De nuevo ante las urnas aunque él sólo vea espejos. Quizá en este sea más fácil que se refleje su imagen y no La Otra. Pero ya nunca se sabe. El caso es que Pablo Casado está de nuevo ante unas elecciones ajenas que necesita capitalizar.
Casado es palentino de nacimiento —palenciano diría el que ha proponido acabar con las vacas que tanto pastan por Castilla y León y que van a salir demasiado en esta campaña— y tiene más a mano llevar estas elecciones a su terreno si no se torcieran demasiado. Otra cosa es que eso sirva para algo.
Sí, Casado está su tierra. La tierra de su candidato Alfonso Fernández Mañueco. También la de Miguel Ángel Rodríguez. Y, claro, la de José María Aznar. La tierra que forjó al presidente candidato, al desconocido del bigote —y melenita— que empezó buscando votos por las calles de Logroño sin ser de Logroño. Le tocó allí ser inspector de Hacienda y se afilió a Alianza Popular llamando a la puerta un 27 de enero de 1979, hace ya 43 años. Pronto se fijaron en él.
Lo siguiente fue Castilla y León, donde algunos querían poner de candidato a Rodolfo Martín Villa. Quizá fue el mejor o único acierto de Antonio Hernández Mancha, el de mantener a Aznar pese a las presiones de José María Cuevas, que venía de lo vertical y no veía mucho a lo lejos. El caso es que el inspector de Hacienda, con un discurso plomizo pero estricto y necesario, pocos complejos, mucho trabajo como buen opositor y en tierras austeras de Adolfo Suárez —al que dicen que votó en junio de 1977, y no a Fraga—, se convirtió en la persona que transformaría el caos ideológico de AP en el partido que sería capaz de desalojar al PSOE del poder tras 14 años. Concentración frente a aquella dispersión.
Pero ahora la técnica, o quizá la simpleza de estos tiempos, lleva a forjar los liderazgos en fraguas ajenas. Casado no ha ganado elecciones, no tiene ese cimiento. Es su gran carencia. Aparece en el centro de tres vértices, tres personas, que las ganan con más o menos votos pero que acaban gobernando, tres compañeros que han dado el salto del partido a la gestión de la realidad. Y todos han escrito una página que en el libro de Casado sigue en blanco.
Juanma Moreno Bonilla (2018), sin mejorar el resultado anterior del PP, aprovechó la oportunidad histórica de poner fin al régimen socialista andaluz, a cuatro décadas de amiguismo, clientelismo y corrupción. Supo formar gobierno con Ciudadanos y el apoyo de Vox y eso parece que le coloca en posición de ganar con mucha mayor claridad en este 2022 electoral para Andalucía.
Alberto Núñez Feijóo (2020) todavía saborea una mayoría absoluta, extraña situación que permite gobernar sin estirar la aritmética y sin necesidad de regateos. Ganó por gestión, por lo práctico y sin enseñar las siglas del partido. Creció con respecto a las anteriores elecciones, cuatro escaños por encima de la mayoría absoluta, obteniendo 42.
Isabel Díaz Ayuso (2021) dio la vuelta con agilidad y extraordinario olfato a una trampa de Ciudadanos, disolvió la Asamblea para abortar una torpe moción de censura y protagonizó una campaña electoral de líder. Su fama sobrepasó fronteras regionales y nacionales. No llegó a la mayoría absoluta pero supo acordar un gobierno y ser la piedra en el zapato de Pedro Sánchez.
Ahora se pretende que los éxitos de los demás entren como por ósmosis política en los poros del líder nacional. No es ese buen cartel para nadie, pero menos para el dirigente popular. Se reduce a que detrás del tal Luis Tudanca está Pedro Sánchez, que detrás del tal Juan García Gallardo está Santiago Abascal… y que detrás del tal Pablo Casado están ora Feijóo, ora Ayuso, en breve Juanma Moreno y ahora mismo Alfonso Fernández Mañueco. La estrategia del liderazgo inverso, la del PP de Génova, no es buena para nadie: ni para el candidato regional del momento ni para el candidato nacional del futuro. Y menos aun cuando se les nota tanto, cuando Teodoro García Egea tiene por afán diario trolear los selfies (antes chupar cámara) de sus respectivos ayusos, todos ellos, por cierto, presidentes de sus partidos regionales salvo la madrileña, la Ayuso original. Lo mismo hasta es machismo.
