Justicia: el nudo a desatar
Francisco Sosa Wagner
Francisco Sosa Wagner es catedrático universitario y autor del libro 'La independencia del juez: ¿una fábula?' (La Esfera de los libros, 2016).
Cumplimos veinte años y se agolpan los recuerdos. Casi todos buenos. Pero como cada cual los guarda a su manera prefiero celebrar el día haciendo un intento de ver dónde estamos, cómo somos y por qué somos así.
Dice Soledad Gallego Díaz que hoy, como en 1976, "hacer El País no es fácil". Aquel año mágico todo fue enormemente difícil en España y no creo que hacer El País fuera precisamente lo más complicado. Otros hicieron un país nuevo desde una dictadura a una democracia, especialmente en ese año, y todavía hay algunos que pretenden menoscabar la proeza. En 2020, sospecho que es aún menos difícil hacer, precisamente, El País. Su reflexión viene a cuenta de una campaña para anunciar el muro de pago en la edición electrónica del periódico. Con ella, el diario del Grupo Prisa quiere justificar que el ejercicio del periodismo cuesta mucho trabajo y debe cobrarse por él. Nada que objetar a las decisiones individuales de una empresa, pero de ahí a que nos quieran convencer de que son la esencia de la democracia y, por tanto, una especie protegida hay un trecho insalvable por más que tengan al poder político y económico en el descansillo de la redacción.
Supongo que también consideran heroico hacer la cadena SER, que engulló ilegalmente a Antena 3 de Radio de la noche a la mañana gracias a una decisión de un Consejo de Ministros del PSOE en 1994. Y a partir de entonces llegó el liderazgo de oyentes y de concesiones administrativas para emitir. Mandan ellos y, año tras año, consiente el poder político sea del color que sea. Todo complicadísimo, pues. Damos fe de que hacer periodismo es difícil y vivir de él lo es aún más. Pero, ya puestos, es mucho más complicado aquí que en el Grupo Prisa, veta privada del gran monolito informativo gubernamental de cualquier partido.
El gigante multinacional que todo lo ve, todo lo edita y todo lo publica, también cotiza en Bolsa. El coloso ignífugo presume de bancos en su staff, recoloca sus posiciones en América, diversifica, compra, vende… y es de izquierdas. Por el contrario, los despiadados tiburones especuladores capitalistas aguantamos el chaparrón cada día pensando en el siguiente, midiendo cada euro y sabiendo que no hay más deuda que la contraída con los lectores y oyentes, deuda sagrada. Unas veces nos alaban y otras hasta nos quieren cerrar. Pero nunca podrán decir que no saben dónde estamos porque llevamos ahí veinte años por nuestros propios medios. Por eso traigo las reflexiones de la directora de El País hasta estas páginas en el día de nuestro vigésimo aniversario, porque el buque insignia de la izquierda –ahora acompañado por Planeta– también es una causa de nuestro nacimiento.
La izquierda mediática termina quedándose con todos los negocios. Uno de los últimos consiste en verificar las verdades ajenas y convertirlas en mentiras inapelables. Les esperamos a la salida, cuando termine su fiesta y queden a la vista los destrozos.
El cambio de periodismo
El periodismo ha cambiado mucho en estos veinte años. Internet –sobre todo, tras la explosión de las redes sociales– impone normas para alimentar el perverso bucle "clicks-ingresos" que deja por imposible la medición de la influencia porque la influencia, más que medirse debe notarse. Y vaya si se nota.
Hemos de acostumbrarnos a nuevos esquemas pero sin perder el rumbo, la paciencia ni las buenas costumbres. Lo que ayer era sano hoy te puede matar –"y no lo sabes", añade un titular–, beberás zumos verdes con ahínco hasta que te digan –desde el mismo medio– que, en realidad, te estás suicidando y volverán a repetirte que, además, "no lo sabías". Aunque no importa demasiado porque, a la vez, te descubrirán siete novedosas formas semanales –o diarias– de llegar al orgasmo incluso en situación de ingravidez y te convencerán de que es mejor hacer ejercicio breve de alta intensidad y en ayunas hasta que, definitivamente, se desmienta y te convenzan de lo contrario con los mismos argumentos y parecida determinación… si es que sobreviviste al anterior consejo. Estas y otras cosas parece que las pueden leer más millones de personas en España que habitantes tiene la propia España. Y el titular no debe decir nada, es la norma. De hecho, ya hasta sobran los verbos, alma de toda portada. Sin embargo, estoy convencido de que esta inconsistente espuma bajará a los niveles soportables de toda la vida.
