La semana próxima los británicos votan si se marchan de la Unión Europea (Brexit) o si permanecen en ella (Bremain). Las encuestas se han ido inclinando por el Brexit, pero en las apuestas –algo que en Gran Bretaña no se puede tomar a broma- hay en este momento una preferencia clara por la permanencia frente a la salida. Los mercados –es decir, la gente: la que compra, vende, invierte o desinvierte- están sacudidos y aguantando la respiración. Después de hablar durante décadas de esta posibilidad, por fin se dan cuenta de que Europa puede estar a un paso de automutilarse.
Mutilación sería imaginar una Europa separada de Gran Bretaña. Nadie debe engañarse: si hay ruptura no es solo Gran Bretaña la que se quedaría sola, sino el resto de Europa se quedaría también muy solo. Margaret Thatcher dijo hace 32 años que "si necesitamos a Europa, también Europa nos necesita a nosotros". Y añadía algo estrictamente cierto: "Ningún país ha hecho más por Europa a lo largo de los años que Gran Bretaña". Los cementerios de guerra británicos repartidos por medio continente dan fe de que sin ese país Europa podría haber sido un lugar mucho peor.
Pase lo que pase el día 23, los políticos y burócratas que dirigen la Unión Europea deberían admitir que están haciendo mal las cosas. Se marche o no el Reino Unido, deberían admitir que han desfigurado por completo la idea de Europa hasta convertirla en lo que Enzensberger llamó "el gentil monstruo de Bruselas". Gentil, amable y atento a todo, en apariencia, pero en realidad un monstruo que nos organiza la vida, nos dice lo que se puede y no se puede cultivar, lo que se puede estudiar, y cuántas películas francesas deben ser vistas para admitir que se pueda distribuir una película de Hollywood.
La Unión Europea no nació para eso, y de hecho ese espíritu es radicalmente contrario a los valores de libertad, responsabilidad, ambición por mejorar y espíritu de innovación que explican el ser de Europa. Las instituciones europeas nacieron para que en Europa hubiera libertad de movimiento. Para que nadie pusiera barreras al carbón o el acero, en su origen, es decir, a todo aquello que los europeos quisieran mover sin obstáculos: sus personas, sus ideas, su dinero y los bienes de su propiedad. No se creó la comunidad europea para igualar los impuestos por arriba, ni para que los burócratas de Bruselas obliguen a vivir conforme a su designio, sino para que la gente, al moverse de un país a otro, creara unos lazos tan profundos que no fuera imaginable una nueva guerra como las dos que en los últimos cien años han destruido Europa.
Los británicos fueron protagonistas en ese empeño por conseguir una Europa en la que de manera efectiva el movimiento de las personas y sus bienes fuera completamente libre. Fue Margaret Thatcher quien precisamente se empeñó en conseguirlo y lo logró, en el Acta Única Europea de 1987. Ahí se alcanzó el que debería haber sido el punto de llegada, el destino final de la Unión Europea: un espacio libre para que la gente se mueva, trabaje, piense, investigue, venda y compre lo que quiera. Eso es un mercado único.
Si ahora los británicos se marchan, será malo para ellos, como advierte The Economist Intelligence Unit, que pronostica una caída del PIB británico de un 6%, y una devaluación de un 15% de la libra frente al dólar. Pero no nos engañemos, el Reino Unido ha cumplido un papel insustituible en las últimas décadas en la Unión Europea. El papel nada agradecido, pero necesario, de poner límite a la voracidad regulatoria y gastadora de los eurócratas. Es el Reino Unido quien mil veces nos ha librado a todos los europeos de que los euroentusiastas se metieran en nuestras casas y en nuestros bolsillos y se hicieran dueños de ellas.
Hay razones para estar a favor y en contra del Brexit. Incluso una institución tan seria como el Institute of Economic Affairs ha publicado opiniones sólidamente liberales a favor y en contra de la permanencia en la UE. En lo que convendría tener un acuerdo general es en que no se necesita una Europa monstruosamente intervencionista, sino una Europa que fuera un espacio para ser más libres y, gracias a ello, más prósperos.