Más allá de lo anecdótico (primera película sobre ese tema, repercusión en la sociedad alemana, interpretación de Bruno Ganz...) El hundimiento supone un estremecedor testimonio de las consecuencias últimas de la ideología. Las consecuencias para la persona concreta, para su vida, su razón, su afectividad y su libertad.
En esa película vemos a un ser humano, Adolf Hitler, que ha hipotecado toda su existencia como persona a un esquema teórico sobre la historia, el destino, la naturaleza,... y sobre sí mismo; cuando la realidad doblega ese esquema y lo hace añicos, Hitler se convierte en una mueca patética, invadida de amargura, odio, rencor,... y rodeada de “nada” por todas partes. Así, la película nos muestra a un Hitler derrotado, débil, cansado, que se arrastra por los pasillos lleno de tics y con los ojos hundidos. Y en torno a él toda la parafernalia de un Tercer Reich que se precipita al abismo entre alcohol, sexo, y una impresionante cascada de suicidios indolentes. Y a pesar de ello Hitler sigue aferrado a su proyecto ideológico. Incluso llega a un punto en que desprecia al pueblo alemán por su derrota, y pide su destrucción. Ya sólo queda una persona que encarne el ideal nacionalsocialista: él mismo. Los demás son traidores y carne de horca.
El suicidio de Hitler no es la decisión atolondrada de un demente bajo presión. Es el paso coherente de quien se identifica con un proyecto inviable. Goebbels se lo dice claro: “Mein Führer: usted debe permanecer en el escenario cuando caiga el telón”. Los suicidios de Hitler, Eva Braun, Goebbels y su esposa, y tantos otros generales del búnker son la conclusión necesaria de la liturgia ideológica, la consecuencia lógica de un nihilismo tomado en serio, la única salida real del abstracto superhombre nietzscheano. Además, lo que podría interpretarse como un gesto humano, la boda de Hitler con Eva Braun unas horas antes del planeado suicidio, es una monstruosidad mayor. Si Hitler va a desaparecer, con él debe aniquilarse todo su mundo y las personas que están en él (que le “pertenecen”). Horror superado por la esposa de Goebbels, que envenena uno a uno a todos sus pequeños: “No quiero que mis hijos vivan en un mundo sin nacionalsocialismo”.