Y en política… en política empieza a difuminarse demasiado la frontera entre el periodista, el político y el lector. De nuevo por efecto de las redes sociales, que son necesarias pero tienen que salir ya de la eterna adolescencia. De hecho, creo que todo –política, periodismo y redes sociales– requiere ya un orden hormonal que lleve a la madurez, estado que no es incompatible ni con la rebeldía ni con la originalidad ni con la frescura.
Nuestro futuro es el de siempre
Libertad Digital seguirá insistiendo en la defensa de unos valores que consideramos necesarios para toda democracia. Y lo hará tratando de atraer a muchos jóvenes que vuelven a hacerse preguntas, que ven discrepancias lógicas entre lo que la izquierda dice que debemos hacer y lo que la izquierda hace. Jóvenes en la veintena que también se atreven con la Memoria del Comunismo, de Federico Jiménez Losantos y hacen cola para una firma en la página de cortesía de un tocho de papel que no se amplía estirándolo con los deditos. Si ellos han tirado de flexo y han doblado las esquinas de las mejores páginas, cómo no vamos nosotros a intentar llegar a sus cuentas en las redes, a sus teléfonos, a sus altavoces "inteligentes" o a donde sea. Hemos de hacerlo, más y mejor, y en ese costoso empeño estamos.
Lo cierto es que hay herramientas tecnológicas maravillosas cuando se ponen al servicio de la libertad. No en vano, de la combinación de ambas surgió el nombre de nuestra empresa cuando un ordenador con pantalla de tubo todavía era un ser extraño en muchos hogares. Toda la familia sabía que te habías conectado a internet cuando chillaban las ratas afónicas que se escondían en la caja del router. Qué escándalo. Habíamos acabado con el estruendo nocturno de las máquinas de escribir y resulta que nos chillaba una maldita caja. Veinte años.
El caso es que, por el canal que sea, con titulares más raros (para mí) pero con la mejor tecnología posible, llegando con más claridad a los dispositivos móviles, buscando alternativas a la difusión radiofónica convencional, produciendo podcasts y vídeos de calidad e influyendo con responsabilidad en las redes sociales, esta casa hará lo de siempre porque es lo único que sabe hacer: informar y opinar con libertad desde un determinado punto de vista: el nuestro. Hay días que me parece único y solitario pero lo cierto es que nos sale del alma y provoca un extraño placer echar un vistazo al retrovisor y no ver a nadie. Días, meses o años después resultará que teníamos razón pero que no habíamos elegido bien el momento para decirlo porque la izquierda mediática no había tocado el cornetín del consenso. Asumimos ese pecado con orgullo y sin propósito de enmienda. Estamos dando buena cuenta de ello en las 12 causas por la Libertad.
De la crítica al elogio y viceversa. Todo es posible y hasta necesario
Lo que conocemos como "políticamente correcto" es en realidad lo "políticamente impuesto" por la izquierda. Por eso Cayetana Álvarez de Toledo puede ser "la marquesa ultra del PP" en el rótulo de una televisión generalista que emite concursos y películas además de informativos, pero Irene Montero no puede ser una inepta de la política y la gestión pública sin mediar condena en tribunales, aunque lo sea y se afane cada día en demostrarlo. Así que lo políticamente correcto pasa a serlo también judicialmente, echando otra palada más de pesada tierra sobre la libertad.
A las rabietas y ataques me remito –también a los inesperados elogios– para demostrar que no nos casamos con nadie por convicción. Resultaba evidente cuando, estando siempre frente a la izquierda irresponsable o al nacionalismo, criticábamos al PP de Rajoy por sucumbir a cada encantamiento hasta el fatal hechizo final. Pero aún se hizo más notorio cuando el centro derecha se dividió en tres, adoquinando la avenida del Poder a la izquierda más radicalizada que haya sufrido España desde la guerra civil. Elogiamos al PP, a Ciudadanos y a Vox. Y los criticamos también. En su conjunto, por parejas, por separado y por facciones dentro de cada uno de los tres. Pero todos querían la lluvia a su gusto y todos tardaban lo mismo en tener la razón y perderla, por supuesto, según nuestra particular y legítima perspectiva. No queremos que piensen como nosotros, faltaría más. Que hagan en cada momento lo que consideren pero que no gestionen nuestra libertad de apoyar o criticar sus actos. Es mucho más sencillo de lo que parece.
