Es superior a sus fuerzas. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, no puede reprimir su vicio de ver a Cataluña reflejada en todos los espejos. ¿Tanto empeño sin enmienda responde a un TOC del jefe de nuestra diplomacia o más bien a una misión encomendada por Mariano Rajoy? Lo primero podría ser consecuencia de lo segundo.
A nuestro canciller no le hemos oído una palabra sobre Marruecos en plena crisis de avalanchas sobre Ceuta y Melilla. Ni una mención a Venezuela –el jueves hizo pinitos–, donde el totalitarismo de chándal pisotea, manda callar y mata. Nada. Sus asuntos no son exteriores. Margallo prefiere ver a Cataluña y a España en Rusia y Ucrania elevando a categoría de internacional, a su ramo, el "conflicto", cosa que siempre ansía el nacionalista. Ya antes de poner el ojo en el Mar Negro se dejó liar con Escocia y con lo que Europa –nunca España– hará en caso de que pase lo que pinta. Y mientras, Artur Mas, que ya tiene quien le exporte el asunto como canciller, pero en cap, puede pasar el rato jugando a investigar apellidos catalanes con muestras de saliva dejando como vulgar aficionado a Sabino Arana, que en su día reconstruyó 126 apellidos de su esposa, Nicolasa Achicallende, porque el primero le olía un poco maqueto. Quizá esos cultivos salivales sean el primer paso para crear el Censo de Votantes al Referéndum. El resto de su Estado lo tiene ya en capilla.
Y, oh paradojas, mientras la gran cuestión nacional la despacha el de Exteriores, el PP sigue sin tener candidato para Europa porque ya se sabe que eso es lo de menos. Los actos de precampaña europea del PP son como los comentarios anónimos de internet, van con silueta: lo que importa es el mensaje. Dentro y fuera, lo crucial es que Rajoy administra el Tiempo. Habrá candidato europeo como lo hubo andaluz y, sobre todo, pese a los "paralelismos absolutos" con la Gran Rusia, habrá freno a lo de Cataluña. Omnia tempus habent o, como dijo Gómez Bermúdez, "en el momento procesal oportuno".