"Bajo el ala del sombrero -chotano, para más señas-, tantas veces embozada, una lágrima -indigenista- asomada, -Pedro Castillo Terrones- no pudo contener"… durante su discurso de investidura como presidente del Perú, del que fueron testigos los congresistas de la nación, así como los presidentes de las repúblicas de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, México y, citamos textualmente: su Alteza el Rey de España.
Cuando se cumplen dos siglos desde la cristalización de la nación política peruana, Castillo aprovechó para saludar a los descendientes, todos ellos, al parecer, hermanos, de los pueblos originarios del Perú prehispánico, pero también a los afroperuanos y a las "distintas comunidades descendientes de migrantes, así como a todas las minorías desposeídas del campo y la ciudad". Arrogándose la voz de todos ellos, el nuevo presidente lanzó, en un equilibrado bilingüismo quechua-español, un: "¡Seguimos existiendo!".
La afirmación dio paso a una reivindicación de los "cinco mil años de civilizaciones y culturas trascendentales" asentadas en la república que recién comienza a presidir, heredera, al parecer de Castillo, del estado Wari y, posteriormente, del mítico Tawantinsuyo, tránsito realizado de manera pacífica, dialogada, en armonía con la Naturaleza y con la providencia siempre a favor de obra. Así, de un modo tan arcádico, siempre según la particular visión del victorioso candidato de Perú Libre, se vivió en aquellas tierras hasta la llegada de "los hombres de Castilla, que con la ayuda de múltiples felipillos y aprovechando un momento de caos y desunión, lograron conquistar al estado que hasta ese momento dominaba gran parte de los Andes centrales". Sin sujetarse al principio de no contradicción, Castillo afirmó una cosa y la contraria, pues si aquellas culturas tan trascendentales como originarias habían logrado establecer un estado tan perfecto: ¿cómo explicar la existencia de múltiples "felipillos", es decir, de intérpretes colaboracionistas con los hombres de Castilla, y de un estado de caos que facilitó el éxito de los barbudos?
La rapsodia negrolegendaria, no obstante, continuó ante las barbas del rey de España. Después de trazar tan bucólico cuadro, al que, no obstante, se le adivinaban ya algunas preocupantes grietas hace medio milenio, Castillo atribuyó a la etapa virreinal, que mezcló con la colonial, el establecimiento de castas y diferencias persistentes hasta la actualidad, pues los doscientos años de independencia política peruana no han sido capaces, logro que él pretende alcanzar ahora, de darle una solución. En definitiva, todos los males de Perú se deben, según la encastillada visión de don Pedro, a los tres siglos de dominación de la corona española, tiempo dedicado a la pura extracción de minerales, al coste de la explotación de los antepasados de los actuales peruanos, fórmula que el mentor de Errejón, José Luis Villacañas, condensó hace años en el simplista lema, "oro y esclavos", que obvia la realidad de que la mita, es decir, los trabajos obligatorios para sacar metal, era una institución asentada en aquellas mineras tierras mucho antes de la llegada de los españoles, y que la esclavitud no fue ninguna novedad introducida por Pizarro, ese cuya casa se niega a visitar Castillo Terrones.
No podía faltar, en un discurso tan previsible como el de Castillo, una alusión a la revuelta encabezada por Tupac Amaru, a quien el presidente, en atención a estos paritarios tiempos, hizo acompañar por su esposa, Micaela Bastidas. Como el mismo presidente señaló, la represión de aquel episodio de rebeldía terminó con las élites andinas, reconociendo de este modo unas desigualdades que casan mal con su anhelo igualitario. De hecho, el mitificado Tupac Amaru, lejos de ser un representante popular se llamaba en realidad José Gabriel Condorcanqui y recibió formación en el Colegio San Francisco de Borja o Colegio de Caciques del Cuzco, regentado por la Compañía de Jesús. Contradicciones estas, que sin duda sabrá cabalgar Pedro Castillo Terrones sin perder su identitario sombrero.