Al PP se le va su PSOE, con el que jugaba en el balancín del parque. Sube y baja, sube y vuelve a bajar. ¡Ay, enemigo mío, qué bien lo hemos pasado! Posada, paronomasia de Pesado, que casi tarda tanto en presentar al Rey como el Rey en presentarse, escenificó su sorpresa: "Me acabo de enterar de que nos quedamos sin…". Sin Rubalcaba. Rubalcaba está llorando/el Posada está llorando/Rubalcaba y el Posada/en desconsolados bancos/ay, cómo lloran y lloran/ay, ay cómo están llorando. Hasta destacan "su oratoria", algo que no hace ni Google.
Atados en cordada por los riscos: si cae uno arrastra al otro. Así van y así los han querido siempre los que ahora, con votos, prometen rentas bolivarianas que sólo ellos disfrutan. Se enseñaban los colmillos guiñándose un ojo. Entre risas cómplices le dijo Soraya una vez a Alfredo por los pasillos: "Te voy a criticar, eh". Pero no me lo tomes a mal, le faltó añadir.
Pero el Rubalcaba que se va es el mismo al que el PP de la oposición quiso reprobar como ministro por la traición del Bar Faisán, principio de la legalización de ETA. El mismo que les desalojó del poder tras la jornada de reflexión-agitación del 13-M, promovida por él, cuando aún no se habían contado los muertos del más atroz –y todavía irresoluto–atentado contra España. El mismo que presumió en sede parlamentaria de oír y ver todo lo que dicen y hacen Sus Señorías. El mismo que llegó a Interior justo a tiempo de "verificar" que ETA no era peligrosa, que los zulos son "lugares donde los terroristas guardan una serie de cosas". Este es el Rubalcaba al que llora Posada y aplaude la bancada popular. Ellos lo han visto y sufrido.
También es el que dejó la Educación española hecha unos zorros. Ahora vuelve, como él dice, "a mi universidad". Bendita Complutense, la de Pablo Iglesias, Monedero y Carrillo. Hoy también con Alfredo de bata blanca para enseñar pesos atómicos y enlaces covalentes. La noticia no es que vuelva a las pizarras sino que siga siendo titular de una plaza más de dos décadas después. España.
Y es también el portavoz que negó que los GAL tuvieran relación alguna con el gobierno de Felipe González. "No podrán demostrarlo", dijo. Y parte de razón tenía. El 24 de noviembre de 1995, en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros fue más allá: "El proceso terminará con la inocencia absoluta" de José Barrionuevo. Ahí se equivocó. Después, recuerden, el corro de la patata y los abrazos a las puertas del trullo.
Pero Rubalcaba repetía mucho por aquellas fechas, en referencia a la confesión pública de Ricardo García Damborenea, que "nadie puede probar una mentira". Y esa ha sido siempre su premisa mayor. Se puede probar pero de nada sirve: GAL, 11-M, negociación con ETA, chivatazo a ETA en el Faisán…
A veces conocemos mejor a las personas a través de otras. En el caso que nos ocupa probemos con Baltasar Garzón. A ojos de Rubalcaba, el juez fue bueno cuando colgó la toga para ir de número dos con Felipe. Fue malo cuando volvió a enfundársela y buscó a los GAL en su PSOE. Y volvió a ser bueno cuando compartió escopeta con un ministro, un comisario y un fiscal para diseñar la caza al PP. Lo más aproximado a la verdad es exactamente al revés… pero ya se sabe que "nadie puede probar una mentira". Quizá en sus Memorias, que no han de tardar, nos muestre su entrañable carcajada por última vez. Si se da prisa, todavía se las puede presentar Posada en el Congreso.
Este es el Alfredo Pérez Rubalcaba al que lloran algunos en el PP –más que en el PSOE, donde los ratones bailan–, al que aplauden y loan como estandarte de la transición a la sucesión monárquica. Otros, en cambio, dicen que todo está medido, que "a enemigo que huye, puente de plata" y que ya han arriolizado el futuro calculando que un PSOE sin Alfredo se hará radical y eso les pondrá a ellos en el centro, como por corrimiento de placas políticas. Alfredo, genio y figura. Químico político que, como los catalizadores, desencadena reacciones que nunca le afectan. Hasta en su despedida lo ha conseguido.
Ahora Alfredo deja la política y pierde el fuero, ese privilegio que protege en España a diez mil personas y que tanto ronda y preocupa estos días al rey padre don Juan Carlos. En el caso de Rubalcaba, ha sido su mejor armadura. Nada se podrá hacer ya contra aquel que siempre ha visto entrar en la cárcel a los demás. Pero Alfredo siempre fue el desaforado, el que obró "sin ley ni fuero, atropellando por todo". Y el PP le acompaña desaforado también –"con exceso, desmedido"– en la despedida. Desaforado y desconsolado. Nada ha cambiado, pues.