la Generalidad de Cataluña.

El punto de partida era, pues, tan novedoso como negativo. Históricamente novedoso y negativo. La campaña electoral comenzó el mismo día en el que Pedro Sánchez llegó a la Moncloa y, amparado en una pasarela de ministros, dio los primeros síntomas de incumplir su promesa de convocar elecciones. El PP estrenaba líder y Vox irrumpía con fuerza en actos multitudinarios de partido, favorecido en gran medida por su personación en la causa del golpe y por los complejos de la derecha exhibidos por Mariano Rajoy. Ciudadanos hacía tiempo que venía cubriendo la desaparición del PP en Cataluña –de hecho es la razón de su existencia– y aspiraba a llevar ese principio de Arquímedes a la política nacional. Así que frente a la izquierda de PSOE, Podemos y el círculo de amistades liberticidas, el centro-derecha quedaba dividido en tres partidos que, sin embargo, comparten la línea maestra de oposición: la unidad de España frente al separatismo, por muy facha que quisieran pintarlo.

No se puede reprochar a Ciudadanos su crecimiento tras nacer para defender a la Cataluña no independentista. Tampoco es de recibo acusar a Vox –no lo hizo ni Aznar en su momento– de irrumpir como opción política tras los peores episodios de contemporización con el separatismo en la era de Rajoy-Soraya, la de la operación Diálogo. Y no se puede acusar a este PP de cobarde, cuando Pablo Casado apenas ha tenido un año para crear un nuevo partido desde los escombros del rajoyismo, y con unos obstáculos internos que tendrán que inventariar cuanto antes. Pero sí se debe revisar qué han hecho estos tres partidos surgidos de una misma derecha sociológica –la que antes aglutinaba el PP– para no haber impedido el resultado electoral de este 28 de abril, malo para España.

La campaña electoral ha sido la peor posible: PP, Ciudadanos y Vox han tenido a Pedro Sánchez y sus aliados como enemigos secundarios. Todo lo que no se hiciera antes de cerrar las listas se tenía que convertir necesariamente en confrontación dentro del bloque opositor. Pedro Sánchez –o alguien por él, como de costumbre– lo vio con claridad y dirigió todos sus mensajes contra el trío de Colón, que, por otra parte, fue la demostración de que esa sufrida derecha sociológica reclamaba pacientemente unidad de acción contra él. Con Podemos debilitado en las praderas de Galapagar, Sánchez pudo entonar sin demasiado esfuerzo ese "yo soy la izquierda" contra los de Colón. Paradójicamente, el único que ha unido a los tres partidos del centro-derecha ha sido él, y lo ha hecho para dejar identificado al enemigo con ayuda de unas cuantas operaciones mediáticas en torno al Valle de los Caídos. Idea-fuerza: izquierda contra derecha, como antaño. PP, Ciudadanos y Vox no supieron escuchar el mensaje de Colón y desdibujaron al enemigo para perjudicar al adversario, generando una marea de votantes indecisos atrapados en las trifulcas entre Casado, Rivera y Abascal.

No hubo pacto previo de listas, pero también hay que reconocer que era muy difícil de afrontar cuando cada uno de los líderes se veía obligado a demostrar su fuerza electoral. Y aquí es donde encuentro la única coincidencia en sus intereses particulares: de alguna manera, unos antes y otros más tarde, todos querían reparar el destrozo que ocasionó en la derecha un político llamado Mariano Rajoy. Un destrozo panorámico, en todos los niveles posibles: ético, ideológico, político y, por encima de todo, mediático.

Sin embargo, creo que una campaña sin agresiones internas habría animado mucho más al electorado del centro-derecha. De los tres partidos, Ciudadanos es que el que puede presumir –por poco que sirva– de resultados, ya que, si bien es cierto que Vox llega de la nada a 24 diputados y se convierte en un partido de enorme importancia, las expectativas eran muy superiores. El peor parado es el PP, y creo que sucede así por las siglas, tan maltrechas por culpa de Rajoy que no han tenido tiempo de ser las de "el PP de Casado", el que ganó las primarias.

Aunque cada vez se lo ponen más difícil, España lo aguanta casi todo y dentro de un mes hay elecciones municipales y autonómicas. La campaña también ha empezado hace tiempo, y Sánchez puede ayudar mucho cuando empiece a negociar la posibilidad de gobierno. Es el momento de demostrar, en todos los escenarios, si los intereses generales están por encima de la feria de vanidades. El terreno municipal y autonómico puede ser el propicio. Si los adversarios de la derecha quieren identificar al enemigo, podrán quedarse con el lema electoral del PSOE: haz que pase, pero de largo y cuanto antes. Como en Andalucía.

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