Por esta misma razón también puede haber agnósticos defendiendo el catolicismo y católicos destapando sus vergüenzas. Y sin turnarse. O mujeres criticando leyes de género y homosexuales viviendo su vida sin necesidad de figurar en el BOE o considerarse "colectivo". Todo lo que en política resulta imposible se puede encontrar en Libertad Digital. No es capricho, ni esnobismo. Menos aún oportunismo, pues la sinceridad no suele ser rentable a corto plazo. Lo que sucede es que las adhesiones inquebrantables tienden a anular la razón llenando el estómago. Y eso no es compatible con la verdadera libertad.
Era posible y necesario criticar con dureza a Alberto Ruiz Gallardón por decir que había que pasar la página del peor atentado de la historia de Europa pero aplaudir después con entusiasmo –pese a que también había elegido los tribunales para encajar las críticas– cuando anunció que acabaría con "el obsceno espectáculo de ver a los políticos nombrando a los jueces que pueden juzgar a esos políticos". Poco tardamos en volver a la frustración al comprobar que el espectáculo sólo dejaba de ser obsceno porque se abría a todos los públicos… que había partidos que no estaban invitados a la bacanal.
Por similares razones, era posible y necesario criticar al fiscal del 11-M Javier Zaragoza y elogiar sin ambages su valentía ante el golpe de Estado del 1 de octubre, un golpe que ya forma parte del poder y supone la más seria amenaza para nuestra libertad.
Es perfectamente posible y necesario rechazar el franquismo como cualquier dictadura y criticar la Ley de Memoria Histórica o la criminosa exhumación de Franco como pueril venganza de una izquierda –no toda– que dormía bajo el somier del caudillo esperando su muerte y luego renunció a la reconciliación. Muchos de ellos vivieron igual de bien con él que sin él. Son los que siempre saben estar. Otros, como varios fundadores y amigos fundacionales de esta casa, no pueden decir lo mismo. Pero también en eso consiste la libertad y cuando se lleva a gala sin complejos termina forjando una personalidad a prueba de cualquier batallita preuniversitaria.
Personalmente agradezco la paciencia y generosidad de muchos lectores y oyentes –o políticos, jueces y fiscales– que en ocasiones no comparten un determinado punto de vista pero saben esperar la argumentación y, si procede, también la rectificación, y terminan concluyendo que en eso consiste la libertad, un valor preciado que comporta enormes riesgos. Sin ese público, cada vez más numeroso, la tarea sería mucho más ingrata aunque no dejaríamos de hacerla.
Nuestros principios
Creemos en el libre comercio y en lo merecido del beneficio. Nos critican los que consideran que ese beneficio es solo para unos pocos porque cree el ladrón que todos son tan marxistas como él. Pedimos un Estado que garantice la seguridad física y jurídica –imprescindibles para la libre competencia– y que se aparte de las relaciones entre individuos, un Estado que alivie trámites e impuestos –mejor si los elimina– para aquel que va a generar riqueza propia y ajena, un Estado que ayude cuando sea necesario al que de veras lo necesite sin alimentar una industria millonaria de necesidades artificiales.
Defendemos la igualdad ante la Ley en todo caso y rechazamos el privilegio que supone distinguir grados en su cumplimiento o la invención de leyes que nos separen por géneros o procedencias. Creemos que defendiendo y respetando al individuo se consigue un bienestar general porque los "colectivos", sean de lo que sean, están formados por individuos, gran olvido del Estado del Bienestar.
Defendemos la Constitución de 1978 y la unidad de España porque –voy a resumir– basta mirar lo que nos pasa cuando no se hace. Y así podría seguir con la separación de poderes, la libertad de prensa con licencias para todos o sin licencias pero con simple orden, la memoria de las víctimas del terrorismo, la meritocracia en la Educación…
Alguien me reprochará si no hay un ápice de autocrítica al acumular en la memoria estos maravillosos veinte años construidos por tantas personas, las que están y las que estuvieron. La hay, y a diario. Pero ya nos atacan lo suficiente desde fuera como para andar cediendo terreno a estas alturas.
Cumplimos veinte años y se agolpan los recuerdos. Pero aún más los prometedores proyectos y la enorme ilusión de hacerlos realidad. Gracias por acompañarnos