Se murió Mandela y lo único triste que salió en la televisión fue la lluvia a mares que caía en su funeral. Llegaron los mandamases del mundo con sus séquitos y el estadio se llenó de risas y bromas. Aquello se parecía más a una celebración de familia que a unas exequias. Personalmente, no he visto nunca un despliegue mayor de presidentes y expresidentes: estadounidenses, británicos, franceses… El asunto tenía un innegable carácter planetario, y sólo faltó Artur Mas para que alcanzara la categoría de galáctico. Todo eran saludos y sonoros abrazos, hasta que la atmósfera quedó en suspenso y un cañón de luz imaginario apuntó a la estrella que hacía su entrada entre vítores y aplausos, quiero creer que imaginarios también: Barack Obama, el niño en el bautizo, la novia en la boda, casi el muerto en el entierro.
Obama apareció en el Soccer City como quien asiste a su primer concierto multitudinario o a su baile de graduación o a sus primeros sanfermines sin hora de vuelta a casa. Estaba feliz, parecía un chiquillo en la mañana de Reyes que no sabe por dónde empezar a abrir la cantidad de regalos que tiene delante. Saludó puño en alto, como si estuviera en una fiesta del PC con Rosa León a la guitarra. Se inclinó tanto ante Raúl Castro para darle la mano que el dictador cubano puso cara de espanto, no le fueran a relacionar con semejante personaje en la isla y le pidieran cuentas. Tonteó con la primera ministra danesa, mosqueando a su mujer, incluso se sacó fotos con la escandinava y con el presidente inglés, juntando los tres los carrillos, que supongo colgarán en el Tuenti de líderes mundiales. Y pincharán el botón "Me gusta", seguro, como los adolescentes.
Menos mal que los asesores de Obama le escribieron un discurso aseado, que se contradijo con la actitud de revolucionario chachi que desplegó en la ceremonia, porque si no no le dejan entrar en EEUU, por subversivo. Obama me recordó a los turistas que creen que han corrido el encierro de Pamplona porque se han sacado una foto con cara de intrépidos delante de los mansurrones cabestros de cola que sueltan cuando los toros ya están en los corrales de la plaza. Tenía la misma cara de satisfacción que he visto en esos compatriotas suyos, que después de la carrera se ponen su ejemplar de Fiesta bajo el brazo. Michelle, sácame una foto haciendo la revolución, que yo aquí he venido a ser minoría oprimida.
Y entonces la cara de cabreo de Michelle nos salvó a muchos.
Quizás el hecho de que Obama haya dormido en el sofá un par de noches castigado por su mujer haya incluso salvado a Occidente entero del ridículo. Gracias, Michelle, por la colleja.
Todo fue tan esperpéntico que hasta el traductor de signos que tenía al lado el mandatario estadounidense era un camelo. El presidente de la asociación de sordomudos sudafricanos señaló que el tipo no había dicho nada coherente, y que fue como ver al cuñado gracioso que hay en todas las familias traduciendo con gestos el discurso de la suegra en la cena de Nochebuena.
A ver si el que va a tener razón es el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que no quiso ir aduciendo que era un viaje demasiado caro, con lo que se llevó las críticas de medio mundo por tacaño. Tal vez lo que quería decir es que se olía las ganas de cachondeo de sus colegas y que lo caro que podía salir el sarao no era tanto por el dinero como por la imagen. El Mosad sigue siendo el servicio secreto mejor informado.