¿Hablaron o no hablaron Iván Espinosa de los Monteros y José Manuel Villegas? ¿Firmaron o no firmaron un documento los negociadores de Vox y PP? ¿Querían los murcianos de Ciudadanos investir a Fernando López Miras pero la dirección nacional ordenó lo contrario? ¿Hubo asentimiento de Vox que se escuchó a través del "manos libres" cinco minutos antes de que se hiciera lo contrario? ¿Compartieron varias horas juntos Santiago Abascal y Pablo Casado durante las negociaciones?
Todos niegan y difunden versiones. Es posible encontrar en la prensa –no digamos ya en las redes sociales– cualquier combinación imaginable de lo sucedido entre PP, Ciudadanos y Vox. Incluso aparecen citas en restaurantes cercanos al Congreso de los Diputados y encuentros casuales o propiciatorios que de pronto se desvanecen sin dejar rastro. Hasta cinco horas de negociación entre Ciudadanos y Vox –sólo eso era noticia de apertura– pueden convertirse en el café improvisado más largo y amargo de la historia.
Cuantos más testigos y más medios de conocimiento tenemos, menos información llega o es más contradictoria, es decir, inútil. Pero lo realmente grave y desolador es que nos obliguen a investigar el detalle de las acciones individuales como si se tratara de reconstruir un crimen minuciosamente perpetrado. Lo intolerable es someter la carga de la prueba sobre el ciudadano votante que reclamaba unas ideas contra otras. Es una burla y ya cansa denunciarla.
El caso es que España dependía de Madrid y ahora resulta que Madrid depende de Murcia. Y si hemos llegado hasta aquí es porque nadie tiene los votos para gobernar. Hoy no hay votos para los partidos sino votos para ideas, porque hace ya mucho tiempo que se vota en contra de algo, para desalojar a alguien o para evitar su llegada. Antes, esas ideas estaban aglutinadas en dos grandes partidos pero hoy son cinco o seis: tres a la derecha y dos –camino de tres–, a la izquierda si desechamos el centro en el que casi todos dicen estar para justificar sus indecisiones. Así que hemos pasado de la fusión a la fisión, que deja más residuos en su proceso. No hablo de una defensa del bipartidismo PP-PSOE porque eso, en la práctica, nunca ha existido teniendo en cuenta que las debilidades del "turnismo" se cubrían con el separatismo –entonces llamado nacionalismo moderado–, razón de todos nuestros males, y porque se ha demostrado posible que la derecha gobierne con un programa casi de izquierdas o que la izquierda nunca deje en realidad de gobernar, gracias a sus medios de comunicación y a las cloacas –si quedan diferencias– esté quien esté en el Palacio de La Moncloa.
Como las versiones del crimen de Murcia son contradictorias, sólo podemos atenernos a los hechos probados, fruto de la relación política general entre el trío de Colón:
- En todos los casos, el PP es la fuerza más votada de las tres y Vox es la menos votada.
- Siendo Vox la menos votada es imprescindible para cualquier acuerdo. La fórmula y la proporcionalidad es lo que debería acordarse y no se consigue.
- El PP está dispuesto a acercar posturas para forjar legislaturas o al menos no niega la negociación. Sin embargo, Ciudadanos exhibe una especie de aversión estética hacia Vox que no consigue argumentar en las negociaciones. Se trata de un apriorismo incompatible con la política que sólo está justificada, y es necesaria, respecto a partidos separatistas o que renuncian al orden constitucional de 1978.
- El fracaso de la negociación, tanto en Murcia como en Madrid, no aboca automáticamente a un gobierno de la izquierda si uno de los tres partidos –o los diputados necesarios– no lo propicia activamente. Los tres han dicho que no lo harán. O hay acuerdo o hay transfuguismo o hay elecciones. ¿Con pacto previo, con alianzas o como simple tormento al votante que no quiere ser de izquierdas?
- Los puntos de acuerdo presentados en Murcia o en Madrid –si no niegan ya hasta su mera existencia– son perfectamente asumibles por los tres partidos. De hecho, si los folios no llevaran logotipos, si se negociara bajo lema y plica como en los concursos literarios, quizá estaría todo resuelto. Exhiben sus muchas diferencias pero se empeñan en esconder sus muchas coincidencias. Rechazan parecerse aunque ese parecido sirva para evitar el engorde de la izquierda.
- Acordar una investidura no significa asumir el programa completo o la ideología de un partido ajeno. Como ejemplo, Ciudadanos estuvo dispuesto a pactar con el PSOE en la investidura fallida del PP de Mariano Rajoy. Del "pacto del abrazo" hemos pasado al NO de Rivera a Sánchez y resulta que a Sánchez le sirve de igual manera. ¿No cabe mayor sacrificio?
- Se culpa a Vox de haber nacido pero su origen es la escombrera del PP de Rajoy, de la derecha con mayoría absoluta que se echó a descansar y luego a colaborar con el mal por disimulo, por vaguería o por todo a la vez. Pero Vox no puede basar su existencia en la incompatibilidad porque el PP de Casado ya no es el PP de Rajoy. La realidad distorsiona la reacción de Vox aunque no sea culpa de Vox ni del PP sino un hecho.
- Andalucía ha pasado de ser el buen precedente al origen de toda fricción. Vox lamenta el modelo andaluz como su estreno bisoño pero para Ciudadanos es el único válido. Lo que empezó como una nueva construcción es ahora motivo de demolición y traslada un peligroso mensaje: la derecha –o la no-izquierda aparente– no es capaz de sustituir regímenes socialistas.
- El patriotismo, que siempre conlleva sacrificios, es un reclamo pero no se practica. Hay una tendencia a repartir las culpas entre los tres partidos pero, a vista de notario, creo que el que más bloquea es Ciudadanos –y para más señas, Albert Rivera– y el que más propicia la negociación es el PP. Abacal, Rivera y Casado, que se sepa, no se han reunido a puerta cerrada para acordar una vía de urgencia que preserve la autonomía electoral de cada formación pero ponga a la izquierda contra la pared. Ciudadanos y Vox suponen que el que ceda recibirá elogios de los que jamás serán sus votantes y reproches de los que no volverán a votar sus siglas; por eso buscan el ansiado "riesgo cero", inexistente en la política. El PP puede escapar de ese diabólico esquema.
Para evitar la tentación del decálogo, aquí lo dejo, justo al borde, como las malditas negociaciones. O llegan o fracasan: no hay término medio ni cafés casuales ni llamadas con testigos ni documentos anónimos o apócrifos que sirvan para resolver el crimen de Murcia. El arte de lo posible se ha convertido en el capricho por lo imposible, en la exhibición de la incoherencia y en el retruécano político. El votante no ha cambiado, han sido los partidos. No molesten hasta que no hallen la solución pero recuerden que un tal Pedro Sánchez quiere bordar sus iniciales sobre el reposacabezas de nuestro Falcon.