Casado y Teodoro —no sé en qué orden— no quieren nada con quien tendrán la obligación de buscarlo y encontrarlo: con Vox, el partido que les permite estar gobernando en Madrid capital y comunidad, en Murcia y en Andalucía y todo ello a pesar de Ciudadanos, que ya no es un ingrediente de esta olla electoral pero que ha hecho lo indecible por fastidiar los pactos, escondiendo siempre una mano traicionera hacia el PSOE. Por cierto, quizá hasta haya que agradecer a Ciudadanos su papel reciente: provocar elecciones en las que salen definitivamente desalojados. Pudieron ser la clave de muchas cosas pero están bajo los cascotes del arco, en la escombrera política más sorprendente, mayor que la de la UCD.
El caso es que el aparato genovés errante —lo de la sede sigue siendo una fatal alegoría, una angustiosa interinidad— romperá los puentes durante la campaña para que se vea que los de Madrid no quieren estar con la "ultraderecha". Y Mañueco tendrá que templar algunas gaitas, flautas, pitos o dulzainas para que la sangre no llegue al río o que al menos no se digan cosas tan gruesas como para que se queden en la memoria. Madrid irá por Madrid y ya se las apañarán otros, los otros de siempre, para entenderse en ambas orillas, seguramente por un tramo del río que se pueda vadear sin apenas remangarse las perneras. Así viene sucediendo allí donde a ambos partidos les merece la pena entenderse porque se la merece también a sus votantes.
Pero que la única función de la dirección genovesa sea romper el jarrón para que otros lo reparen puede terminar con los añicos en el suelo y con el PSOE —y su troupe— echándolos definitivamente a la basura. A quien más perjudica eso es, desde luego, al PP y a sus votantes. No era esa su trayectoria original.
Y claro, entonces se entienden todavía peor esas sonrisas eternas y medio congeladas, sonrisas como de candidato por Missouri, que Casado se empeña en regalar a todas horas a la prensa. Más ahora, que todos quieren hablar con un fondo de granja. Cuidado con las vacas, los tractores, las ovejas… que en el campo lo que se pretende es vivir mejor, no que los de ciudad les imiten mal y se calcen galochas, madreñas o el goretex al apearse del coche oficial.
El candidato real del PP en estas elecciones no aspira a La Moncloa como le sucedió a Aznar. Pero al candidato nacional que sí tiene la obligación de aspirar, a Casado, le acechan los ejemplos al noroeste y al sur de estas elecciones. No es que allí hayan dicho ni mú pero qué duda cabe de que las elecciones gallegas y madrileñas –las andaluzas quedan más lejos– no fueron cosa de Génova sino de esfuerzos particulares. Y aquí es cuando llega Teodoro para decir, como a borbotones, que Ayuso era la candidata de Génova, de Pablo Casado, que tuvo instinto ganador. Desde luego que sí, lo que todavía hace más inexplicable tanta zancadilla.
Pese a las tezanadas, no creo complicado que Mañueco acabe gobernando con ayuda de Vox pero, ¿puede vender eso Casado como meta volante conquistada en su camino a La Moncloa, como éxito personal? Por poder… pero no sé quién comprará esa mercancía. Si gana Mañueco bastante tendrá Mañueco con formar gobierno. ¿O es que Casado está pensando en una aplastante mayoría absoluta fruto de un cierre de campaña épico junto a Teodoro?
Por los desprecios que ya se han escuchado parece que todo estuviera atado y que, por tanto, se insistiera en ignorar tercamente la probada realidad de que en muchos casos, cada vez más, se vota distinto en clave local, regional y nacional. El votante de centro derecha se ha visto obligado a pedir la carta, a elegir según el momento y el candidato. El menú de siempre ya no vale. Se lo han quitado. Vuelve la dispersión conjurada por el inspector de Hacienda que pidió afiliarse a Alianza Popular en 1979, ganó Castilla y León, presidió el PP y alcanzó La Moncloa.
Se le puede criticar y mucho por acción y omisión, por designar a dedo el peor futuro y por no dejarlo del todo pero tampoco arreglar nada. Pero en este artículo la comparación me sale muy descompensada de todas formas. No comprendo la vía Casado, no veo cuál es la referencia. No encuentro parecidos con los que, por esfuerzo, tesón, astucia u oportunidad han escrito páginas importantes. Ni con Ayuso, ni con Feijóo, ni con Moreno... y menos con Aznar.