A menudo se habla de democracia como si fuera un término sagrado, como un fin en sí mismo. Existe la percepción de que con la democracia se ha llegado al máximo en términos de organización social. De que no hay forma mejor de estructurar una sociedad, y que todos los avances posibles sólo pueden llegar mediante el "ajuste fino" del sistema democrático. Yo, sin embargo, creo que existen formas cualitativamente mejores de vivir en sociedad. Al fin y al cabo, en muchos aspectos las democracias actuales funcionan de un modo muy parecido a las oligarquías, con el añadido de que los políticos suelen legitimar decisiones injustas con los resultados de las urnas. Pero no cuentan que los ciudadanos sólo pueden votar una vez cada cuatro años para escoger entre dos programas políticos impuestos, muy vagos, casi idénticos y que se suelen incumplir. El sentimiento generalizado de la ciudadanía, una vez se pasa la euforia de estrenar un sistema democrático tras un régimen autoritario, suele ser el de la desilusión. Para muchos españoles, hoy, a las puertas de unas elecciones, éste es el sentir.
El sistema de organización social ha ido evolucionando de manera discontinua, con constantes avances y retrocesos. Partiendo de los antiguos jefes de tribu, o gobierno del más fuerte, y pasando por sistemas como el faraónico o la monarquía absoluta, se fueron dando pasos hacia modalidades progresivamente más descentralizadas. Los sistemas aristocráticos, o gobierno de las élites, por ejemplo, en sus variantes más o menos virtuosas, desde las sofisticadas repúblicas clásicas hasta perversas oligarquías. En un paso cualitativamente superior surgieron las democracias, con un amplio abanico de tonalidades, desde respetuosas democracias liberales hasta el populismo, la partitocracia, el socialismo o los totalitarismos más negros. Pero creo que no hemos llegado al sistema definitivo. Que aún hay importantes pasos que dar.
A lo largo de esta evolución de la organización social lo que ha ido cambiando es el modo en el que se eligen quienes ostentan el poder. La forma, más o menos libre, por la que la gente entregaba los poderes a los gobernantes. Yo creo que el siguiente paso evolutivo en el sistema procedería de cambiar la pregunta. No ya cómo se eligen los gobernantes, sino qué poderes los individuos delegan en ellos, y cuáles deben ser siempre soberanía exclusiva del individuo. Se pasaría de la democracia, o gobierno de las mayorías, a un sistema en el que cada uno tenga una capacidad mucho mayor de decidir mientras no viole esta esfera de decisión en las demás personas. El sistema se caracterizaría por un peso muchísimo menor de las decisiones políticas y mayor de decisiones privadas individuales muy descentralizadas. A muchos devotos del sistema actual tal vez les dé miedo devolver la gran mayoría de la responsabilidad al individuo. Pero sería el mismo miedo que el monarca absoluto debió sentir cuando vio venir la democracia, y pensó que el ciudadano de a pie no estaba preparado.
Cuando millones de españoles se disponen a votar quién será su próximo gobernante. Además de decidir qué programa político es mejor, también creo que es bueno que se haga una reflexión sobre el propio sistema. Aunque en nuestros días se hable de la democracia como la cota máxima de la organización social, tal vez sólo sea un paso más en un largo camino por recorrer. Pese a que el sistema democrático se suela considerar como un fin en sí mismo, yo creo que no es más que un medio para alcanzar la auténtica meta: la libertad individual. La democracia es sólo una etapa intermedia en el camino a la libertad. No debemos acomodarnos en ella, sino hacer que siga evolucionando.