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Iván Vélez

En la muerte de César Alonso de los Ríos

Vaya desde aquí este modesto homenaje a un intelectual firmemente comprometido con la defensa de la Nación.

"La utilización del talante era un modo de reducir lo político o lo religioso a lo psicológico". Las palabras reproducidas formaron parte de Yo tenía un camarada. El pasado franquista de los maestros de la izquierda (Áltera, Madrid, 2007), libro cuyo título procede de la célebre versión falangista de una canción alemana homónima compuesta contra Napoleón. La obra de César Alonso de los Ríos apareció un año después de que lo hiciera una recopilación de artículos titulada Yo digo España. Ambos volúmenes se insertan en aquellos lejanos días en los que el talante, cuyo precedente teórico situó Alonso de los Ríos en la obra del ideólogo José Luis López Aranguren, era la energía que nutría al por entonces presidente del Gobierno, el mismo que dejó para los anales una frase: "La nación es un concepto discutido y discutible". Yo digo España fue la respuesta que el palentino dio a los cultivadores de la elusiva fórmula Estado español.

Nacido meses antes del estallido de la Guerra Civil, durante su infancia recibió la impronta del jesuítico Colegio de San Zoilo, en el mismo Carrión de los Condes donde en 1963 echara a andar la primera encuesta sociológica que sirvió para ir implantando en España la tecnología necesaria para la cristalización de una democracia de mercado trazada bajo los patrones del anticomunismo. Educado en semejante ambiente, no es de extrañar que don César acabara formando parte del monarquizante, antifranquista y anticomunista Frente de Liberación Popular, hecho que le condujo a prisión un año antes de que Aranguren, José Luis Sampedro y Ramón Tamames pusieran en marcha la encuesta de Carrión bajo la atenta mirada y los socorridos dineros del Congreso por la Libertad de la Cultura. El anticomunismo se decía de muy diferentes, en gran medida jesuíticas, formas.

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Tras su breve paso por la cárcel, Alonso de los Ríos formó parte de revistas pertenecientes al entorno de los grupos aludidos, como Cuadernos para el Diálogo o Triunfo, publicación en la que llegó a figurar como redactor jefe. Por lo que respecta a su trayectoria política, el desengaño sufrido tras su paso por el Felipe no impidió que nuestro hombre se afiliara al PCE, que ya había dado su viraje hacia un eurocomunismo compatible con la estructura de comunidades diferenciadas que se había fraguado en distinguidos salones. Siempre moviéndose en ambientes tan culturales como periodísticos, la evolución de Alonso de los Ríos no podía derivar hacia otros lugares que no fueran los de la socialdemocracia de ribetes federalizantes y aliento germánico representada por el nuevo PSOE, aquel que arrumbó a Llopis y abrió las puertas de la Moncloa a Felipe González. Fue, sin embargo, durante la apoteosis del socialismo español cuando comenzó a distanciarse del partido del puño y la rosa.

Privilegiado conocedor del pasado de muchos de los próceres de la democracia que comenzó a rodar durante la Transición, Alonso de los Ríos abrió una nueva fase profesional que sumó a sus artículos en El Independiente, El Sol o ABC una serie de títulos, los ya aludidos, a los que hemos de añadir sus trabajos sobre Tierno Galván y su libro La izquierda y la nación. Una traición políticamente correcta.

En todos estas obras, César Alonso de los Ríos, firmemente comprometido con la defensa de la Nación, fue desvelando algunos de los secretos mejor custodiados por algunos de los protagonistas de la transformación interna del franquismo. Así, las máscaras confeccionadas por hombres como Aranguren, Ridruejo, el padre Llanos, Laín y, sobre todo, Tierno, con el objeto de ajustar sus biografías a los nuevos cánones, fueron cayendo, dejando asomar una incómoda verdad.

Vaya desde aquí este modesto homenaje al hombre que hoy nos ha abandonado.

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