Casi todos, menos el Rey, presumen de lo que se ha hablado en las rondas de consultas en el Palacio de la Zarzuela. Y eso que algunos ni siquiera sabían cómo se llegaba a El Pardo y han descubierto por primera vez ese gran pulmón natural de la capital de España. Felipe VI ya tiene más experiencia que su padre en esto de encomendar la formación de gobiernos, al menos por el tipo de encomiendas que le está tocando vivir, y sólo él sabe de veras lo que ronda por la cabeza de los líderes que han girado, una vez más, visita a Palacio. Debe saberlo, cuando las intenciones con más posibilidad de formar gobierno son incompatibles con la Constitución y, para más señas, republicanas en su peor versión antimonárquica.
El valor de la monarquía parlamentaria española es su carácter moderador no gobernante, lo que no impidió que Juan Carlos I –seis años después de la muerte de Franco– se viera obligado a cortar el golpe de Estado del 23-F, o que su hijo, Felipe VI, supiera dirigirse a la nación como lo hizo el 3 de octubre de 2017, tras el golpe de la Generalidad de Cataluña. No son momentos políticos similares por contexto histórico pero son idénticos en el riesgo subyacente.
El fiscal Fidel Cadena fue extraordinariamente claro al decir que en la sentencia del Tribunal Supremo sobre el golpe del 1 de octubre "falta el discurso del Rey en los hechos probados". Porque nunca unos "hechos" fueron tan "probados" y tan públicos: un vibrante discurso televisado que llevó a una manifestación masiva e inédita en Barcelona. Y añade Cadena que aquello "fue una realidad" en contraposición a la Suprema "ensoñación" del magistrado Luciano Varela. "El orden constitucional corría peligro", zanjó Cadena hablando en su nombre, en el de los fiscales Javier Zaragoza, Consuelo Madrigal y Jaime Moreno y presumo que en el de millones de españoles. Pero, por lo visto, no hay político dispuesto a devolverle el favor al Rey.
Con una sentencia como la del Supremo ante un golpe de Estado sin sofocar –error original ya sin remedio–, los "cauces de expresión" de Sánchez cobran tintes realmente peligrosos porque hacen posible lo que es, a todas luces, ilegal. Pues este viernes se ha dado un paso más o, para ser más exactos, como señala Ketty Garat, se ha vuelto con ahínco a los peores pasos: al Pacto de Pedralbes. El marco ya no es la Constitución sino la "seguridad jurídica" y "las leyes democráticas". No digas "atentado", di "accidente". No creo que este paso al vacío haya sido comunicado al Rey como fórmula válida para formar gobierno pero conviene apuntarlo también como un "hecho probado" aunque sólo sea para cargar de razón nuestra amargura.
Pedro Sánchez hablará con el "xenófobo" Torra bajo la excusa de una ronda con presidentes autonómicos que le permita ocultar la ignominia en el paraguas del diálogo. Pero el presidente provisional ya ha dejado claro que prefiere a Oriol Junqueras, del que evita toda crítica. Mejor el frente carcelario que el fugitivo, que tiene donde elegir. Y para Podemos, mucho mejor el frente republicano con denominación de origen y marca registrada que el separatista a secas. En todo caso, para todos ellos la Constitución es un obstáculo y, por contagio, la monarquía es un incordio. La teoría acordada del "conflicto catalán" nos quiere llevar a un conflicto monarquía-república y a dinamitar una Constitución que unió a todos los españoles. Este era pues, el famoso "encaje" de Cataluña en España: que lo de menos era España. Lo sorprendente es que, llegados a este punto, nadie quiere hacer reformas constitucionales de fortalecimiento de la nación, de la democracia parlamentaria: el camino tomado, parece que sin oposición activa, es hacer realidad la metafórica quema de ejemplares de la Carta Magna… y de las imágenes del Rey.
Es un hecho pues, que el plan de Sánchez, tal y como parece planteado, es incompatible con la democracia de 1978, "régimen", para Iglesias por intento de comparación con el franquismo. ¿Quejas? Nada cabe esperar de los lamentos de Emiliano García Page –que usará su grosera vaselina sin rechistar– o de los pellizcos de monja de Javier Lambán, requinto de Los Panchos del PSOE que dice que "lo deja todo" si Pedro dice "ven" y que será capaz de darle también sus momentos más ocultos. No es tiempo de ironías, escudo casi siempre de las peores cobardías, pues sirven para acomodarse a cualquier situación. Si ERC resulta ser un "partido indeseable" para Lambán, si Miquel Iceta ha pasado a ser un "supremacista", si "de España hablamos todos", como dice el de la vaselina… no sé qué hacen en el PSOE de Pedro Sánchez, pero estoy seguro de que allí seguirán buscando coartadas para no parecer culpables.
Las desgracias sucederán en tiempo récord, sin margen para hacer política porque las revoluciones no la necesitan y, a este paso, pillarán a los "constitucionalistas" durmiendo en Pearl Harbor. Dijeran lo que dijeran Pablo Casado o Santiago Abascal –Arrimadas ya es más clara que Rivera– sobre un eventual rescate de emergencia a Sánchez, una foto en pijama sobre los escombros resultará mucho más difícil de explicar que cualquier cambio en una promesa electoral, devaluada ya por la gravedad y velocidad de los acontecimientos. Siempre será mejor repetir los aciertos históricos evitando los dramáticos errores que, en algunos casos, condujeron a la determinación. Y eso sólo es posible anticipándose al enemigo y tomando conciencia inequívoca de que el camino que emprende Pedro Sánchez con comunistas y separatistas supone un cambio de régimen irreversible. Sin turno de respuesta, por ingeniosa que la presuman. Sin segunda parte. Con las ensoñaciones convertidas en norma.
Hay 151 diputados que representan a muchos millones de españoles y que están obligados a enviar un mensaje de esperanza y tranquilidad sin pararse a medir su impacto electoral, porque a lo mejor tardan mucho en llegar otras elecciones y, de suceder, puede ser a lomos, no de la Constitución que conocemos sino de la veleidosa "seguridad jurídica" y "las leyes democráticas" de Pedro Sánchez. O sea, de nuevo cuño.