Premio Nadal en el Ritz, Marc Artigau, premio Josep Pla, recuerda a los políticos presos. Xavier Valls, que está en mi mesa y que ha tenido un comportamiento afable y moderado, se pone nervioso, "pesado... Mas, Mas... tu tienes la culpa, ¿y qué pasa? ¿Nadie va a decir nada?".
Este mensaje, escrito por la periodista barcelonesa Pilar Eyre durante la ceremonia de entrega de los Premios Nadal, se alzó sobre el gallareo del Twitter dominical. Las palabras que accionaron los resortes vallsianos fueron las que abren la novela premiada que su autor, Artigau, reprodujo ante el elegante público congregado alrededor de los manteles del Ritz: "Es imposible separar lo que uno escribe de lo que uno vive", dijo el escritor, antes de dar paso a un sentido acto de afirmación lazi:
Y esta frase me serviría de excusa, de atajo, para explicar la contradicción que estoy viviendo, que es muy sencilla y seguro que mucha gente la comparte conmigo: estoy aquí, estoy contento de poder compartir el premio con vosotros, pero al mismo tiempo siento una tristeza y una rabia que no puedo evitar por vivir en un país en el que hay presos políticos y en el que el Gobierno legítimo de la Generalitat está exiliado.
La reacción del ex primer ministro de Francia, que ahora se postula como futuro alcalde de una Barcelona concebida como –visiten su web para conocer más detalles– "una gran capital europea", se presta a la interpretación. Su malestar, entendible por el hartazgo que produce el constante amarillear de todo acontecimiento público que se celebre en la comunidad autónoma de Cataluña, cabalgatas de Reyes incluidas, se inscribe dentro del contexto electoral que tendrá su desenlace a finales de mayo, por lo que la incomodidad amplificada por la red más frecuentada por los periodistas puede entenderse como el pistoletazo de salida de una larga campaña. Sin embargo, y puesto que desde el pasado mes de septiembre, cuando Valls hizo pública, tras una serie de amagos y varias exposiciones públicas propiciadas por plataformas como Sociedad Civil Catalana, su intención de convertirse en primer edil de la Ciudad Condal, el comentario de don Manuel invita a un análisis que puede ir más allá de su airada actitud en el Ritz. Un análisis que nos obliga a mirar a Andalucía, lugar donde el partido en el que se apoya Valls, ese Ciudadanos cuyas siglas oculta, ha exhibido sus ya probadas dotes para el contorsionismo, con el fin de evitar cualquier contacto con un partido, VOX, que ha llevado la iniciativa judicial contra los que Artigau llama "presos políticos".
El comportamiento de los naranjas en Andalucía ha mostrado hasta qué punto la pugna partitocrática y la lucha por ocupar los lugares más destacados dentro del escaparate mediático puede llevar a la renuncia de elementos programáticos pretéritos o a forzar una sobreactuación capaz de presentar a los de Abascal como a una suerte de apestados ultramontanos inasimilables dentro del pulcro hábitat de la democracia española. La estrategia seguida por Ciudadanos allende Despeñaperros tiene su correlato en Cataluña con la propuesta hecha por Valls, que aboga por un cordón sanitario que excluya a VOX de la vida política en aquella región. A esta medida, ya empleada en su momento contra el Partido Popular, hemos de sumar ahora la inequívoca carga psicologista –"pesado"– aparejada al calificativo empleado por un Valls que no abandonó el salón. Para decirlo de un modo directo, su gesto de incomodidad permite evocar la vieja doctrina orteguiana de la conllevanza.
La fórmula propuesta por el filósofo de cabecera de la mayor parte del espectro político español, desde destacados falangistas a eminentes socialdemócratas, quedó incluida en su discurso del 13 de mayo de 1932, referido al estatuto de Cataluña. Durante aquella sesión de Cortes, y frente a un optimista Azaña, Ortega dijo resginado: "El problema catalán es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar". Cataluña, añadió, "quiere ser lo que no puede ser". Nueve décadas después, el particularismo diagnosticado por Ortega, el sentimentalismo ya operante en los mitificados días de la II República, sigue marcando la actualidad política a través de recursostan volitivos como el famoso derecho a decidir. A decidir, añadimos nosotros alejándonos de semejante subjetivismo cargado de falsa conciencia, destruir la soberanía española.
Un hilo, a menudo imperceptible, une al partido de Rivera con el autor de las 58 páginas que dieron forma a una tesis doctoral titulada: Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda. Una pasión, un mito llamado Europa o, por mejor decir, una particular Europa, en la que Barcelona, guiada por Valls, luciría con personalidad propia. Con los ojos puestos en tan cosmopolita objetivo, la queja desvelada por Eyre parece la reprobación de una inoportuna impertinencia que rompe la hipodámica armonía del Ensanche en el que se alza el hotel Ritz. Frente al propósito de Valls de convertir a Barcelona en una gran capital europea –¿acaso no lo es ya?–, los lazos no son sino un incómodo enredo circunscrito a un asunto meramente español. Al cabo, en esa Europa en la que los pueblos, pero también las ciudades que conformarían una nueva constelación tan refulgente como las estrellas que flotan en el paño mariano que dio lugar a la bandera de la Unión Europea, podrán encontrarse, las cuestiones nacionales, al menos la española, bien podrían quedar en un segundo plano.
El tiempo se encargará de verificar si la europeísta apuesta de Ciudadanos obtiene el éxito, es decir, el poder, y si este se hará al precio de, tal y como señala Macron con engreído engalle, aislar a VOX en beneficio de otras fuerzas que han llevado a Cataluña a la fractura social actual. Mientras todo esto llega, todo parece indicar que en los exclusivos salones en los que se jugará el futuro de la región catalana, y con él, el de toda España, crece un rumor, conllevanza, que evoca el título de un bolero.