Es famoso el celo del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, por perseguir euros ajenos. Y es famoso porque él mismo se ha encargado en numerosas y vergonzosas ocasiones de hacerlo público señalando a sus víctimas –periodistas incluidos– hasta en el Congreso de los Diputados. Nadie se escapa –presume el ministro– de su red impositiva, tantas veces confiscatoria. Pero hete aquí que mientras el común de los mortales siente el aliento tributario en el cogote, los golpistas de Cataluña lo ven como soplo beatífico, la salida a todos sus problemas legales.
El juez Pablo Llarena, apoyado ahora por el Tribunal Supremo, está cubriendo la dejación de funciones del Gobierno respondiendo como merece al juez alemán –a Alemania, gracias a una ministra– y pidiendo cuentas al ministro de Economía de España, visto ya por los golpistas como su mejor coartada. Llarena es juez, gobierno y oposición, pero no porque quiera violar la separación de poderes sino para suplir demasiadas ausencias. Y la financiación, directa o indirecta, de un golpe de Estado es lo bastante importante como para no permitir tanta laguna.
Con la prepotencia que le caracteriza, Cristóbal Montoro se ha jactado en al menos dos oportunidades de tener bajo control cada euro que la España que roba a Cataluña destina a la Cataluña golpista. La primera fue en agosto de 2017:
No va a haber referéndum porque no hay presupuesto, a ver si nos entendemos. No lo va haber por otras causas, pero también porque no hay presupuesto (…) Cualquier propuesta de desviación de presupuesto –añadió entonces– llevará a que el Gobierno tendría que actuar y aplicar las medidas coercitivas de la ley de estabilidad.
"A ver si nos entendemos", decía el prepotente recaudador mientras los golpistas tomaban nota para posteriores deducciones de testimonio. Por supuesto, el referéndum se celebró, votó todo el que quiso y las veces que quiso y, sin presupuesto, se proclamó la República catalana, se apaleó a policías y guardias civiles, se protegió el delito con las pistolas de los Mossos y se cruzó la frontera ante las narices del Gobierno "coercitivo" que seguía haciendo kilómetros sin avanzar sobre la cinta de andar mientras Puigdemont ponía rumbo en coche hacia el corazón de Europa. Sin dinero público…
La segunda ocasión en la que Montoro exhibió su tesis –esta sí que puede ser de fin de carrera– sobre los presupuestos del golpe fue esta misma semana en una entrevista con Jorge Bustos en el diario El Mundo. Tiraba el ministro contra Cifuentes pero la piedrecita le rebotó cuando volvió a presumir:
Yo no sé con qué dinero se pagaron esas urnas de los chinos del 1 de octubre, ni la manutención de Puigdemont. Pero sé que no con dinero público.
El caso es que Cristina Cifuentes tampoco sabía qué demonios pasaba con el Máster de los chinos de la universidad pero sabía que lo había pagado y que el lío estaba en la propia universidad. El gran escándalo. Las fuerzas vivas de cada casa no dan abasto.
Pero, ¿seguimos estando en que lo grave gravísimo es que los políticos mientan? Pues, sin lugar a dudas, para empezar, que dimita Montoro, que su tesis era falsa. Un golpe de Estado no permite mentiras. A ver la oposición.